El sacrificio de los corderos
Todo ser viviente tiene su función en la creación, su vocación, una misión que cumplir en el destino universal. Los animales no tienen alma, pero también ellos participan como protagonistas en el devenir de la historia. Es así como las cabras tiran al monte, los lobos tiran a las estepas, y los corderos tiran a los sacrificios, a las piras incendiadas, a holocaustos innumerables.
Sí, existe el silencio de los corderos, pues muchos ni siquiera balan cuando los cuchillos carniceros destrozan sus gargantas, pero es mucho más importantes su misión sacrificial, hasta el punto de que el oblación sucedida en el calvario es el culmen de la vocación crística de ser el cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Tras los últimos ataques del NOM a la humanidad, parece que hemos quedado divididos entre los despiertos y los borregos, término peyorativo con el que calificamos aquellos de nuestros congéneres que se han dejado engañar y lobotomizar, y que finalmente han ido sin rechistar a los mataderos, a los pinchódromos, a los maléficos pinchaderos, donde se ha perpetrado una colosal hecatombe. Prefiero llamarles corderos, antes que borregos.
Hace poco una amiga bien despierta me comentó que su padre se había pinchado ya tres veces, a pesar de sus intentos para que entendiera la verdad. Pero no hubo manera: su padre iba una y otra vez al pinchódromo, a pesar dice el inóculo satánico le había producido efectos adversos. Todavía fue una cuarta vez, con la cual se agravaron los efectos colaterales.
¿Cómo se puede explicar esto? ¿Cómo entender un hecho tan incomprensible? Desde mi punto de vista, este misterio tremebundo solamente es accesible partiendo del hecho de que gran parte de la especie humana ha venido a este mundo precisamente en esta época tan trágica justamente para inmolarse, para sacrificarse, para entregar sus vidas con el fin de quitar los pecados del mundo, lo que, traducido a los tiempos actuales, viene significar que los corderillos han ido triscando a las guillotinas justamente para librarnos a los despiertos de la persecución, de las amenazas, de la promulgación de leyes tiránicas que podrían apuntar a vakunaciones obligatorias, y medidas despóticas de la peor calaña. Es un hecho evidente que los países que han sido más refractarios a los inóculos satánicos han sido aquellos donde las medidas totalitarias han sido más ominosas, porque los países tenían que cumplir con un cupo vakuneitor, y se tenía que alcanzar por las buenas o por las malas.
Ese cupo es el que han cumplido los corderillos, salvándonos a los despiertos de vivir bajo la cúpula del trueno.
Igual que nosotros, los despiertos, no podemos renunciar a nuestras ideas por mucho que queramos, soportando discriminaciones, persecuciones, marginaciones, insultos, todo tipo de peligros, y todo tipo de odios, pérdida de familiares y amigos, pérdida de trabajos… No podemos porque justamente hemos venido a esta época para ser apóstoles de la verdad, para enfrentarnos a las élites luciferinas, para alzar la voz en los páramos de silencio, para poner pie en pared contra las fuerzas del mal, para intentar sacar de los apriscos carceleros a los corderos que esperan silenciosos su hora para el sacrificio.
Casi todas las mañanas me hago un chequeo a mí mismo, y bailo en la decisión de dejarlo todo, de renunciar, de dejar esta lucha sin cuartel, de salirme de las trincheras para dedicarme a la vida contemplativa en una apartado orilla. Pero es imposible, no hay manera, y aquí seguimos, aquí estamos, con el cuchillo entre los dientes, echados al monte, aullando en las estepas.
No sé si estará en nuestro ADN, pero lo que está claro es que hemos nacido con esta misión, y, por mucho que pretendamos ignorarla, nos es imposible. Pues bien, esto mismo le sucede a los corderos, que obedecen todo sin rechistar, que confían ciegamente en las autoridades, que ofrecen sus brazos a los inóculos, sus mentes a pútridos medios de comunicación. Todavía no han ofrecido sus almas al Señor de las Moscas, y éste es el principal trabajo que tenemos los despiertos, los que tenemos conciencia de que estamos en una colosal batalla por las almas en este fin de los tiempos.
Así pues, tengamos paciencia, comprensión, y tolerancia con estos hermanos nuestros que se han sacrificado por nosotros.
Seguramente una parte relevante de los corderos ha despertado ante la magnitud del colosal Himalaya de mentiras con que los han engañado, y ya están empezando a cambiar sus balidos lastimosos por rugidos, su silencio por truenos de acusación contra quienes les han arruinado la vida. Es nuestro deber acogerlos, enseñarles cómo aullar, y, prietas las filas, firme el ademán, arrostrar con valor y con arrojó el diluvio que viene: venceremos.