Eduardo García Serrano: “La Ley de Memoria Democrática vomita su odio ignorante sobre José Antonio Primo de Rivera y profana su tumba”
Por Eduardo García Serrano.- La Ley de Memoria Democrática vomita su odio ignorante sobre José Antonio Primo de Rivera y profana su tumba con la diligente colaboración de sus descendientes, que no merecen los apellidos que les almenan, perpetrando una vileza socapa de un acto de “higiene democrática”. La higiene de este albañal al que los ladrones socialcomunistas y los cobardes, los separatistas y los bilduetarras llaman democracia, al igual que los herederos de la CEDA. Todos los que antaño contribuyeron al asesinato del mejor hombre de España son los mismos que hogaño han participado, Conferencia Episcopal incluída, en la profanación de su tumba en el Valhalla español, que es el Valle de los Caídos. Templando la galerna de furia y asco que me azota, y sabiendo que las palabras de más son siempre palabras malgastadas, conviene recordar, sobre todo a sus descendientes, que sí saben lo que hacen pero no a quién se lo hacen, cómo murió José Antonio Primo de Rivera aquella madrugada fría y húmeda del 20 de noviembre de 1936, en el patio de la prisión de Alicante.
El Padre José Planelles, compañero de prisión de José Antonio, le confesó. Cuando hubo terminado y regresó al módulo que compartía con otros reos no pudo, no supo más que decir: “Acabo de confesar a un hombre que va a morir por todos”. Por todos, también por sus verdugos, por los ciegos de odio, por los que no quisieron escucharle, por los que le escucharon cuando ya era tarde, demasiado tarde, y por los que disfrutaron la obra de sus palabras sin ofrecerle ni siquiera el respeto de la gratitud. Por todos ellos y para todos ellos murió José Antonio, al que no tardó en seguirle el Padre Planelles, fusilado días después junto a otros cincuenta y cuatro falangistas alicantinos.
No había amanecido aún. Su hermano Miguel se abraza a José Antonio. Está a punto de anegarse en lágrimas, pero José Antonio le zarandea cariñosamente, le endereza fraternalmente y le da en inglés, para que los milicianos no se enteren, una última orden: “Help me to die bravely” (Ayúdame a morir como un valiente). Miguel cumplió, José Antonio también.
No había amanecido aún. El frío humedo de la madrugada mediterránea a finales de noviembre destempla el ánimo del miliciano que apremia a José Antonio, quien calmado y sin prisa le dice al heraldo del piquete de fusilamiento: “Déjame, al menos, morir bien vestido”. Sobre el mono azul se pone una chaqueta y sobre los hombros se echa un abrigo inglés gris marengo.
No había amanecido aún cuando José Antonio llega al patio de la cárcel. En el paredón le esperan dos requetés y dos falangistas de Novelda que van a morir con él. José Antonio les da ánimos, y antes de ocupar su lugar junto a ellos se quita el abrigo y se lo regala a un miliciano llamado Toscano diciéndole: “Toma, a mí ya no me va a servir y es una lástima que lo agujereen las balas”.
No había amanecido aún cuando la orden de fuego apretó los gatillos de los fusiles. Al oír la descarga una mujer lloró y vomitó de pena, de asco y de horror. Era la encargada de la taberna de enfrente de la prisión que tantas veces le había llevado viandas a José Antonio a la celda. Ella sabía de la condena a muerte, pero jamás llegó a creer que nadie pudiese matar a un hombre así. Cuando amaneció lo entendió y lo creyó. Por eso lloró y vomitó.
El escritor y ministro socialista Zuazagoitia dio testimonio: “Cuando José Antonio se dirigió al piquete de fusilamiento, su voz convincente hizo vacilar a los milicianos y guardias de Asalto, del mismo modo que antes había hecho vacilar al tribunal y al jurado que le condenaron a muerte”. Así murió José Antonio Primo de Rivera cuando aún no había amanecido el 20 de noviembre de 1936. Los mismos que con su odio y sus armas, con su cobardía y su silencio cómplice le asesinaron entonces, hoy profanan su tumba con la repugnante y silente bendición de la Conferencia Episcopal Española.
Después de las desgracias por la profanación de la tumba del Caudillo, a ver qué pasa ahora. Arriba España.
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D. Laureano, sus comentarios me producen asco. Si fuera cierto que José Antonio, que Dios tiene en la Gloria, hubiera puesto algún granito, éstos se habrían depositado sobre el granero que condujo al estallido de la guerra, por los asesinos del Frente Popular, apilando granito sobre granito. Caben dos opciones: o es Ud un canalla de la peor calaña o un tontolaba ignorante. Me inclino por la primera opción.
Se olvida, en su panegírico sobre José Antonio, que Franco miró para otro lado cuando se enteró de que iban a fusilarlo.
A Franco le hicieron un favor. Si no lo fusilan en Alicante, monta una guerra civil dentro del bando nacional. Si alguien se cree que habría aceptado el franquismo por las buenas es que no tiene ni idea del proyecto político que tenía … que era mandar él.
Muy bonito. Pero tampoco hay que olvidar todos los granitos de arena que puso para que hubiera una guerra civil. Ya saben, la “estrategia de la tensión” que justificará un golpe de fuerza. Así, los incidentes violentos protagonizados por falangistas se sucederán sin interrupción hasta el estallido de la guerra civil, empezando por el intento de asesinato de Luis Jiménez de Asúa, donde murió su escolta.
Lo siento, este no es Jesucristo.
Si, pero fue un hombre mejor y más honrado que tu. Además José Antonio, también luchaba por el triunfo de Cristo, además de por una vida más digna para los obreros.