Feijóo no debe hacer lo que Rajoy en 2016
Mayte Alcaraz.- En enero de 2016 Mariano Rajoy cometió un error: declinar el encargo del Rey para intentar su investidura. Aquella decisión se justificó en que el presidente del PP no quería pasar el mismo trago que su homologo y amigo portugués, Pedro Passos Coelho, en una sesión similar dos meses antes en el parlamento luso. En ese pleno, el líder de la derecha portuguesa, que también había ganado pero no tenía votos suficientes para gobernar, intentó defender sin éxito su programa de gobierno, y sus rivales de la izquierda –cuatro partidos radicales– aprovecharon para replicarle con un discurso demagogo y populista que se convirtió en su más eficaz plataforma propagandística. Un pleno tormentoso que terminó con Passos en la oposición y el socialista Antonio Costa de primer ministro, cargo en el que continúa (por cierto con políticas exitosas y conciliadoras, muy lejos de la «marca Sánchez»).
Además, otro factor pesó en Rajoy: el chantaje al que Pablo Iglesias sometió a Pedro Sánchez, mientras éste era recibido por el Rey, exigiéndole dirigir el CNI, Economía, Defensa, Educación, Justicia, Interior y el control de RTVE, a cambio de prestarle sus votos. Esto lo interpretaron en Génova como una oportunidad pintiparada para obligar al candidato socialista a dar un paso al frente y «mojarse» con una alianza de perdedores, algo similar a lo que pretende ahora. Aquel día del desafío de Iglesias, tanto Felipe González como Alfredo Pérez Rubalcaba hablaron del «bochorno» infligido a un partido como el socialista, con 137 años de historia. Así que los gurús populares pensaron que el órdago de Iglesias obligaba al socialista «a retratarse» y eso pasaba porque Rajoy dejara «pista al artista».
Sin embargo, con todos los cálculos tácticos que se quieran hacer, aquella fue una infeliz decisión. Se pueden enumerar las razones estratégicas que se quiera, pero cuando un dirigente de un partido de Estado tiene la oportunidad de explicarle a su país por qué quiere ser su presidente, no debe dejar pasar el turno. Un año después de la espantada de Rajoy, Inés Arrimadas hizo lo propio tras los comicios catalanes en los que obtuvo la cosecha histórica para el constitucionalismo de ser la líder más votada en plena ofensiva del procés. También ella rehuyó el deber de Estado.
Ahora en el PP andan noqueados ya que todo lo que no fuera echar a Sánchez, parece un fracaso. Ya nadie parece valorar que Feijóo ha levantado al partido de los 89 escaños de Casado y Teo a los 137, es decir, 48 más, que son la friolera de tres millones de votantes que han confiado en el PP y no lo hicieron en 2019. En 15 meses ha acumulado un capital político incontestable: ha cohesionado a un partido destrozado por las luchas internas y ha reconquistado todo el poder territorial para sus barones, convirtiéndolos en un contrapeso liberal contra las políticas sectarias socialistas. A esos electores, y seguro que a muchos más que se tragaron la falacia de que Vox iba a recortar nuestros derechos y votaron con la nariz tapada a Su Sanchidad, les debe el centro-derecha una alternativa al engendro de Gobierno que pergeña Sánchez desde La Mareta. Quienes conocen bien al partido conservador saben que dentro, e incluso desde cómodos sofás de jubilados de la política, ya hay francotiradores apuntando al líder gallego. Esperanza Aguirre parece vivir en 2008 cuando –ella sí, Ayuso ahora no– quería cobrarse la pieza de un presidente –Rajoy– que tardó ocho años en ganar las elecciones pero que finalmente lo hizo y por una mayoría absoluta arrolladora.
Claro que el PP tiene que hacer mucha autocrítica, repensar las relaciones con Vox y elaborar un mensaje conciliador para ellos y para todos los dubitativos votantes de derechas. Pero sobre todo Feijóo tiene que subirse a la tribuna de las Cortes Generales, impulsado por ser el líder más votado y por atesorar una mayoría absoluta nada desdeñable en el Senado, para hablarles de esperanza a los españoles, de que el sanchismo no es una lotería genética inamovible y de que hay un proyecto de unidad, consenso y respeto por la democracia que ganó el 23 de julio, aunque enfrente la aritmética parlamentaria permita que forajidos, golpistas y etarras a los que une el odio a España den la llave de La Moncloa a un señor sin escrúpulos. Y si no lo hace no será por evitar la inmoralidad, sino porque el delirante político de Waterloo se lo niegue. Y entonces nos intentará vender que ha sido él el que no ha querido aceptar su apoyo. Al tiempo.