PSOE y Primo de Rivera
En síntesis, puede definirse la dictadura de Primo de Rivera como un régimen nacido como remedio de urgencia a la ruina del régimen constitucional de 1876; y que evolucionó desde un Directorio militar a un gobierno civil e intentó continuar hacia una democracia de dos grandes partidos, la cual no pudo tomar forma en su corto período. En sus seis años de existencia aseguró la paz civil contra quienes la alteraban violentamente por principio doctrinal o aspiraban a disgregar la nación, y superó la pesadilla de la guerra de Marruecos.
Además presidió la etapa de mayor prosperidad de España desde la invasión francesa. Comparados esos años con los seis anteriores y los seis posteriores, los éxitos de la dictadura resultan casi increíbles. Fueron años también de exuberancia literaria, incluso con una generación, la del 27, que podría llamarse “de la dictadura”. Todo ello con una represión casi insignificante. Asombra la indiferencia de la mayoría de los historiadores e intelectuales hacia aquel período, para ensañarse con aspectos menores.
Parte menor, pero no desdeñable, de estos logros se debió al Partido socialista, cuya colaboración fue excelente para los trabajadores y para la sociedad en general. Sin embargo, la tradición marxista de este partido ha convertido aquella etapa en una mancha vergonzosa que sus políticos quieren hacer olvidar y sus historiadores disimular o falsear, destacando por contra la postura anticolaboradora de Prieto, que aun fallida impidió democratizar al régimen y volvió a la política revolucionaria de acuerdos subversivos con republicanos y separatistas catalanes. Así se presenta en las historias de Santos Juliá, Preston y muchos más. Llega incluso a exponerse la historia exactamente al revés de la realidad, en obras como “Este viejo y nuevo partido”, de Felipe González y Alfonso Guerra, destinada a instruir a los afiliados y simpatizantes: “Tras muchas vicisitudes, el Partido Socialista, que venía preparando por todas las vías a su alcance la caída de la dictadura primorriverista, se alzó en 1931 con un triunfo espectacular, de nuevo en conjunción con los republicanos, convirtiéndose en la primera fuerza política de España”.
El nivel de falsedad, circulada con impunidad por desconocimiento casi general de los hechos, resulta estupefaciente. Sin duda el PSOE se alzó como la primera fuerza política, pero se debió precisamente a su colaboración con la dictadura. A la que, según estos “revisionistas” habría intentado derrocar el PSOE, se ve que por “vías” de poco alcance.
Como hemos visto, el régimen constitucional –una democracia, aun si imperfecta–, estaba llevando al país a la ruina y la guerra civil, pues no tenía los medios ni los políticos capaces de contrarrestar la subversión de partidos cuyas credenciales democráticas eran nulas. La dictadura anuló el régimen constitucional, pero no propiamente la Restauración en cuanto vuelta de la dinastía borbónica, que continuó. La suspensión de libertades políticas fue más bien formal: políticos, grupos políticos, escritores, etc., se expresaban sin trabas o no más que anteriormente. Incluso los anarquistas, la organización considerada más criminal por la dictadura, siguió con su propaganda, como La revista Blanca o La novela Ideal donde escribía, entre otras, la ardorosa Federica Montseny, que llegaría a ser la primera mujer ministra en España y tal vez en Europa. Los comunistas, igualmente proscritos, publicaban libros y folletos, y otros enemigos del régimen se expresaban a menudo con franca insolencia, escasamente reprimidos. No hubo asesinatos ni castigos brutales, ni siquiera cárcel, sustituida por multas, al descubrirse alguna conspiración golpista que podrían haber destruido al régimen, y que en otros regímenes habrían originado represalias sangrientas. Y también es un índice de libertad la tranquilidad y seguridad de la gente normal para trabajar y llevar su vida corriente, sin apenas interferencia del poder o de los revolucionarios.
Si al PSOE no le agrada recordar aquellos tiempos, tampoco a la derecha, argumentando que se trató de una dictadura. Esta historia plantea un problema más general: cómo es que una dictadura fue tan fructífera y la democracia (la anterior y, como veremos, la posterior) tan caótica y ruinosa. Es, particularmente en España, un problema serio.
Dentro de la habitual simplificación del pensamiento científico, que llega a la simpleza, el concepto “dictadura” se opone al concepto “democracia”. La dictadura significaría tiranía y miseria, y la democracia libertad y progreso. De modo que quien invoque la democracia, entienda por ello lo que quiera, tiene ya ganados muchos puntos entre una opinión pública casi nunca bien enterada. De este modo, el concepto se ha convertido en una palabra mágica, con significados variopintos según quien la emplee. Stalin de jactaba de que su Constitución soviética era la más democrática del mundo y de la historia; los nazis, que alcanzaron el poder por vías legales y electorales, hablaban de democracia racial; el liberalismo no era en principio democrático, aunque evolucionara en esa dirección; había una “democracia orgánica”, otra “popular”, y como veremos el concepto republicano de Azaña no era democrático aunque empleara la palabra; ninguno de los partidos separatistas entendía la democracia de otro modo que como una bandera de conveniencia para socavar la nación, etc.
Como es sabido, democracia significa etimológicamente poder del pueblo, o, como lo expresó Lincoln, “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.Así tiende a interpretarse irreflexivamente, pero la realidad es muy otra. El poder se ejerce siempre sobre el pueblo, que por lo demás es un ente muy heterogéneo en intereses, ideas y sentimientos, pero en nombre del cual suelen hablar con desenvoltura los políticos, en especial los de izquierda. Y lo ejerce necesariamente un pequeño grupo u oligarquía (dicho en sentido neutro y no en el clásico de degradación de la aristocracia). Desde este enfoque, la democracia es un régimen de selección y alternancia de oligarquías gobernantes (partidos) por medio del sufragio universal periódico. Lo que implica, para ser viable, autonomía judicial y libertades políticas.
El procedimiento es muy reciente en la historia, aunque cuente con el precedente de la Atenas clásica, y deriva de un largo proceso de práctica y pensamiento occidental contra el siempre actual abuso de poder o tiranía. Sin embargo puede también derivar a un tipo de tiranía peor que las anteriores, que el pensador liberal Tocqueville llamó “despotismo democrático”. Esa degradación de la democracia se arroparía en formas externas de libertad un contenido totalitario: “un poder inmenso y tutelar” que busca el goce y la felicidad de los hombres imponiéndoles su criterio, “pareciéndose al poder paterno si, como él, tuviese por objeto preparar a los hombres para edad viril, pero, al contrario, intenta fijarlos irrevocablemente en la infancia”. Ese poder puede llegar a ser visto como beneficioso por la mayoría, pero “acabaría por privar a las personas de los principales atributos de la humanidad”. Es fácil observar actualmente fuertes indicios de esa deriva, en unas oligarquías más o menos elegidas, que constantemente emiten normas de todo tipo, hasta morales, se pretenden educadores de todo el mundo, imponen la “cultura de la cancelación” haciendo uso de su poder, e intentan decidir no ya lo que las personas deben pensar, sino hasta sus sentimientos, con leyes “de odio” y similares, algo nunca visto, pero que se viene imponiendo en nombre de la democracia.
De todas formas no es esta deriva totalitaria de la democracia la que terminó destruyendo la Restauración, sino otra contraria: la pérdida de sentido de comunidad e historia. Las libertades y los partidos pueden tender a la lucha de todos contra todos si no existen unos valores compartidos, y es evidente que los partidos que todo el tiempo estuvieron atacando a la Restauración, explotando las ventajas que esta les otorgaba, tenían unos objetivos, valores y sentimientos, expresados con violencia larvada o abierta, incompatibles con la idea de democracia como sistema de selección y alternancia pacífica entre diversas oligarquías. Por eso la dictadura proscribió a esos partidos. La moderación del PSOE fue algo completamente inesperado, habida cuenta de su trayectoria anterior. Esta obviedad casi nunca es apreciada, tratando de explicar el fracaso de la Restauración exclusivamente por sus fallos internos, lo que solo es una parte de la cuestión.
La dictadura, por su parte, se concibió en un principio según la institución romana de hacer frente a una situación crítica para arreglarla en un tiempo corto. Pero enseguida vieron Primo y los suyos que volver a la situación anterior era suicida, por lo que se imponía una evolución, fuera según en modelo corporativo o fascista que cundía en otros países, o el más democrático con los socialistas. Fracasó en esto último, no por culpa de Primo de Rivera, debe insistirse. Y se abrió entonces, en los políticos anteriores y en el propio monarca, la ilusión de volver al viejo sistema aprovechando el excelente legado de la dictadura y renegando de él al mismo tiempo.
El PSOE volvió a su línea revolucionaria, y los primorriveristas no lograron sacar de la experiencia lecciones que fueran más allá del orden social. Aunque hubo algunos intentos de los escritores Pemán y Pemartín.