Triste, triste, triste
¿Qué le estremece más? Que él le regale un anillo de diamantes inmaculados o que durante un descuidado paseo invernal por los jardines húmedos de su pueblo, su enamorado, en un penetrante abrazo robe el frío de su cuerpo mientras vierte susurrante al oído, con agitado aliento, cómo le adora ahora que le estrecha entre su rotundo pecho. ¿Qué le conmueve más? Recibir una corbata de Loewe o que ella, vestida con un desnudo iluminado por las brillas de una modesta hoguera, le abrace con su piel abandonada, mientras que con la punta de su delicado dedo dibuja los surcos de su rostro y mirándole con ojos vidriosos le confiese, con dulce voz femenina, que está en un abismo de amor por usted.
¿Qué le emociona más? Que una película haya costado veinticuatro millones de euros o que su elenco le haya fascinado hasta arrancarle de su butaca y meterle en su piel logrando identificarle con los padecimientos y deleites de su personaje. ¿Qué le seduce más? ¿La ostentación o la bravura de la sencillez?
A mí, personalmente, en todos los casos, me seduce más la segunda opción. Por ello, me siento decepcionada después de haber visto la película Alatriste: la superproducción de la historia del cine español que Reverte dijo era maravillosa y por quien yo fui a ver. Lejos del impresionante vestuario, la humedad que se te cala en los huesos y el infructuoso intento de dar a conocer el auténtico Siglo de Oro español, la interpretación de sus actores es de una frialdad absoluta. He de excluir, tan solo, al magistral andaluz Antonio Dechent y Juan Echanove por haber sido capaces de meterse y meterme en el pellejo de Garrote y Quevedo respectivamente a quienes he visto, por ellos, por primera vez en mi vida, vivos. Poco más. El resto actúa, como en un eterno ensayo impostado, envarados por respetar la iluminación, la composición fotográfica y representar enjaulados en un castellano presuntamente antiguo, que por el contrario, te mantiene en el siglo veintiuno. Sus infortunadas actuaciones, no permiten olvidar las actuales series de televisión en las que participan. Ni siquiera, el protagonista Mortensen, quien presume de haber realizado un indudable gran esfuerzo por conseguir rodar en español alcanza la credibilidad. El propio director, Yanes, se jactó de que no había sido necesario doblar al protagonista, por lo que, Vigo, parece hablar, como escribió el mordaz David Gistau, como si estuviera visitando a un logopeda para rehabilitarse de un derrame cerebral: las frases más trágicas se van al carajo y hasta quedan cómicas porque parece que las pronuncia Tony Leblanc haciendo de gangoso.
Quien suscribe, el único escalofrío que sintió en el cine viendo la película, lo produjo la potencia del aire acondicionado. Triste, triste, trise.
Pues ya espero para ver semejante bodrio, a Reverte, le regalaron bien el oido y supongo que el bolsillo y se cargaron una historia pensando que sería suficiente con el atrezzo y un actor de Jolivú