Sociedad civil europea
Un capital construido, un buen capital humano y el capital social son los tres grandes componentes para que exista confianza en un país que desea ser equilibrado y admirado por sus gentes. En tal caldo de cultivo, sin duda, tiene sentido el comportamiento cívico, dejando a un lado el control social del que hablaba Durkheim frente a la grandeza del asociacionismo, pero existe otro capital que en Europa debería englobar al resto: el capital ético: conjunto de valores morales por los que una sociedad apuesta y es imprescindible para la construcción de nuestro futuro.
Que la formación en España es precaria lo sabemos, trabajos cualificados, investigación, falta de profesionalidad, abandono de la responsabilidad, la falta de confianza en nuestros políticos, buscada por éstos mismos, en las instituciones de unos y otros colores y, la falta de fe en los grandes valores éticos son una realidad palpable. Sabemos que los pueblos no prosperan sin buena preparación y profesionalidad, sin confianza mutua y sin valores compartidos y, mucho menos con confrontaciones diarias sino teniendo la convicción de que es legítimo que existan diversas propuestas morales donde es preciso respetarlas haciendo que se hagan de respetar por la verdad que traslucen.
Hasta ahora hemos presenciado cómo, de hecho, las diversas comisiones y comités éticos de los países miembros de la Unión Europea, en sus diversas esferas, ya sean de bioética, ética de la empresa, medios de comunicación, del deporte, todos ellos se atienen a unos valores que son precisos en nuestra vida diaria y, no olvidemos que, el significado de una norma o de un valor se precisa cuando realmente se aplica. Todos ellos reflejan tal fenómeno de la moral cívica.
España, ni para los ilustrados ni para la media de la sociedad ha sido reserva espiritual de Occidente. Hablar de Polonia podría ser tema aparte, pero recordando a Ortega y Gasset, España pasaría de “querer ser al no querer ser” en un plis plas. El siglo XXI nos ha traído grandes uniones transnacionales, nos ha permitido llevar la marca Europa. Algunos que otros gobiernos españoles, de matices y colores diversos, aun ladeando a Iberoamérica, el sustrato de nuestra Península Ibérica es un verdadero imán hacia nuestros queridos países hermanos.
Desde el punto de vista ético, la mayor parte de países iberoamericanos, los que viven en España, en Europa, como los españoles, necesitamos recordar “en voz muy alta” cuáles son los valores éticos que les unen, que nos unen, que nos prestan cohesión social, para hacer frente a la corrupción de las élites globalistas y nacionalistas, el día a día de la violencia, la desigualdad y las subidas de pobrezas en nuestras comunidades autónomas. Iberoamericanos y españoles ansiamos la libertad y no la esclavitud, la solidaridad frente a la indiferencia y el desinterés, el diálogo-respeto mutuo y dignidad de las personas frente a la violencia. Pero necesitamos la unión que aún no tenemos. Cada cual poseemos nuestras peculiaridades históricas, nuestras formas de vida singulares, pero tenemos la convicción de que no somos juguetes en manos de otros, que no podemos ser instrumentalizados y de que es preciso proteger a los más vulnerables.
Ustedes y yo sabemos de cierto que una sociedad justa no se construye sin convicciones, abiertas a la crítica racional. Los derechos no pueden ser protegidos si no asumimos responsabilidades y así, la autoridad moral es indispensable para contar en la vida con ciertos atisbos de referencias. Los valores débiles son insuficientes ante el descrédito de un continente, de un país, para eludir la tentación de utilizar el bien público con fines privados.
A un tiro de piedra de inicios del XXI es urgente reforzar la tendencia de apostar por los valores fuertes. Es urgente reforzar la tendencia de otorgar a la sociedad civil el protagonismo que le corresponde y no dejar la vida compartida únicamente en manos de los partidos políticos de medio pelo que hemos tenido hasta ahora.
Es más que urgente pasar de la transición ética a la encarnación de los valores en las distintas esferas de la vida cotidiana. La ética y la moralidad, desde hace tiempo deberían acampar a sus anchas sobre los diversos congresos nacionales de los Estados miembros y más aún sobre el de la Unión Europea.