Suicidio del PSOE
Antonio Martín Beaumont.- Frases como “España está en un momento crítico” e incluso peores se leen y escuchan estos días. Siendo verdad, creo también que quien pasa por un instante decisivo para su continuidad es el PSOE. Baste recordar cómo han terminado en un rincón de la historia los socialismos francés, italiano y griego por haber perdido su identidad. Y ahora la división de los españoles, la inestabilidad política, la erosión institucional y la desigualdad territorial enmarcan como una amenaza el retrato de su líder, Pedro Sánchez.
La convivencia y la pluralidad están en cuestión por las alianzas que el presidente está armando para su investidura. Su ansia por retener La Moncloa a cualquier precio es una bomba que más pronto que tarde le estallará a quienes la manejan. La dependencia de Sánchez del independentismo ata al próximo Gobierno a aquellos cuya prioridad es vulnerar la soberanía y hacer de Cataluña y País Vasco dos naciones en un Estado plurinacional. Ojo, no quieren separarse, eso les alejaría de la Unión Europea; por ello piden “poder decidir”: buscan fundar un país de tres realidades soberanas distintas.De ahí que Alberto Núñez Feijóo esté obligado a coordinar a sus mandatarios autonómicos para que no caigan en la trampa del “café para todos” que desdibujaría el meollo del asunto.
La irresponsabilidad siempre tiene consecuencias. Si además es humillante, como lo es traficar con el futuro de España de la mano de los separatistas en un contexto de cesión constante a su chantaje, el futuro socialista amenaza decadencia. La falta de escrúpulos de Sánchez, salvo los que le benefician, unida al oportunismo táctico y a la intransigencia de sus asociados, tal vez desemboque en una investidura, pero será el inicio del fin de un socialismo que habrá abandonado sus principios y olvidado su historia.
Ahora mismo, por desgracia, estamos a merced de los secesionistas, ellos son los árbitros de los deseos de mandar de Sánchez. Él ha hecho su elección. Por voluntad propia, se ha alejado, junto con su partido, de la centralidad constitucional. Y puede anticiparse algo: son los únicos culpables de lo que está por venir. El olfato me dice que el actual tablero político terminará por ser incontenible y saltará por los aires. Un gobierno no puede alejarse tanto de lo que se respira en las calles sin que haya una contestación formidable. Bastante se han calentado los ánimos con la mera decisión de Carles Puigdemontde proyectarse como llave de la gobernabilidad con un Sánchez mendicantepara ser reelegido. Simplemente parando el reloj, el prófugo ha pulverizado los discursos oficiales fabricados desde la sala de máquinas del Palacio de La Moncloa.
En el complejo presidencial deforman la realidad hasta el punto de trasladar que el desafío de Sánchez es por resolver la crisis en Cataluña. De ahí que optase por los indultos y, ahora, apueste por la amnistía. Nada de eso. El líder del PSOE jamás hubiese abrazado este programa de máximos de no necesitar los siete votos del fugado de Waterloo. Ha elegido saltar al vacío para retener el poder. Y el Partido Socialista, salvo honrosas excepciones, ha apostado por ser cómplice. Aun siendo consciente que es un suicidio para sus siglas. Su desgaste va a ser brutal. Los españoles están muy enfadados viendo a Sánchezinclinar la cabeza ante aquel a quien ha reconocido como legítimo “president” en el exilio de Cataluña.
A partir de este momento, el escenario más plausible es que nuestra Constitución quede convertida en papel mojado. El sistema de libertades que nos ha dado bienestar los últimos 45 años se pone al servicio de que el “progresismo” pise moqueta. Sólo ERC ha sacado una amnistía total, la cesión de las Cercanías, la condonación a Cataluña de más de 15.000 millones de euros de deuda, un verificador para vigilar el cumplimiento de sus pactos y una consulta. ¿Qué nos queda por ver?