“¡A tal grado…!
Llamar a alguien estúpido es peligroso, porque todos estamos mucho más limitados de lo que desearíamos, y las estupideces son a menudo el modo de aprender. Pero hay casos. Hace poco, en una aldea gallega, oí a una chica decir a algún compañero que habría metido la pata mientras descargaba una furgoneta: “Xa sabía que moi listo non eras, ¡pero a tal grado…!” Me hizo mucha gracia por la expresividad, el tono burlón y al mismo tiempo riente y amistoso.
Me acordé del leve episodio mientras, aprovechando un resfriado que resultó covid, escuché en el móvil algunas entrevistas a Vargas Llosa. El escritor vino muy joven a Madrid con una beca, en 1958, y permaneció casi dos años. El entrevistador, progre, le sirve la bola en bandeja: “aquel Madrid del franquismo”. Y Vargas remata: “era un ciudad pequeñita y muy provinciana, muy cerrada, ensimismada, incomunicada del resto del mundo”, prácticamente sin vida cultural, aunque tuviera su “encanto”. Esta opinión solo puede calificarse de estupidez: Madrid contaba entonces con algo más de dos millones de habitantes, duplicando de sobra los de la república, y crecía con rapidez. Solo París y Londres eran mas grandes en Europa occidental, y en América “Latina” solo la superaban significativamente Buenos Aires y Río de Janeiro, también algo menos la capital mejicana. Por supuesto, tenía barrios marginales y degradados, como todas las grandes ciudades europeas, no digamos las “latinas”, pero en conjunto estaba bien ordenada y en expansión urbanística.
Yo recuerdo la gran impresión que me produjo Madrid cuando la visité, en 1961, con trece años: las grandes avenidas, el denso tráfico, los anuncios luminosos, la vida nocturna (quizá la más animada de Europa), los museos (visité el del Prado, el de Ciencias Naturales y el de América, y había más, desde luego), los parques…
Siendo Vargas aficionado al cine podría recordar que la Gran Vía estaba llena de grandes cines en que se estrenaban obras internacionales, y también un cine español que, sin ser extraordinariamente brillante tampoco era el bodrio que nos vienen contando; o que en Madrid rodaba por entonces Orson Welles o que se había trasladado a vivir allí Ava Garner… Había más prensa que en la actualidad, y algunos diarios, como ABC, Arriba o Informaciones, tenían un nivel intelectual desde luego más alto que el insufrible ruido de los medios actuales. Había una vida teatral, de tertulias y discusión de ideas comparativamente intensa o una televisión un tanto pobre comparada con la actual, pero muy superior a esta desde otros puntos de vista.
Al parecer, Vargas no se enteró de nada de eso, como ocurre con muchos intelectuales obcecados con teorías. Y se explica: por entonces Vargas era comunista y un rendido admirador, como casi toda la intelectualidad “latina”, de la revolución castrista, que había triunfado aquel mismo año, y frente a la cual palidecía o perdía valor, naturalmente, casi cualquier otra cosa. Pero lo significativo es que esa descripción de Madrid la hace actualmente, cuando el liberalismo ha ocupado toda su ideología y sigue siendo de rigor negar la evidencia histórica.
La realidad es que Madrid era un centro cultural inquieto e interesante, que trataba de ser independiente u original y abierto al mundo. El aislamiento trataban más bien de imponerlo unas democracias europeas salvadas del nazismo y protegidas del expansionismo soviético por el ejército useño; situación poco envidiable y harto decadente que no afectaba a España, a no ser de modo muy indirecto. En los años 40 y 50 hubo en España un intento de desplegar una cultura nueva, de raíces propias en el “siglo de oro”. Hoy se considera el intento un fracaso, y seguramente lo fue, pero no superado por nada parecido a una poderosa eclosión de otro tipo, sino más bien empeorado por una progresiva satelización y colonización cultural. Sin embargo, estudiar aquella época con seriedad y sin sectarismos baratos sería una tareas incitante para renovar una vida cultural española más bien deprimente.
En otra interesante conferencia, Vargas Llosa se pregunta, sin ver la salida, cómo los latinoamericanos votan libremente tan mal, a gobiernos siniestros, contrarios a las libertades. Es un tema digno de meditación.
Excelente artículo, una ocasión de oro para demostrar como méritos propios y premios ajenos no excluye la estupidez. Genial D. PIO.
“En otra interesante conferencia, Vargas Llosa se pregunta, sin ver la salida, cómo los latinoamericanos votan libremente tan mal, a gobiernos siniestros, contrarios a las libertades….”
Porque no votan ellos, don Pío. Ya les maneja otro la papeleta.