La conjura de los necios y la exhumación de José Antonio
AD.- La profanación de los restos de José Antonio Primo de Rivera es la última manifestación de la abyección moral en la que está sumida la sociedad española, ahíta de porros, sexo y cerveza. Fue la izquierda la que parió una ley de Memoria histórica que dejó incólume la traición de Rajoy y que continuaron sus sucesores: Casado y Feijoo. Sin embargo, es la actitud vergonzante de Vox la que ha sobrepasado ya todos los límites. Abascal no digamos, pero Ortega Smith y Buxadé, dos facciosos de pro, se han comportado como verdaderos perrillos falderos. El uno prácticamente silente, y el segundo tan timorato y monjil que podría haberse cubierto la cabeza con una toca. Esa es una de tantas pruebas de que los 9000 euros mensuales del europarlamento y la moqueta del escaño convierten a cualquier gallo de pelea en un pollo capón.
El ignominioso traslado de los restos de José Antonio al cementerio de San Isidro; la salida del valle de los Caídos con las sirenas de la policía a todo trapo para ahogar los sones del Cara al sol en boca unos pocos fieles; la cobardía congénita de la familia del difunto, mucho más proclive a conservar sus actuales privilegios que a preservar la memoria del antepasado; el apaleo policial a los patriotas que han salvado el honor de nuestra pobre España, vitoreando al mártir de la Patria el Pan y la Justicia, han pergeñado una tristísima tragedia española que de ninguna manera merecía el fundador de la Falange.
Si las posiciones liberales de los partidos españoles les incapacitan radicalmente para defender la soberanía nacional de los zarpazos de la agenda 2030, mucho más incapacitados están para proteger los valores más sagrados de toda civilización: el sagrado respeto a los muertos.
Ya profetizó José Antonio en 1935 que prefería “una bala marxista que una palmadita derechoide. Porque es preferible morir de bala que de náusea”. El buen Dios escuchó su plegaria y se unió al coro de los mártires cuando un pelotón de fusilamiento segó su joven vida. A partir de entonces, su Falange se deshizo en luchas de poder y en traiciones enconadas de los cuadros de mando que le sucedieron, convirtiéndose finalmente en el aderezo estético de un régimen sin más ideología que el de un progreso material que acallaba cualquier atisbo revolucionario en los unos y en los otros.
El atormentado destino de José Antonio, que renunció abandonar España, cuando todavía podía hacerlo, porque le “sujetaban los muertos” (los primeros caídos de la Falange) inspiró aquel desgarrado canto que recorrió las trincheras del bando nacional cuando se desveló su fusilamiento en noviembre de 1936:
Échale tristeza al vino,
y amargura a la guitarra.
Compañero nos mataron,
al mejor hombre de España.
Una España y unos españoles que, visto lo visto y salvando las excepciones, no merecían ni la vida ni el sacrificio de aquel que hace guardia sobre unos luceros cuyo brillo no podrá empañar ninguna vileza.
España en La hora de los enanos.
Una sociedad en perdición, un pueblo degenerado, un país en bancarrota no pueden comportarse de otra manera. El castigo será a la altura del pecado.
España está embarcada en una demencial espiral de de autodestrucción, entre el furor de unos y la cobardía de otros, entre los que hacen el mal y los que miran para otro lado.
España se ha acabado. Ya no es más que una pocilga en la que se revuelcan los cerdos entre excrementos y porquerías.
Lo de pocilga lo dirás por cerdos como tú….
Lo de la familia de Jose Antonio hasta cierto punto se puede entender, querían evitar que los subversos convirtieran el acto en un akelarre judeomasónico con tintes también de satanismo como ocurrió con la profanación de los restos del General Franco.