El déspota
Mientras el déspota se pasea a todo lo largo y ancho por los cielos de Europa, paladeando buen jamón y saboreando mejor vino, España agoniza gracias a su maravillosa gestión. Cuentan que sus idas y venidas entre nubes suelen ser tediosas, aburridas y monótonas. Absorto en sus pensamientos, mira al horizonte por la ventanilla de la derecha, esperando con indisimulada ansiedad el momento más emocionante del viaje. Las nubes tocan a su fin, y poco a poco el Falcon va dejando atrás los últimos jirones. De repente el sol inunda hasta el último recoveco de la nave. El astro rey se muestra radiante, exultante, rabiosamente luminoso. La ceremonia que está a punto de suceder está perfectamente ensayada, planificada hasta la extenuación. Más aun cuando en el publirreportaje que le van a hacer a costa del dinero de todos los españoles, la escena aérea será la más importante.
De soslayo echa una mirada al respaldo de su sillón, observa la chaqueta de su terno gris, nueva, recién pasada por el tinte. Posa la mano derecha en el bolsillo interior y extrae la funda de sus gafas de sol. Son unas Rayban último modelo, de estilo vintage, idénticas a las que siempre llevaba JFK, las saca y exhala un suspiro. Cuántas miles de veces pensó en ese momento, cuántas fotografías tiene en su álbum particular, no menos de trescientas mil. Saca las gafas con cierto estilo sanchista, las mira durante un segundo, como se mira a una mujer cuando se está a punto de besarla, y se las pone. Su rostro de por si adusto, más bien agrio, se dulcifica, componiendo el gesto que tanto le costó imitar, quedándose en la fachada, y no en la supuesta grandeza que atribuyeron a su dueño. Exhala el enésimo suspiro del día, mira despreciativamente al subalterno que le acompaña y por fin sonríe, ese es su mejor momento del día. Se siente grande, importante, sabe que es el líder más importante de Europa, y parte de África septentrional. Ordena que le hagan no menos de veinte fotos, de las que más tarde escogerá las veinte más importantes, y vuelve a suspirar. Es el más grande, o como poco el más alto.
La escena es imaginaria, pero conociendo al sujeto en cuestión, no creo que vaya muy desencaminada.
A lo largo de la historia se ha escrito hasta la saciedad sobre los políticos más repugnantes, odiados y miserables.
Hubo un famoso sátrapa al que le gustaba pasear por las calles ayudando a las viejecitas a cruzar la calzada. Eso sí, rodeado de escoltas armados hasta los dientes. Se tienen noticias de otro miserable dictadorzuelo que azotaba con un látigo de siete colas la espalda de uno de sus muchos esclavos, acción con la que trataba de lavar sus propias culpas.
Luego ordenaba que curasen la espalda del pobre diablo, y una vez curado, era fusilado. Incluso hubo un déspota caribeño que juraba una y otra vez no volver a robar los bienes y haciendas de los sufridos ciudadanos a los que pisoteaba. Respetaba su palabra hasta que volvía a necesitar dinero para pagar sus vicios, y los de sus amigos. La lista es interminable, pero mientras el mundo sea un estercolero en el que pululan este tipo de fulanos, la lista seguirá agrandándose.
Escaso bagaje el de estos tipos, tanto cultural como profesional, no hablemos moralmente. Ellos mismos son los que dictaban y dictan las reglas, los mandamientos humanos y hasta los divinos. La estirpe nunca se extinguirá mientras los hombres soporten lo insoportable.
Algunos biógrafos de ésta especie aseguraron a posteriori que siempre vieron una micra de arrepentimiento en ellos, un mínimo y escuálido sentimiento de culpa en el fondo de sus almas. Sin duda tuvieron que escarbar bastante. Este tipo de biógrafos y exégetas hacen su función como las malas rameras, con el contador del tiempo y la pasta encima de la mesita de noche.
En el caso del personaje que nos ocupa no encontrarán nada, ni actos de contrición, ni asunción de culpa por su nefasta forma de gobernar, ni disculpas por su machacona afición a mentir, ni nada que se parezca a algo que recuerde una mínima disculpa. No hace falta ser un genio para saber que el protagonista de este cuento es Pedro Sánchez Pérez Castejón.
La crítica es política, no es privada ni personal, allá él con lo que haga en su ámbito privado, lo que haga en su vida privada no es de mi incumbencia. En cambio sí lo es como presidente, como personaje público al que todos le pagamos el sueldo que inmerecidamente gana, pero sobre todo por la repercusión que sus actos van a tener en nuestras vidas y en nuestros futuros. Si en el diccionario de la RAE cada una de las palabras estuviese acompañada por un dibujo o fotografía explicativa, el actual presidente acapararía varias decenas de ellas, y ninguna de ellas sería agradable a sus oídos.
Somos millones de ciudadanos los que aún tenemos memoria, por ello recordamos las promesas que hizo durante su discurso en la moción de censura a Rajoy. También en la toma de posesión de su cargo de presidente del gobierno de España. Y en la campaña electoral posterior, en la que hizo decenas de promesas, todas ellas incumplidas.
Recordamos sus entrevistas, hablando de las ruedas de prensa del anterior presidente, y de su afición por el plasma. Recordamos lo que dijo de no pactar con el partido bilduetarra, lo repitió hasta ocho veces. También recordamos lo que dijo sobre Pablo Iglesias, y sus palabras sobre las pesadillas que tendrían tanto él mismo como todos los españoles si Iglesias llegara a formar parte de un gobierno. Nos acordamos de todas y cada una de sus trolas, embustes, mentiras y añagazas, de su doblez, de su desfachatez y su miserable forma de tratar a la ciudadanía española. La hemeroteca y la videoteca son su peor enemigo, es su conciencia. Lo malo es que muchos pensamos que no la tiene.
Tenemos muy fresca en la memoria su comportamiento anterior al desastre del Covid19, su repugnante y temerario sectarismo al no avisar a la población sobre lo que se nos venía encima, sabiendo como supimos más tarde que su gobierno estaba informado, por no hablar de sus dos confinamientos a la población, declarados ilegales por el TC, y su no presencia en ningún centro hospitalario, negando su proximidad y aliento a enfermos y familiares de los más de 150.000 muertos. Todo ello bajo un gobierno que se mostró autoritario en su forma de gobernar abusando de los reales decretos ley a espaldas del congreso.
Nos enteramos por los medios de comunicación de las oscuras decisiones de compra de material sanitario a empresas sin domicilio físico, ni fiscal, denunciadas tanto en el Congreso como en los tribunales. Su torpedeo constante a las CCAA en sus decisiones y estrategias. Recordamos el esperpento de la “cogobernanza”, patraña tras la que se escondió para ocultar su más que acrisolada inutilidad. Evitó tomar decisiones impopulares pero efectivas, dejando la tarea a otros. Nunca dio la cara, solo compareció ante los medios subvencionados para acribillarnos con su interminable verborrea, como un Maburro cualquiera. Asistimos a un recital de incongruencias, de torpezas y de estupideces, soportando las interminables diatribas por parte de sus más leales colaboradores, gentecilla de reconocida insolvencia, estupidez y sectarismo. Conociendo al jefe del “circo”, no era muy difícil catalogar a sus saltimbanquis, equilibristas, funambulistas, domadores y payasos. Todo esto, dicho sea de paso, en clave política.
Nos acordamos perfectamente de los nombramientos que realizó, tanto a amigos, como a conocidos, a todos los que ha favorecido con su más que reconocido nepotismo, repartiendo cargos y dineros como si fuese el dueño de la finca a la que cada vez somos menos los que la llamamos España. El que denunció las puertas giratorias instaló una en su despacho, haciéndola funcionar a toda velocidad y sin descanso, como si de un banderín de enganche se tratara.
Sembró de subvenciones a todos los que le pasaban la mano por el lomo, diciéndole -“¡Que grande eres Pedro!”-. Subvencionó a los sindicatos, comprando paz social a golpe de talonario. Sindicatos para los que la paz social consiste en sentarse a dialogar alrededor de una mesa, mesa en la que las cigalas y los percebes son los únicos interlocutores válidos para esta grey de chupones y vagos.
Compró todo y a todos, con cargo al bolsillo de todos, pero sin contar con nadie. Subvencionó a la prensa de su cuerda, grupo de impostores, advenedizos y falsarios. Chusma anquilosada en el “reciente pasado” de 1936, no por ideales, los chequistas nunca los tuvieron, sino más bien por llenar sus fétidas y pútridas faltriqueras. Con “Su Sanchidad” en el poder, nada malo existe, todo es relativo, nada permanece. Sus titulares dejan de ser noticia a los cinco minutos, los mismos que tarda el nuevo Papiso en cambiar de opinión. Siempre dije que la prensa progre debería haberse dedicado a la cría de babosas, más que nada por ahorrarse sus propias babas. Entrevistar a Sánchez siempre se convierte en un esperpéntico masaje, masaje donde las preguntas van impregnadas con vaselina y las respuestas son gemidos más o menos incoherentes. El que venía a redimir al cuarto poder lo rebajó a la categoría de basura, maloliente y putrefacta. Exceptuando unos pocos medios, y un puñado de valientes con la dignidad como bandera.
Los españoles hemos perdido la cuenta del tiempo que lleva este personaje en el poder, no por no saber contar el tiempo que lleva, sino más bien por la angustia y la desazón que produce ver que no hay final en esta maldita pesadilla. Algunos exégetas del sujeto en cuestión, se enervan ante la crítica que la llamada ultraderecha hace de este efebo monclovita. Son los efectos nocivos que les causa el halo que desprende su benefactor. ¿Dónde iban a poder escribir si no masturbasen compulsivamente al becerro que les surte?
En tiempos de zozobra y crisis mundial, el nuevo rajá se rodeó de veintitantos ministros, ministras y ministres, de tal guisa se hacen presentar ante los primos que les mantenemos. El amo se hace rodear de más de mil asesores, muy pocos, dada la sabiduría que “atesora” el nuevo rico. Tenemos el mayor número de estómagos, culos y coños agradecidos del mundo conocido, y del desconocido también. Todo es poco cuando se trata de éste sujeto, antes de él todo, después de su paso nada. Sus ministros, ante el alud de dinero que se les viene encima, se dedican a repartir el maná colocando a queridas, queridos y adosados, todo sea a mayor gloria del nuevo Mascarón. Los españoles debemos hasta el alma, pero eso no va con este mazámpulas ensoberbecido engreído y cursi. Si fuese flor, sería un narciso.
Tenemos el gobierno más verde de la vieja Europa, pero el déspota viaja en Falcon y Súper Puma, aunque sea para desplazarse a escasos kilómetros. La desfachatez es tan obvia que al parecer sólo la ve la ultraderecha, la izquierda sólo ve por los ojos del que les mantiene. El panorama es sombrío, negro, aterrador, pero desde el Falcon el tipo sólo ve hormiguitas guardando grano, para que el nuevo amo pueda disponer del esfuerzo de los demás, cuando le plazca.
Este nuevo Pantagruel no dudó ni un segundo en pactar con los herederos de la ETA, algunos entre los que me encuentro les llamamos de otra forma menos delicada, pero en público me abstendré. De despreciables y amorales pasaron a socios preferentes. De Otegui dijo Zapatero que era un hombre de paz. Para Sánchez lo son todos los hijos de puta que asesinaros a cientos de españoles. Nada le frena, nada le espanta, todo le sobra, nada le falta, así es este sujeto al que millones de españoles le deberán su ruina, su sufrimiento y su desesperación. Comerciar con las víctimas no tiene nombre, deberles el puesto a sus verdugos tampoco, pero qué más le da. En el paraíso sanchista, todo es distinto a lo que parece y lo que parece no existe.
Sánchez no respeta el parlamento, ni las reglas democráticas. Nunca responde a las preguntas de la oposición. Es más, se ríe de ellos desde su atalaya de matón. Desprecia los símbolos, no le interesan las formas ni los reglamentos. Ha “clausurado” el Portal de la Transparencia, decretando como secreto de estado sus múltiples atropellos. Gobierna a decretazos, arropado por golpistas, chavistas, comunistas y bilduetarras, heterogéneo brebaje donde nunca faltan tontos útiles y algún que otro remilgado al que termina por engañar una y otra vez.
Sus viajes al exterior se cuentan por fracasos, es una copia de Zapatero, pero en bonito. Sánchez no sirve a España y su ciudadanía, al contrario, se sirve de ambos. Parece fácil escribir sobre este sujeto, pero es tarea complicada. La razón es simple, son tantos los agravios y bajezas sufridas por la ciudadanía en su conjunto, y por cada uno de nosotros en particular, que a la hora de ponerlo negro sobre blanco, las palabras se agolpan en nuestros dedos y lo que sale es lo más parecido a una denuncia por robo, violación, y agresión continuada.
Cuando se gobierna con modos, formas y maneras de déspota, el asunto termina mal, muy mal, extremadamente mal para los que lo sufren. El déspota hará mutis por el foro y se colocará en otro lugar para seguir esparciendo su semilla. Hoy, a día 24 de marzo, el panorama es siniestro, tenemos una huelga general, sin que esta vez la hayan decretado los sindicatos. El problema con Marruecos acrecentado. Y en el horizonte el fantasma del hambre, la miseria y la desesperación. Ese es el legado que dejará el déspota Sánchez.
Este es el juicio que me debe el actual presidente del gobierno de España. El más nefasto y el más incapaz, el más sectario y el más embustero. Un ególatra frio y despiadado, un tipo que sólo piensa en él y en su bienestar. Cualquier juicio político que pueda hacérsele, es inútil. Este sujeto no es un político al uso, como no puede ser al uso la crítica, política por supuesto, que pueda hacerse de él. Para el que suscribe, la palabra que mejor puede describir a Pedro Sánchez, es la que encabeza esta crítica. Para ustedes, la que más les plazca, seguro que será merecida.
Estupendo artículo, felicitaciones a José Expósito y a Don Armando Robles por los nuevos articulistas.
Clavao. Ni sobra una coma. Si acaso faltarán más agravios. Es un chulo matón tipo mafia siciliana. El déspota de las marismas. Vamos, que sobrepasa con creces a Luis XIV.