Gerard Araud (ex embajador de Francia en los Estados Unidos).- Los europeos todavía estamos convencidos del lugar central que ocupa nuestro pequeño continente no sólo en la historia de la humanidad, sino también en la construcción del mundo actual. Damos lecciones a todos los demás basadas en valores que creemos firmemente que son universales. Nos consideramos nobles, poderosos y bien intencionados.

Pero el período de verdadero poder europeo fue sólo un paréntesis histórico.

Ciertamente, los europeos dominaron el mundo entre 1815 y 1945, y desde entonces hasta hoy, sólo son superados por Estados Unidos. Pero eso sólo duró dos siglos: un minuto en la historia del mundo. Hasta el año 1650 el PIB de la India y hasta 1750 el PIB de China eran probablemente mayores que el de cualquier país de Europa.

Así, en Nueva Delhi y Beijing se nos consideraba advenedizos durante nuestro período de dominio, y el reequilibrio económico que ha estado en marcha durante varias décadas entre Europa y Asia se considera un simple retorno a la norma histórica de largo plazo. Los pioneros son puestos de nuevo en su lugar.

De hecho, cuando era embajador de Francia en Washington, pude comprobar hasta qué punto nuestros supuestos herederos nos consideraban con una mezcla de indiferencia, cansancio y negligencia. Éramos la tía anciana cuyos desvaríos eran más o menos amablemente ignorados.

Para Estados Unidos, el potencial de crecimiento, pero también los principales desafíos, se encuentran en Asia y, por tanto, es lógico que Washington avance hacia este continente. No hay posible confusión al respecto. Para Estados Unidos, Rusia es una potencia regional, un problema, pero no el centro de su atención. Quieren poner fin a la guerra en Ucrania lo antes posible para hacer frente a la amenaza real: China.

¿Podrán los europeos demostrar que todavía importan y que no son sólo un destino turístico periférico?

Lo dudo, y por una razón muy concreta. Como francés que ha visto a su país, la China de Europa en 1815, perder gradualmente su poder junto con su declive demográfico, creo firmemente que la demografía es el destino.

Sobre esta base, Europa se enfrenta a una situación sin precedentes. Su población total disminuirá un 5% entre 2010 y 2050, pero un 17% entre las personas de 25 a 64 años. Las poblaciones de Hungría, los Estados bálticos, Eslovaquia, Bulgaria, Portugal, Italia y Grecia ya están disminuyendo, mientras que la de Alemania está llegando a una meseta antes de un descenso previsible. La edad media de los europeos es 42 años, en comparación con los 38 años en Estados Unidos. Esta aumenta en promedio 0,2 años por año.

¿Qué significa eso? Menos demanda, por tanto menos crecimiento y sociedades menos dinámicas. Más concretamente, es una amenaza al “modelo europeo”, que se basa en un difícil compromiso entre el Estado de bienestar y la realidad económica.

Los votantes de mayor edad favorecen lo primero a expensas de lo segundo. Esto se convertirá en un problema mayor en las próximas décadas, a medida que el número de europeos mayores de 80 años se duplicará.

La vejez significa gastos cada vez mayores en salud y asistencia personal. La crisis demográfica, a su vez, dividirá nuestras sociedades entre niños en edad de trabajar y jubilados en un contexto en el que estos últimos disfrutan de un nivel de vida que los primeros a menudo nunca podrán esperar alcanzar.

De manera más aguda, los europeos pelearán por la cuestión de la inmigración. La observación de los expertos es muy clara: ante la ineficacia de las políticas “natalistas” destinadas a aumentar la natalidad, no hay otra solución que la inmigración para frenar el declive demográfico en Europa.

En la Europa actual, decir que esta solución no será bienvenida por todos es quedarse corto. Cuando un ministro francés sugirió recientemente que tal vez tendríamos que aceptar un número limitado de inmigrantes para hacer frente a la escasez de personal en ciertos sectores, la protesta fue tal que inmediatamente se echó atrás.

El Reino Unido abandonó la UE en gran medida para detener la inmigración, incluso procedente de países europeos. Cierto es que en 2015 Alemania abrió sus fronteras a más de un millón de inmigrantes de Medio Oriente, pero fue en respuesta a una emergencia humanitaria.

Es difícil imaginar que esto vuelva a suceder por razones puramente económicas. De hecho, tal afluencia de trabajadores, muy necesaria en un país que envejece rápidamente, sería ciertamente imposible de renovar dado el ascenso del partido de extrema derecha AFD.

En este contexto, la emigración desde Europa a otras latitudes es especialmente preocupante. Estamos perdiendo gente joven y con un alto nivel educativo que se va principalmente a Estados Unidos, donde tendrán mejores oportunidades, ya sea en investigación, docencia o en el sector privado.

Durante mis viajes por América, conocí investigadores, cirujanos, profesores y empresarios europeos de todas partes. Era difícil no entristecerse de que estos jóvenes, a quienes nuestros países habían educado a un gran costo, estuvieran, por el contrario, enriqueciendo a Estados Unidos. Pero su explicación fue siempre la misma: mejor financiación, más oportunidades, menos regulación. Desafortunadamente, los países que envejecen tienen menos dinero y tienden a preferir las regulaciones.

Todas las señales apuntan a una Europa encerrada en sí misma. Un continente de viejos. El futuro de la humanidad definitivamente se jugará en otra parte.

Fuente: https://arretsurinfo.ch/une-europe-qui-se-berce-dillusions-et-qui-ne-voit-pas-quelle-est-finie/