Paysan Savoyard.-Los partidarios de la inmigración (y concretamente de la inmigración masiva que es la que tenemos) son de varios tipos: están los empresarios para los cuales la inmigración es econónicamente un excelente negocio; los sociólogos y los intelectuales especializados en este tema, para los cuales la inmigración consituye su sustento y su razón de ser profesional; los políticos sin alma ni conciencia que ven en esa masa humana supuestamente dócil a futuros votantes agradecidos que les permitirán seguir en el poder; y luego están los que por diversos motivos odian a la Civilización Occidental. Estos y algunos más han encontrado en esta inmigración un verdadero chollo que le cae como maná del cielo.

Pero también hay personas sinceras y desinteresadas, para las cuales la acogida del inmigrante, sean cuales sean los inconvenientes y la amplitud de los esfuerzos que conllevan esa acogida, constituye una obligación moral. La postura de esta última categoría de inmigracionistas, ya sean cristianos o simplemente personas impregnadas de valores cristianos, proviene a menudo de una adhesión a los preceptos evangélicos.

Es a estas personas a las que nos queremos dirigir, sin ánimo de polémica, para tratar de mostrarles que hacen, según nuestro parecer, una lectura profundamente errónea del Evangelio. Tienen ciertas excusas, es cierto, ya que en esto siguen, desde el Concilio Vaticano II (CVII), a la misma Iglesia y a su jerarquía más alta. Los Evangelios contienen algunos pasajes que recomiendan un espíritu de apertura hacia los extranjeros, eso no se puede negar: “Era un extranjero y me acogistéis…”. Por otra parte, en numerosas ocasiones, Cristo preconiza el reparto de las riquezas a los pobres: “Bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos…”, “Es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja…”. Otros pasajes muestran que el mensaje evangélico es universal y está dirigido a todos los hombres, iguales ante Dios. Los Evangelios promueven la paz, la reconciliación y el perdón: “Amad a vuestros enemigos…”. El texto evangélico también hace el elogio del sacrificio y del martirio: “Bienaventurado si os persiguen por mi causa…”

Es sobre estos pasajes esenciales de los Evangelios que reposan las elecciones ideológicas y las decisiones políticas efectuadas por muchos cristianos: la atención especial que dirigen al Tercder Mundo, su mansedumbre con respecto de los mantenidos y subvencionados (extranjeros o nacionales) y los delincuentes, su pacifismo, su aspiración a la abolición de las fronteras. La obligación de acoger a los inmigrantes les parece derivar directamente del texto evangélico. En efecto, el inmigrante es pobre, es extranjero y encarna como tal, lo universal: el inmigrante es por lo tanto, a los ojos de los crisitanos de los que hablamos, doblemente prioritario.

El mal comportamiento de algunos inmigrantes defraudadores, delincuentes o parásitos, no hace cambiar de opinión a esos cristianos. ¿El extranjero se porta mal, viola las leyes de la hospitalidad y muerde la mano que le da de comer? Es igual, aún así debemos acogerlo porque hay que “amar a sus enemigos”, y acaso no dice el mensaje evangélico: “Bienaventurado quien sufre por seguir mis mandamientos“? Los cristianos del CVII lo dicen claro: la lectura de los Evangelios muestra que las posiciones favorables a los extranjeros son las únicas conformes a la religión cristiana. A la inversa, querer parar la inmigración y cerrar las fronteras aparece como inmoral y claramente contrario al mensaje evangélico.

Nosotros pensamos que estos cristianos se equivocan de manera radical. Los que fundamentan sobre los Evangelios sus posiciones favorables a la inmigración, su bondad con los asistidos y los delincuentes y su principio universalista hacen, a nuestro parecer, una lectura profundamente errónea del mensaje de Cristo. En efecto, los Evangelios no son ni pueden ser ni un programa político ni un modelo de organización de la sociedad. Cristo indica a los que lo quieren imitar y vivir como santos (esos santos que serán recompensados y colocados “a la diestra del Padre”) cómo hacer para que sus vidas sean lo más parecidas a la suya. Al hacer esto, Cristo se dirige ante todo a sus discipulos. Si estos quieren seguirlo, deben dejarlo todo, familia, oficio, país, y prepararse para morir como mártires cuando llegue el momento. Es a sus discipulos y a aquellos que quieren serlo que Cristo dirige estas palabras en toda su radicalidad.

Según nuestro punto de vista, las personas ordinarias no son destinatarias de estos mensajes de la misma manera. Cristo no espera de todos unos compromisos tan absolutos. Para los cristianos “ordinarios”, los Evangelios constituyen una inspiración, una dirección, una guía de vida, pero deben ser interpretados de manera más flexible. Los Evangelios señalan una dirección: “Amaos los unos a los otros…”, “Amarás a tu Dios como a tí mismo…”. Pero no pueden ser considerados como un programa de vida completo y detallado para aplicar tal cual, un proyecto político a tomar al pie de la letra, o un modelo imperativo de organización social. Tampoco es el retrato de una sociedad ideal. Los Evangelios se sitúan muchas veces en el terreno de la metáfora y numerosas declamaciones de Cristo deben ser adaptadas a la vida concreta de cada uno. Eso es fácil de demostrar.

Recordemos, para empezar, que la religión cristiana no es una religión normativa: no se trata de respetar una serie de mandamientos prácticos y cotidianos y ser libres en lo demás (a diferencia de otras religiones que legislan en los terrenos de la alimentación o de la vestimenta, o que otorgan una importancia mayor a los rezos formales). El cristianismo es una religión a la vez menos reglamentada y más exigente. En primer lugar porque deja que el individuo sea libre y responsable. Es una religión personal fundada sobre el libre albedrío del individuo que, con la ayuda de la Iglesia, tiene la responsabilidad de determinar los medios que va a emplear para conformar su propia vida al mensaje de Cristo, sin la ayuda de una hoja de ruta detallada ni de un vademecum que hay que seguir a ciegas. Los gestos formales son poca cosa: sólo importa el amor, el amor a los demás y a Dios.

Vayamos ahora al punto central. Se cita a menudo la frase de Mateo: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En efecto, ésta es central para la comprensión de los Evangelios, pues en ella se fundamenta la distinción entre el orden espiritual y el temporal: es la base de la laícidad, introduce la idea de que las reglas de funcionamiento de la Ciudad no son ni pueden ser las mismas que las que gobiernan el Reino de Dios.

Es conveniente sacar las consecuencias de esta distinción. Reflexionemos: si consideramos los Evangelios como un programa imperativo que hubiera que respetar al pie de la letra como si se tratara de un programa político preciso y un modelo de organización social, nos daríamos cuenta inmediatamente de que la vida en sociedad sería simplemente imposible. Si todo el mundo dona sus riquezas a los pobres para seguir a Cristo, ¿quién va a trabajar? ¿Quién forma familias? ¿Quién engendra y cria niños? Si todos rechazan la propiedad individual, ¿quién edifica casas y las mantiene? Si todos viven como San Franciso de Asís y hacen voto de pobreza en aplicación estricta de los Evangelios, ¿qué pasa entonces con la actividad económica? Cristo ha amado a los niños, a las personas corrientes, a la gente de trabajo. A todos les ha pedido de abrir su corazón, pero no les ha pedido cambiar radicalmente su modo de vida.

En el tema de la inmigración podemos aplicar el mismo razonamiento. Si consideramos un deber acoger a todos los extranjeros y despreciamos las fronteras, ¿qué pasa con los servicios públicos? ¿De qué manera los sistemas de seguridad social equilibrarán sus finanzas? ¿Cómo vamos a preservar el entorno social y el medio ambiente en un contexto de explosión demográfica?

Llegado a este punto de la discución, los lectores de los Evangelios según CVII oponen el argumento siguiente: “Hoy es sin duda difícil llevar a cabo una sociedad conforme al ideal evangélico, que da prioridad a compartir con los pobres y a acoger a los extranjeros. Pero eso debe ser un objetivo, un ideal. Y debemos tomar decisiones que nos sitúen en esa dirección“.

Estos lectores idealistas de los Evangelios se equivocan una vez más. La cuestión no es aplicar estos mandamientos (prioridad a los pobres, acogida de los extranjeros…) mejor mañana antes que hoy, pues lo que es imposible hoy lo será también en el futuro. El hombre que vivirá dentro de varios milenios será lo que es hoy: un hombre. Y estará tan apegado como hoy a la necesidad de formar una familia, mejorar su condiciones de vida y cerrar la puerta de su casa cuando caiga la noche. La visión de los Evangelios vistos como un modelo de organización y como una utopía social es perversa y falsa por naturaleza, y así permanecerá en el futuro.

Según nuestra opinión, los Evangelios deben ser leídos de la manera siguiente. Algunos mandamientos son imperativos. Violentar, humillar a los demás, robarlos, es obviamente pecar. Otros mandamientos deben ser interpretados y adpatados a la vida concreta de cada cual (salvo en el caso, que mencionabamos más arriba, de las personas que se sienten llamadas a una vida santa).

Amar a su conyuge, querer y educar a sus hijos, respetar a sus padres y asistirlos en la vejez, no perjudicar conscientemente a los demás, con el robo el engaño, la humillación, respectar sus deberes sociales, trabajando, sin defraudar y sin vivir a expensas de los demás: todo esto lleva a una vida cristiana plenamente lograda.

En cambio no se puede pedir a nadie acoger en su casa a marginales a riesgo de poner en peligro su familia, o quitar a sus hijos en provecho de los hijos de otros, o consagrar su tiempo al militantismo “humanitario” descuidando su propia familia. Estos comportamientos no conforman una vida cristiana sino desvelan una patología mental. Provienen del mismo desorden sicológico tanto la voluntad de acoger en su país a cualquier precio todos los extranjeros que a sus puertas se presenten en detrimento de sus compatriotas como la tendencia a la complacencia hacia los delincuentes y los parásitos.

Digamóslo claro: nos parece completamente moral y conforme a los Evangelios reservar nuestra atención y nuestros cuidados a nuestros hijos y a nuestra familia, cerrar la puerta de nuestra casa y amar nuestro país de manera prioritaria.

La lectura que hacen de los Evangelios estos cristianos que se ven a si mismos como apóstoles es a menudo hipócrita. Los idealistas, cristianos o no, se hacen demasiadas veces los generosos con el dinero y la tranquilidad de los demás. Mientras pueden se las arreglan para vivir en lugares protegidos lejos de todo aquello que defienden, y llevan sus hijos a escuelas privilegiadas, lejos de los conflictos y peligros que son el pan diario de la gente del común. Además, cuidan mucho su cuenta corriente, y se desprende muy pocas veces de lo suyo para vestir a los pobres.

Digamos además que la visión idealista y radical de los Evangelios puede ser considerada como uno de los orígenes del totalitarismo comunista. En efecto, desde Las Luces, una nueva religión ha sido instaurada, la religión comunista, que hizo de la Igualdad un nuevo Dios. Esta religión de la igualdad sigue bien viva, a pesar de que el comunismo ha perdido su antiguo lustre. Es, por cierto, la imposición de las ideas comunistas lo que ha conducido a la Iglesia a equivocarse de camino desde hace más de medio siglo.

Los universalistas y los inmigracionistas, que creen aplicar el mensaje de Cristo acogiendo al Otro y condenando los “xenófobos”, hacen de los Evangelios una lectura profundamente falsa. Al abogar por echar el dinero público en el pozo sin fondo del Tercer Mundo, al demostrar su debilidad y su complacencia hacia los delincuentes, los asistidos, los vagos, los parásitos y sobre todo al dejar entrar masas de inmigrantes provenientes de países profundamente extraños a nosotros, estos están destruyendo la sociedad y la civilización europeas, cuyas raíces son en gran parte cristianas.

Si no corrigen a tiempo su camino y toman consciencia de sus errores, les pasará lo que a todos los europeos: serán marginalizados, amenazados y agredidos en su propio país. Pueden incluso que sean los primeros en ser perseguidos, como los son los cristianos en los distintos países en donde domina esa otra religión mesiánica que es el islam. Tal vez algunos cristianos se alegrarán de su destino, pues quizás aspiren, de manera confusa, a morir como mártires.

Que reflexionen a esta última constatación. Es en el seno de la civilización europea, y en ella únicamente, que la religión cristiana ha echado raíces y ha florecido. Es muy probable que la desaparición de esta civilización, consecuencia ineluctable de la invasión migratoria, si esta no es frenada y revertida, se traducirá en la desaparición de la misma religión cristiana.