La religiosidad popular, una historia eterna que siempre tiene futuro y que une lo trascendente y lo inmediato
La Semana Santa, el Camino de Santiago, el Rocío, Loyola, El Pilar, Ávila, Montserrat, Montilla, los santuarios marianos, las ermitas… miles de lugares se convierten en un punto de llegada para los cristianos que, movidos por la fe, acuden a renovar sus promesas, a reencontrarse con sus historias y su tradición, a compartir una esperanza, a sanar el corazón.
El pueblo cristiano ha encarnado la fe de la Iglesia en su realidad cotidiana, en su entorno concreto, junto a las otras tradiciones que ya vivía. Vive una religiosidad popular que une lo trascendente y lo inmediato, lo cercano y el más allá. Lo hace para establecer y hacer visible una especial relación con Dios, con la Virgen María, con los santos. Busca mover la voluntad de Dios, pedir su protección, su ayuda, su compasión. La mirada a María y a los santos pretende sobre todo su intercesión ante necesidades del mundo o ante las pequeñas dificultades personales del día a día. En otras ocasiones, es el agradecimiento por los bienes recibidos lo que origina una peregrinación, una marcha, un encuentro.
En cada una de esas expresiones de la religiosidad popular la gloria de Dios, el hombre vivo, recorre las calles, acompaña a las imágenes de los santos como pueblo de Dios, eleva sus oraciones y súplicas, se compromete con los necesitados, se propone cambiar de vida. Son en el fondo una nueva posibilidad del encuentro con Dios que cambia la vida.
El Papa Francisco señala en Evangelii Gaudium la idea de que los pueblos en los que el Evangelio ha permeado la cultura se hacen protagonistas de la evangelización, del modo de llevarla a cabo y transmiten la fe de manera siempre nueva. En cada lugar, el Pueblo de Dios traduce en su propia vida y experiencia lo que ha recibido de Dios a través de la Iglesia y lo hace según sus rasgos característicos. Al mismo tiempo, cuando comunica su fe la enriquece con nuevas expresiones que permiten también una nueva evangelización del mismo pueblo y de su entorno. “Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el agente principal” (EG 69).
La religiosidad popular, dirá Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi hace visible una “sed de Dios que solamente los pobres y los sencillos pueden conocer” (EN 68). De hecho, a través de esta piedad, el pueblo sencillo es capaz de asomarse a la profundidad de Dios como su paternidad, su cuidado amoroso de todas las criaturas, la providencia que cuida de los hombres, su presencia constante, la maternidad de María. Al incorporar estos rasgos a su vida, el pueblo desarrolla un profundo sentido de la cruz en su vida cotidiana, la aceptación de los demás, la paciencia, la devoción.
El pueblo fiel que se enriquece en estos encuentros populares con el Dios vivo, tiene en ellos no sólo un punto de llegada que satisface un ansia de eternidad, sino un punto de partida para una misión de anuncio, de proclamación sencilla del Evangelio en la vida diaria. Esos puntos de llegada son también un punto de salida. Desde ellos, con la fe reforzada al ser compartida se proyecta una salida misionera. Quienes van de peregrinación vuelven con el propósito de compartir esa fe, esa experiencia, y hacerla viva en la vida de los demás. La religiosidad popular expresa la evangelización de un pueblo al mismo tiempo que evangeliza al pueblo.