PELAYO DEL RIEGO
En la vida de las personas, hay un tiempo en que los amigos se van inesperadamente, aunque sepamos que el adverbio nos engaña y no queramos verlo, porque no queremos aceptar los estragos que una enfermedad grave hace con nosotros. Se nos ha ido Pelayo del Riego y nos ha dejado a todos en shock, aunque sabíamos que, desde hacía algún tiempo, peleaba por la vida. En realidad, los humanos siempre estamos peleando por la vida, aunque no nos demos cuenta de ello. Se nos ha ido Pelayo del Riego Artigas, un personaje irrepetible, un vendedor de ilusiones, un soñador en la esperanza, capaz de vender frigoríficos en el Polo Norte y estufas de gas en el trópico (sabes, Pelayo, que lo digo con el mayor respeto y cariño hacia ti).
Conocí a Pelayo hace tantos años que ya no recuerdo, pero sí que fue con motivo de un trabajo mío sobre otro del Riego, el general nacido en Tuña (Tineo), un precioso pueblo del occidente asturiano, que alcanzó fama por su pronunciamiento militar el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), antepasado no directo de nuestro Pelayo (gran estudio genealógico, sobre los del Riego, amplia y ramificada estirpe, realizada por el investigador asturiano Senén González Ramírez). Pelayo siempre consideró que aquel osado general no había sido bien tratado por la Historia y que su nombre debería haber sido rehabilitado oficialmente. El problema, Pelayo, es que Riego en el fondo sigue siendo, un gran desconocido para los que lo ensalzan y para los que lo denostan, y entre los unos y los otros, su figura sigue siendo utilizada para reivindicar la utopía o la traición.
¡Hola chiquito!… difícil aceptar que no volveré a oir tu voz al otro lado del auricular (lo del hilo telefónico es de otra época)
Me llamó un día para pedirme -más bien ordenarme- que me pusiera a su servicio en un proyecto nuevo, de desarrollo sostenible, que él llamó DEYNA (Desarrollo y Naturaleza), pensado para Soria, en primer lugar, pero exportable a otros lugares de España y del mundo. Dicho y hecho. Allí me encontré con un montón de proyectos, algunos cautivadores, pero de difícil desarrollo por lo mismo de siempre, la falta de dinero, lo que no nos impidió, a los componentes de aquel reducido consejo de administración (Raúl Pisano, Pelayo del Riego, Mariví Palacios y yo mismo), pasar momentos inolvidables e intentar conseguir algunos objetivos. La anécdota más destacada surgió en una reunión con otro amigo también entrañable, Gonzalo Chávarri Girón, que estaba al frente de la Asociación General de Ganaderos del Reino. Con él nos reunimos para trabajar en un proyecto sobre la Mesta. La reunión, en la sede de la Asociación, no terminó de cuajar y llegó a un punto de gran tensión entre los dos protagonistas. Al final, y por separado, les dije que habían estado a punto de revivir no un encuentro, sino un encontronazo, pues uno era descendiente del marqués de las Amarillas y el otro del liberal general Rafael del Riego.
Mordaz, inteligente, irreductible ante la necedad y la incompetencia de cuantos ostentan cargos públicos y no sienten el menor rubor por sus incongruencias, Pelayo se rebelaba contra los tontos porque consideraba que los listos, aún siendo malos, te podían enseñar algo pero de los tontos no se esperaba más que la maldad mal interpretada y nada disimulada. Un día me envió un artículo. Lo leí y le llamé para decirle que este escrito tenía que alcanzar mayor difusión. Yo colaboraba en Alerta Digital y se lo hice llegar a Armando Robles, que lo publicó de inmediato. A partir de aquel día, Pelayo se convirtió en colaborador de Alerta Digital y del programa La Ratonera, la tv en streaming, como tertuliano.
Siempre referencia, solíamos vernos en la sede de DEYNA, cuando la tuvieron, y manteníamos una frecuente relación telefónica intercambiándonos también correos electrónicos. Me pidió que le presentara un precioso libro de cuentos de navidad, titulado así, cuya lectura me devolvió a la España de nuestra infancia -yo, algo más joven que Pelayo-, a aquella España de los años sesenta en la que faltaban muchas cosas materiales pero desbordaba ilusión y esperanza. Lecturas al calor de la chimenea, o en torno al brasero de la mesa camilla, acompañando la velada con una buena taza de chocolate y los dulces de la época, para desafiar el frío estepario de Soria, la preciosa y añeja tierra castellana. Volví a presentar algunos otros trabajos de Pelayo e incluso creo haberle prologado uno sobre la penosa situación de España, echando un vistazo a la Historia Contemporánea. Aquellas presentaciones, en los salones del Centro Riojano de Madrid, en plena calle de Serrano, reunían a un grupo numeroso y variopinto de familiares y amigos del autor. Y, cuando todo había acabado, con Mariví y mi mujer terminábamos tomando unos pinchos en Jurucha, para rematar el acontecimiento.
Pelayo era un excelente escritor, dotado de un fino y un agudizado sentido del humor, al que adornaba con un excelente manejo del idioma, fruto de sus muchas lecturas. Escribía bien porque había leído mucho y bien desde su infancia, ya que, según decía, la única manera de combatir el frío de Soria, en aquellos inviernos crudos, era refugiarse en casa y dedicarse a la lectura. Humor, imaginación, adjetivación precisa, sus cuentos, navideños o profanos, tienen ese punto preciso para provocar la sonrisa e ir ascendiendo gradualmente hasta la carcajada, sin perder la compostura. De Soria y de entonces, es un refugio de nostalgia para lugareños y una guía para el forastero, pero es también lo suficientemente entrañable para todos y para los foráneos, un recorrido por calles, lugares y estancias (panaderías, bares, librerías, cines, comercios), que semeja a cualquiera de nuestras ciudades, de nuestro rincones, de nuestra vida.
Se nos ha ido un caballero, un miembro del Club de Roma que alcanzó con su obra, DEYNA, la alta distinción con aquella medalla de la Expo de Hannover, que peleó para rematar la famosa agenda 19, un modelo participativo municipal, y nos dejó varias soluciones para hacer de nuestro Planeta un lugar más habitable y mejor.
No resulta fácil, especialmente, para familiares y los amigos, la despedida, por eso no te diré ¡adios!,Pelayo, basta un hasta luego.