Silencio de corderos, raza de víboras, sepulcros blanqueados
¿Es España un país racista? En primer lugar, habría que precisar si España es un país, algo bastante dudoso desde hace bastante tiempo; pero, suponiendo que efectivamente lo sea, vamos a intentar responder a ese interrogante.
Para responder a este interrogante, no se me ocurre nada mejor qué contar aquella historia real que sucedió en una Universidad norteamericana; en el transcurso de un examen, un alumno se levantó, y, dirigiéndose al profesor, señaló a un compañero que tenía cerca a la vez que decía en mitad de la clase: “Profesor, ese alumno está copiando”.
Adaptando esta historia al caso del racismo en España, imaginemos un estadio de fútbol donde hay unos energúmenos gritando salvajadas a un futbolista negro, sin que nadie del público normal que asiste a la escena se decida a increpar a esos imbéciles que están chillando insultos racistas al jugador. Indiferentes o cobardes, los espectadores guardan silencio, sin salir en defensa del futbolista insultado. En una palabra, nadie denuncia a esos botarates a los cuerpos de seguridad diciendo: “Oigan, esos imbéciles están insultando a tal futbolista”.
Muy posiblemente, el público que es testigo de estos ataques no sea racista, sino simplemente cobarde, pero yo me preguntaría si se puede mantener esta afirmación, ya que, si realmente no fueran racistas, intervendrían de alguna manera para defender al jugador agraviado, y este afán justiciero vencería a la cobardía que se podría sentir al quedar expuestos ante la jauría de maleducados.
Con esto quiero decir que no se puede sostener que el racismo sea solamente cosa de un puñado de energúmenos, como es habitual afirmar, ya que el público que asiste impávido ante este hecho delictivo y no hace nada se hace cómplice, colaborador necesario e imprescindible de ese lamentable espectáculo. Así pues, no me vale an abdoluto esa excusa de decir que los macarras eran solamente una minoría: No, el que calla otorga; el que calla, participa.
Esta inacción cobarde e indiferente que hace a la gente participe del delito de racismo se puede extender a casi todos los ámbitos de la vida, pues la norma general es que a casi nadie le importa que a su lado se esté cometiendo un delito, pues la gran mayoría de la sociedad decide mirar para otro lado, encogerse de hombros, silbar, huir por las gateras, afirmando que ese no es su problema, y que no quieren meterse en líos.
Tal ocurre, ejemplo, con la gente antiabortista que vota en las elecciones, sabiendo que prácticamente todos los partidos consienten y aceptan el aborto: con esto se hacen colaboradores de ese horrendo mal.
Lo mismo sucede en todos los casos en los que la gente, por su desidia, su cobardía y su indiferencia, se escaquea de tomar partido.
Por consiguiente, no solo los que tiran la piedra, los que insultan, los que roban, los que mienten, los que fumigan, los que pinchan en los vacunódromos, los que insultan en los campos de fútbol por motivos racistas son los únicos culpables de esos delitos, ya que sin el silencio de los corderos sería imposible una perpetuación tan flagrante de estos delitos.
Puede que la gente sea muy kobarde, pero, si de verdad la gente no fuera racista, su antirracismo sería más que suficiente para sobreponerse a la mieditis.
Y coma junto a los corderos qué son abortistas, eugenistas, racistas, ecoterroristas, fementerroristas, carteristas, etc., tenemos también en el caso del racismo en España a los políticastros, a la raza de víboras, a los sepulcros blanqueados, que no han hecho nada por penalizar el vandalismo racista de manera contundente, limitándose a archivar denuncias, a mirar para otro lado, sin ni siquiera declamar aquellas palabras huecas y vacías tipicas del politiqueo insoportable.
Esta gentuza de los hemiciclos no es que fuera kobarde… muy posiblelmente, en su fondo sí son racistas, y por eso se inhibieron de actuar, y en esta inacción también pesa lo suyo el hecho de que muchos políticos no dan un palo al agua, no quieren cumplir con sus obligaciones, no deseaban meterse en litigios de denuncias, de actas, de juzgados, de decretos… ¡Ay, qué molestia, qué fatiga! En la más típica línea del “Vuelva usted mañana” de Larra.
No han hecho nada para acabar con esta lacra del racismo, pero lo que sí han hecho estas víboras sarnosas es insultar, masacrar, torturar, marginar, despreciar, perseguir a los que no nos hemos vacunado, amenazándonos con con todo tipo de represalias, pidiendo que se nos quitaran nuestros derechos ciudadanos, que se nos despidiera de los trabajos, que se nos pinchara a la fuerza, que se nios llevara a potros de tortura, a gulags malolientes.
Y junto a los políticos que han perseguido a los non-vakunati, un número no despreciable de estos ciudadanos ejemplares que no insultan de manera racista en los campos de fútbol son los mismos que han insultado a los que no nos hemos vacunado; ciudadanos ejemplares, personas buenistas que en su vida han roto un plato, pero que, sin embargo, una parte no desdeñable de ellos han intentado hacer la vida imposible a los que íbamos sin bozales, a los que no nos pinchamos, a los que queríamos ser libres en medio del horror distópico de la plandemia.
Familias que han insultado a sus miembros non-vakunati, que les han arrojado prácticamente del clan: empresarios que despidieron a los no pinchados; periodistas que escribieron anatemas horripilantes contra los que se negaron a inocularse la pócima satánica; médicos que prácticamente obligaron a los pinchazos; gente que por la calle te insultaba si no llevabas el bozal; amigos que te insultaron dejándote de lado… Bueno ciudadanos, que no insultan a los negros, pero que no hacen nada por defenderlos de los ataques racistas, pero que sí os atrevísteis a amenazar y a insultar a los pura sangre, a los libres, a los que luchaban por mantener su dignidad en mitad de la tormenta de locura y estupidez de la plandemia.
Como decía Edmund Burke, “para que triunfe el mal lo único que se necesita es que los buenos no hagan nada”. En una línea parecida, Luther King afirmó que “lo preocupante no es la perversidad de los malvados, sino la indiferencia de los buenos”.
Entonces, entre los corderos, las víboras y los sepulcros –infienno de kobardes–: ¿es España un país racista?