Civilización occidental: esperanzas
Cuando hemos observado en los últimos años que “distinguidos” diputados han saltado a los ministerios de Cultura, incluso al de Educación y, averiguamos su recorrido laboral y humano, tanto los del partido del charrán como los del progresismo gambero, te quedas de piedra al contemplar que anhelan en sus horizontes menos sensibilidades que una almeja en sus cometidos. Ahora, a seis meses de las europeas, fijándonos en el desmadre europeo cultural, una de las grandes carteras de todo gobierno que se precie, la cultura, debería poseer ciertas cartas de navegación y buen timón en estas aguas turbulentas del tesoro que transportan y saber-entender en qué civilización se encuentran. Es posible que sea pedir demasiado.
Los que hemos nacido, vivido, estudiado y comprobado dónde está la buena cultura y qué nos transmite, deseamos desempolvar los grandes tesoros, algunos olvidados, de la gran tradición europea los cuales estaban exclaustrados en lugares esclerotizados, aunque ellos ni se imaginan que la buena cultura, buena parte de ella, no vive desde sus “ad extras” sino desde sus “ad intras”. De ahí, desde nuestro interior, se va fructificando y resplandeciendo todo lo humano, como una gran perla sugestiva, en medio de la aflicción o de los contratiempos: en el heroísmo inalterable donde más claramente se muestra nuestro compromiso hacia el bien. Dante y otros sabían de ello lo suficiente. Una democracia que no respeta la altura de miras, lo sublime, se desliza irremisiblemente por los escarpados de las demagogias.
Desde muchos años atrás, desde que se decretase la muerte de la dignidad del ser humano, andamos alicaídos, sin recordar que el sentido de nuestra dignidad exige que elevemos nuestras miras y, a fecha de hoy, patinamos cuando hablamos u opinamos qué es el ser humano y qué cultura debería acompañarnos. Realmente, hoy por hoy, no puede existir civilización alguna, ni progreso sin atender a lo que estamos llamados, que no es cosechar famas, lucir bolsillos, sino transformarnos, a base de esfuerzos y esperanzas, en alguien mejor de lo que creemos ser frente a valores de medio pelo. Comprueben por un momento el “feísmo” al que nos tienen acostumbrados tanto en cultura como artes y me darán, al menos, algo de razón. Todo ello procede de los fueros internos de cada uno de nosotros. Así, el fundamento de cualquier clase de civilización, al menos, debería ir enfocada a la búsqueda de la idea del ser humano en cuanto a su buena dignidad e identidad, a lo que debería ser: todo un portador de cualidades externas.
Nuestros grandes pensadores y artistas occidentales han sabido llevar con gallardía esa nobleza de espíritu que tanto nos gustaría saborear a muchos. Hoy por hoy, entre otros, debe existir el claro propósito de batallar contra la falta de sentido, demasiada barbarie a nuestro alrededor y demasiada superficialidad y todo ello junto a la complacencia frívola que nos suscita verdaderas inquietudes. Nos recuerda Rob Riemen, gran pensador holandés, “quienes tuvieron que reconstruir la sensibilidad moral y estética tras la Segunda Guerra Mundial tenían muy presente que la alternativa a la buena cultura era la brutalidad de Auschwitz. Hoy apenas se tiene constancia de que el tren lleva a los campos de concentración del nihilismo, tema que muchos ni se enteran”.
Ahora mismo, sin ser pesimistas, si rebuscamos en el bien, de la larga historia de la civilización no nos apremian solo las desgracias, sino esos momentos mágicos en los que la verdad, la belleza y el bien repoblaron los desiertos de devastación.
La cultura debe ser el camino que nos humaniza, la que nos eleva por completo y, apostar por la nobleza espiritual es lo mismo que comprometerse con nuestra formación, pero los beneficios de nuestro humanismo que anhelamos no acaban aquí: constituyen también el caldo de cultivo para la apertura del ser humano a la trascendencia y, sin tal clave, la religión queda sofocada, y las cuestiones sobre el misterio de la existencia no llegan a plantearse.
Veamos sino síntomas: vulgaridad, radicalismo, preocupante presencia de actitudes en unos y otros que, por desgracia tenemos que enfrentarnos. Proponernos de nuevo un clima espiritual para todos debería ser el fundamento de un mundo en el que todos puedan vivir con dignidad y no entre ideologías de una u otra especie, dinero, tecnología, sino que se encuentra en la piedra angular de los valores morales y espirituales, es decir, en los metafísicos.
Rémi Brague es otro impulsor francés que nos recuerda lo anteriormente dicho. “Lo que ha ensanchado el espíritu occidental es su condición foránea, el hecho de estar hecha de retazos y préstamos. Por esta razón, Europa es esencialmente inclusiva.
Lo que se pretende desde estas líneas es gritar al gran público y sintonizar con los principales temas de la alta cultura. Sería erróneo suponer que se entiende cultura desde modos librescos: culto es aquel que atesora experiencias y contribuye a enriquecer eso tan maravilloso que supone ser humano. Desde esa humanidad realmente podremos ver, contemplar y admirar en nuestros grandes espacios de la esfera pública las auténticas maravillas que es capaz de hacer y crear cualquier ser humano, tanto de la cultura como desde las artes.
¡Felices Navidades!
Vicesecretario Nacional de VALORES