La obsesión del poder por la censura
Cuando pensamos en Inquisición, nos vamos a tiempos muy pasados; y si buscamos un prototipo de inquisidor, nos quedamos en fray Tomás de Torquemada. Y por supuesto que, a la hora de señalar una institución con afanes inquisitoriales, está claro que no nos hablarán de otra que de la Iglesia católica. Como si fuera de ella no hubiera manera de encontrar nada que se le parezca a la que acabó llamándose la Santa Inquisición. Y afinando aún más, centrarán el tema en la Iglesia española, como si la Inquisición sólo hubiese existido en España. Un elemento más para ir construyendo la Leyenda negra.
Pero la verdad es que la Inquisición, se practique como se practique, es algo inseparable del poder. Hoy la llaman “defensa de la verdad” (he ahí el concepto clave); y lo justifican todo en la lucha contra la mentira: contra las fake news, que dicen ahora. Ahí estamos efectivamente: en la convicción absoluta de la posesión de la verdad, o más exactamente en la convicción indiscutible de que quien tiene el poder es el dueño de la verdad y tiene todo el derecho de imponérsela a todos los que están bajo su dominio.
No es baladí la terminología que se emplea en cada sistema. En el actual se apela más a la mentira y a las falsedades (fake news). Eso en negativo; y en positivo, a la Ciencia. El cristianismo en cambio, sobre todo el catolicismo al que se pretende desplazar con todo este movimiento, ha apelado mucho más a la fe, como don de Dios y respuesta libre del hombre.
Condición indispensable también para crear la Inquisición y la censura, es la existencia de un régimen de pensamiento único y, por tanto, de verdades y dogmas indiscutibles que impone el poder con todos los medios a su alcance: sea la escuela, la predicación, los medios de comunicación; y es tan severa esa imposición, que se persigue la disidencia con enorme rigor. Ahí está caso del cura de Albalat del Tarongers, cuyo Ayuntamiento pide su cabeza por disentir del discurso buenista dominante.
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Y es ese régimen de pensamiento único el que tiene el monopolio del acceso al árbol de la ciencia del bien y del mal.
A partir de ahí, es ciencia, es bien y es mal, lo que decida el poder que ha de ser ciencia, bien y mal. Es la gran tentación a la que sucumbe todo poder. Saben perfectamente que la inmensísima mayoría de la gente no desea otra cosa que tener a quién someterse. En todos los niveles, incluido el de la ciencia (es ciencia lo que diga el que manda) y el de la conciencia (el bien y el mal dependen del poder). Es la forma de no tener que luchar nunca con problemas de ciencia y de conciencia.
Siendo esto así, al poder se le hace imprescindible desarrollar un eficiente control sobre la circulación de toda clase de informaciones que pudieran alterar los conceptos tanto científicos como morales de la población. Y si entramos, cual ocurre ahora, en un cambio de régimen de valores y de moral, e incluso de parámetros científicos (¡ya ves la ciencia en que se sostiene toda la ideología de género y de transgénero!), el control ideológico se convierte para el poder en cuestión de ser o no ser.
Y ocurre que estamos en tiempos exacerbadamente inquisitoriales. Diría incluso que neuróticamente y paranoicamente inquisitoriales. Los cuerpos de inquisidores no paran de crecer, y no se le ve el final a ese crecimiento; la censura alcanza a campos cada vez más extensos, sin desdeñar lo exótico; y los criterios con que se aplica, son cada vez más rigurosos e intransigentes: leyes de odio, de género, de LGTBI (Lesbian, Gay, Trans, Bi e Intersexual), el aborto ya incuestionable y la eutanasia, que va por el mismo camino.
Pero aún se han atrevido a ir más allá, mucho más allá. La Santa Inquisición funcionó en gran parte gracias a los delatores, que mantenían esa tensión y ese miedo tan grato al poder. Existiendo la Inquisición y su brazo civil en forma de delación, nunca te podías sentir tranquilo… Te veías obligado a comportarte como el más fiel adicto a las doctrinas que defendían los inquisidores, si no querías caer en la peligrosísima condición de sospechoso. Pues ahí estamos hoy. No se han conformado con imponer su ideología de género en la escuela además de sus promociones de transgénero. Han completado su fechoría perfeccionando la novísima escuela como escuela de delatores, de chivatos, de acusicas. El ensayo ha empezado ya en algunos municipios de Andalucía, a cargo de la respectiva concejalía de Igualdad, que le aporta a la escuela pública ese plus de calidad. Enseñan a los niños a delatar al compañero que no se implica en las campañas, al que hace preguntas inoportunas, al que no usa el léxico correcto, al que no muestra su regocijo ante un nuevo cambio de sexo en la clase. Es la Inquisición llevada a su máximo esplendor.
Nos han hecho creer que, gracias a las redes sociales, han alcanzado sus más altas cotas la libertad de opinión y las posibilidades de difundir nuestras opiniones, alcanzando unos niveles nunca antes imaginables. Pero a estas alturas está ya muy claro que cada nuevo avance tecnológico acaba convirtiéndose en una atadura más y en una vuelta de tuerca más en el sometimiento de nuestra libertad a rigurosa vigilancia; cuando no en una añagaza para ponerle límites cada vez más estrechos, hasta culminar en su total eliminación. Y viene a resultar que justo en las redes sociales, donde supuestamente es mayor la libertad de expresión, justo ahí es donde se han cebado los inquisidores, con unos niveles de censura que dejan chiquita la que impuso la Iglesia en sus máximos momentos de control del pensamiento.
El poder ha conseguido tenernos a todos conectados con las nubes que nos proveen de información y entretenimiento. No sólo eso: mediante una fabulosa operación de interconexión a través de las redes (redes en las que han conseguido tenernos atrapados) han conseguido formar con nosotros multitud de rebaños uniformados que obedecen a la voz de su amo a través de la voz y los gestos y los usos del respectivo influencer, que consigue serlo y mantenerse siéndolo, en tanto en cuanto se mantiene fiel a lo políticamente correcto. Es lo que llamamos autocensura. Y si ésta no funciona, entra en acción la censura, sacándole de las redes sin contemplaciones.
Es que estamos instalados en un mundo de buenismo totalmente nuevo. El antiguo, el que se sostenía en la rica herencia moral del judaísmo (Antiguo Testamento) y del cristianismo (Nuevo Testamento y Magisterio de la Iglesia) ha caído en el peor de los descréditos hasta llegar a ser estigmatizado como auténtica representación del mal. Y como era inevitable, un buenismo sustentado en el pensamiento único, es ahora la única doctrina verdadera, la que emana desde el poder. Se han empeñado en hacernos ver auténticas aberraciones como si fuesen las novísimas encarnaciones del bien y de la bondad.
Acaban de descubrir el árbol de la ciencia del bien y del mal y nos han cambiado los paradigmas. Y puesto que no están dispuestos de ningún modo a que se frustre la gran re-creación de la humanidad en que nos han embarcado, han creado una férrea policía del pensamiento. La censura que practican es de un rigor absolutamente inquisitorial. Al que se aparta de la nueva doctrina lo expulsan del sistema sin contemplaciones. Y si de ello le resulta la ruina y la muerte civil, no es menos lo que merecen los disidentes. Y si el resultado de esa expulsión del confort de las redes es, como solía la Santa Inquisición, una condena a muerte (el suicidio es la pena más frecuente), bien merecido se lo tiene el que se atreve a poner en cuestión la que ha quedado ya hoy como única doctrina verdadera.
Como ocurrió antaño, hasta los más poderosos tiemblan ante los nuevos inquisidores. Ahí tenemos el caso de Donald Trump que, siendo presidente de los Estados Unidos, fue censurado en casi todas las redes y expulsado de una de ellas. Ahí demostró la nueva Inquisición que no se doblega ante nadie. La doctrina es la doctrina: y quien se atreva a combatirla, ha de saber que está condenado.
Estamos yendo acelerados hacia el Nuevo Orden Mundial, ese de la Agenda 2030. Ecce nova facio omnia (Apocalipsis 21, 5), afirman blasfemamente los que se sientan hoy en el trono de este mundo. Es la nueva revelación que nos tienen preparada. Es el nuevo y espurio apocalipsis. Que Dios nos pille confesados.