Los besos de los Judas
Hace ya mucho tiempo que descubrí que la «Marca España» consiste en el esperpento, en lo grotesco, en lo ridículo. Desde luego, no ha sido siempre así, ya que podemos ser en la actualidad un país de pícaros, de meapilas y cantamañanas, pero también lo hemos sido de aventureros, de héroes, de capitanes valerosos, de descubridores, de caudillos.
Esta era antiguamente nuestra «marca», pero desde que la izquierda progre empezó a asaltar nuestra cultura y nuestras instituciones, se ha producido un deslizamiento trágico desde lo heroico hasta lo burlesco, hasta el punto de que con mucha frecuencia las lágrimas que debería verter todo patriota al ver los muros derruidos de nuestra patria se pueden metamorfosear en risas, en estruendosas carcajadas, ante el colosal grado de ridiculez que preside la vida nacional.
El último ejemplo llamativo del esperpento nacional ha ido la que se ha montado debido al beso que le dio el presidente de la Federación Española de Fútbol a una jugadora de nuestra selección. Nada más vi el lance, supe con total seguridad que todas las jaurías progres del feminismo pasarían a denunciar este hecho y a pedir la cabeza de Rubiales, acusándole de machista, de agresor sexual, y otras lindezas por el estilo.
Antes que nada, quiero dejar constancia de que repruebo la conducta de ese impresentable señor, qué no puede permanecer ni un minuto más presidiendo los destinos de nuestro fútbol. Se podrá discutir o no el componente machista del beso a la jugadora, pero lo que no es materia de discusión es que Rubiales es un maleducado, un grosero, un botarate que no es digno de estar a la cabeza de nuestro fútbol, porque el ósculo a Jenny Hermoso —ya de por sí reprobable— ha quitado la importancia que se merecía al gesto obsceno que hizo Rubiales en el palco, fuera de sí por la euforia de haber conseguido la selección española de fútbol femenina un triunfo tan relevante. Pero, claro, al no poderse calificar de machista ese gesto ha pasado más desapercibido. De todas formas, tano el beso como el gesto obsceno van de la mano, van de lo mismo: Rubiales no supo controlar su euforia, y se calentó.
El beso de Rubiales es condenable, de eso no hay duda, pero, sin embargo, es absolutamente hipócrita que quienes se rasgan las vestiduras por el machismo de ese gañán se callen y no digan nada sobre los grotescos y vomitivos besos de Judas que quienes acusan a Rubiales se dan impunemente con toda una caterva de personajes de una calaña mucho peor que la del presidente de la Federación Española de Fútbol.
Esperpento cum laude es que la progresía que arrasa a Rubiales lleva morreándose desde hace mucho tiempo con vituperables etarras, con golpistas desencadenados, con la peor hez de la política española. Es así como Sánchez se ha morreado con los herederos del asesinato de Miguel Ángel Blanco, y se va morrear con un golpista fugado, sin que estos actos deleznables tengan la condena que merecen, mientras han cargado todas las baterías de la agenda globalista contra el lamentable Rubiales.
Besos de Judas que vamos a volver a ver en creciente espiral, porque tras los asesinos, llegan los fugados de la justicia. Y llega la inevitable pregunta: ¿se puede besar en la boca a los asesinos qué Bildu ha llevado en sus listas? Eso no parece ser un problema, ni un escándalo para la mesnada feminista, para los pretorianos de la progresía, para los medios de comunicación, totalmente comprados.
Y con los innumerables besos de Judas que se han perpetrado desde el 78, hemos llegado a estos lodos: una Patria traicionada, pecio para el desguace, chatarra interestelar. Vedlos ahí, en los hemiciclos, en las cámaras, en los despachos, en las tertulias, besuqueándose con fruición… y, un poco más allá, ved a estos traidores vendepatrias besando en la boca al infernal Baphomet: ¡Besad, besad, malditos!