Navidad en Andalucía: el reencuentro con la tradición
AR.- Siempre me ha gustado la Navidad. el reencuentro con su simbología afable de sentimientos íntimos, su dulce, acogedora cosquilla de recuerdos gratos. Incluso cuando las ausencias te clavan sus pequeñas agujas de nostalgia en los costados y te transportan al tiempo de inocencia en que la casa familiar convertía el mundo en un lugar seguro, confortable y cálido. Te gusta lo que tiene de refinamiento, de ternura, de piedad, de belleza…
Si no tengo amor, nada soy, nos recordaba San Pablo como fundamento de vida cristiana. Y justificación máxima de que Dios se encarnara en aquel Niño de nombre Jesús en el establo de una posada en Belén. De haber nacido en Jerez, el entorno habría sido igual de entrañable, rodeado de encinas y honrado por tamborileros llegados a caballo.
Un nuevo tiempo de Navidad ha llegado. Dios se hace de nuevo Niño de Belén en la liturgia y en el gozo de quienes lo celebramos en este torturado 2017. No es cosa de enturbiar el mensaje de amor y redención de la Pascua de la Natividad del Señor con los males que nos atosigan desde muy variadas esquinas del poder. Tiempo y motivos hay para continuar la batalla contra las injusticias y tropelías que nos amargan la existencia y multiplican pobreza y miseria por doquier. Pero esta Navidad en Málaga, corazón de la tradición andaluza, que por ser andaluza es también doblemente española, nos ha trasladado a la mejor época de nuestra infancia, rendidos a la nostalgia en lágrimas tenaces, constantes, profundas.
Estos días se nos despabila en la memoria el recuerdo de Navidades muy lejanas en que las calles se llenaban de humildes chicos y mayores que atronaban con sus villancicos, a veces ingenuamente desenfadados, y el acompañamiento de utensilios domésticos convertidos en improvisados instrumentes musicales. Todos éramos uno en la celebración de la llegada del Niño Dios, pese a que ya la enemiga contra la Iglesia católica adquiría proporciones amenazadoras desde una izquierda rabiosamente ateísta.
Pasamos de golpe del gozo callejero de la Navidad a la paganización navideña actual. Navidades aquellas en que se improvisaban viandas de fortuna para la celebración en familia, dormían en un desván o en un sotanillo las figuras del Belén doméstico, se susurraban las oraciones para que no se escucharan fuera y se procuraba llevar el consuelo de la solidaridad a los que estaban solos. En casa tuvimos la suerte de contar con un sacerdote dominico, escudo protector frente a las tentaciones contrarias de que estaba impregnado al ambiente, que no eran pocas, y se traducen en conflicto personal para quienes ansiamos de manera instintiva una revolución capaz de regenerar España y terminar con las tensiones territoriales en cuyo seno hemos crecido.
Los festejos de la Navidad no se han perdido del todo en Andalucía. Las pastorales toman de nuevo las calles, salen de sus escondites las figuras de los belenes, la iglesias se abarrotan en la Misa del Gallo y el sonido envolvente de las zambombas cubre todos los rincones. Se revive la fe y la esperanza en muchas familias, sobre todo en los ambientes rurales. Esta sociedad que se creyó opulenta y tenía los pies de barro parece haberse encontrado con lo mejor de sí misma. Tal vez en eso radique el éxito electoral de los populares andaluces, anclados en la tradición cultural y emotiva de un orden civilizado, donde no se discute ni se cuestiona lo que en otras regiones ya ha desaparecido. Por eso en Canal Sur resuenan los villancicos, las pastorales, las zambombas flamencas, las añejas panderetas, las vivencias religiosas, el fervor a María, el humor indoloro, la tradición hecha fiesta. Por eso Andalucía es con diferencia la comunidad española que con más esmero defiende su identidad colectiva, sus señas de identidad propias, lejos, muy lejos, de procesos secesionistas y hechos diferenciales. De Andalucía deberían aprender otras comunidades para recuperar el espíritu de autenticidad de la Navidad, a salvo de la paganización masiva de los festejos. Andalucía se ha parapetado contra la cristianofobia que en otras zonas de España es cada vez más patente. Las luminarias públicas que enjaretan los ayuntamientos, sean del signo que sean, respetan los símbolos religiosos de la Natividad del Señor. Cuando tantas veces se cubre a los andaluces de los peores tópicos, es justo reconocerles que no hayan sucumbido a la influencia de los enemigos de la fe cristiana ni a las perturbadoras infiltraciones de los marxistas culturales. Por eso aquí no están en riesgo las procesiones marianas, ni las multitudinarias romerías, ni el sabor a campo regado con manzanilla, ni el valor cultural de las dehesas, ni el sublime arte de la tauromaquia. La defensa de los valores hispánicos tiene en los andaluces a sus principales valedores.
Hemos celebrado la Natividad del Señor que vino a redimirnos desde el amor que invocaba al comienzo, valiéndome de San Pablo. Amor al prójimo, amor a la verdad, amor a la libertad, amor a la paz. Así debemos sentir y vivir la Navidad, a despecho de la persecución. Unidos en la fe y dispuestos a dar testimonio público de Cristo.
También hoy, por medio de quienes van al encuentro del Niño Jesús, Dios sigue encendiendo fuegos en la noche del mundo, para llamar a los hombre a que reconozcan en Él el signo de su presencia salvadora y liberadora. Desde Málaga, provincia de Galilea, un fuerte abrazo a todos los lectores.