¿Cambio o sanchismo?
Francisco Marhuenda.- Hay dos cosas que nunca he compartido de los procesos electorales. La primera es el día de reflexión. Me parece una enorme chorrada. Es la expresión de un patético paternalismo que hace suponer que los ciudadanos tenemos que reflexionar el día antes de depositar el voto. Nos sentamos en el salón de casa, nos servimos una bebida, la música de fondo no muy alta para que no nos despistemos, ponemos los programas de los distintos partidos sobre la mesa, leemos las notas que hemos ido tomando a lo largo de la campaña y, finalmente, decidimos en voto. No conozco a nadie que dedique el sábado a reflexionar sobre esta cuestión. Ese día, los candidatos intentan mostrar su cara más personal que siempre gusta al público. Feijóo se fue con su mujer a una juguetería y eligió un regalo para su hijo. La verdad es que se lo merece, porque solo lo ha visto en la tele. Luego ha comprado tomates, huevos y patatas. Me gusta la elección, porque suena a tortilla de patatas, no sé si con cebolla o no, y el tomate puede servir para una ensalada o para hacer pan con tomate que me gusta mucho.
Sánchez decidió ir en bicicleta por la montaña como buen adalid del ecologismo. Hubiera quedado raro que fuera en Falcon o en helicóptero. Lo más tierno fue cuando le ofreció un beso a Begoña con el casco de ir en bici puesto. Es ciertamente incómodo, pero ninguna barrera puede impedir el romanticismo. Por cierto, le daré un disgusto, pero coincide en su amor por la naturaleza con Abascal que aprovechó el sábado para cuidar los árboles y plantas de su jardín. No hay nada mejor que un día con la familia.
Finalmente, Yolanda Díaz decidió tomarse un vermut con sus colegas. Estaban Carla Antonelli, Ernest Urtasun y Elisabeth Duval, la reputada filósofa, poeta, escritora y no sé cuántas cosas más. No tocaba plancha y luego se fue al cine a ver «Barbie». Si lo llego a saber me apunto, mi presencia hubiera dado un punto de color. Por cierto, mi hija me ha dicho que vale la pena porque es una obra de autor. Creo que un análisis de lo que hicieron los candidatos confirma que hubieran podido seguir la campaña y descansar el próximo fin de semana.
La otra chorrada de la legislación electoral es la prohibición de publicar encuestas. Una nueva muestra de ese zafio paternalismo que conduce a que nos traten como personas sin criterio e influenciables. Habría que exigir al nuevo gobierno, sea del signo que sea, que emprenda una reforma para resolver estas dos cuestiones. Lo digo sin mucha convicción, porque todo seguirá igual. Es cierto que hay otras cosas que se podrían modificar. Me gustaría un sistema de circunscripciones pequeñas y unipersonales, porque otorgaría auténtica independencia al diputado. Esto sí que es imposible, porque no conviene a los partidos.
Lo más positivo es que este domingo podremos elegir entre el cambio y la continuidad del sanchismo. Sea cual sea el resultado lo acataré, como cualquier demócrata, porque los españoles habrán expresado su deseo en las urnas. Me temo que gozaremos de un calor infernal, pero como diría cualquier político o periodista cursi es «la fiesta de la democracia». No soy muy aficionado a las fiestas, pero me gusta la democracia y cuanta más mejor. No acepto ningún tipo de autoritarismo y creo en el respeto de las minorías. No comparto ni las declaraciones institucionales o el plasma, sino que me encantan las ruedas de prensa.
Es una deformación de periodista. Me gustaría un Parlamento en el que los diputados no fueran prisioneros de las direcciones de los partidos y en los que el presidente del Gobierno y los ministros respondieran lo que les preguntan y no lo que les da la gana. En esta «carta a los Reyes Magos» incluiría un sector público institucional y empresarial formado por profesionales elegidos por los criterios de mérito y capacidad. Por supuesto, con una Administración Pública despolitizada en sus cargos directivos con la excepción de los ministros y los secretarios de Estado. El resto deberían ser funcionarios. En ese mundo ideal despolitizado e independiente incluiría la Justicia, la Fiscalía General del Estado, el CGPJ, el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo, el Tribunal Constitucional y los órganos reguladores. Por supuesto, que no se gobernara a golpe de real decreto ley.
Es utópico esperar que los medios de comunicación públicos sean independientes. Nos referimos siempre a la BBC, pero es una asignatura pendiente que me temo que nunca veré superada. Eso de la objetividad y la independencia es un objetivo inalcanzable. Lo malo es que se pagan con el dinero de todos los españoles.
Me gustarían unos sindicatos que no estuvieran mediatizados por los respectivos partidos que los manejan y que no pidieran el voto para nadie. Otra cosa es que expresen sus reivindicaciones, pero resulta grosero que elijan el partidismo. Les faltó amenazar con una huelga general si no salen los suyos.
Está claro que no representan a los trabajadores, sino a los que militan en los partidos de izquierda.
Por otra parte, eso de la «cultura» me produce bochorno, porque consideran que solo hay una cultura y es la de ellos. Hay algunos que son solo bustos parlantes y que no han hecho ninguna aportación destacable. Algunos son caras conocidas, pero muchos se limitan a ser ilustres desconocidos. No hay más que ver la pobreza académica de sus currículums. A pesar de ello son «la cultura». El resto debemos ser la incultura, aunque haya académicos, profesores, escritores, artistas…. Esa apropiación ha sido siempre habitual en la izquierda política y mediática. Por cierto, me gusta la verdad y no las mentiras.
Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)