Ecologismo humano
Ante el anochecer del 2023 y haciendo balance de lo que ha acontecido en nuestro país, sin duda, más vale mirar hacia adelante y seguir maniobrando en búsquedas de esperanzas. Así, mejor no mirar hacia atrás y “convertirnos en estatuas de sal” aunque estemos ahora mismo heridos, dolidos y encabronados a más no poder. Paseando por las orillas de la Costa Cálida, buscando una paz y un sosiego difícil de conseguir, te das cuenta de que cada uno de los españoles, plenos de rabia, buscamos un porqué de todo esto y al final te das cuenta que hombres y mujeres de esta nación han sido golpeados y denigrados como personas y, por ello, nunca mejor, urge saltar al ruedo y cultivar un ecologismo centrado en la persona, un ecologismo humano. Pero no te olvides que, el mundo del cambio climático, del woke o de la Restauración de la Naturaleza en las seseras de los gurús globales, merecen más respeto que un simple ser humano. No te olvides.
El poder generado por la tecnociencia en el anterior siglo ha ido convirtiendo a los seres humanos en auténticos agentes ecológicos planetarios donde los efectos de sus acciones, con la destrucción de los recursos no renovables y la creación de residuos no reciclables alcanzan todos los rincones de la Tierra y transforman de forma duradera e imprevisible los sistemas naturales. Cuando el ser humano creía se ufanaba en que la naturaleza estaba para disfrutarla y estar al servicio del hombre en cuanto a su alimentación , sin más, el discurso alarmista del mundo ecologista ha reportado grandes efectos contraproducentes y ello nos exige, entre muchas cuestiones más, respuestas éticas y políticas de altura.
El paradigma tecnocrático defiende que hemos acelerado el proceso del dominio tecnológico sobre la acción natural. La atribución de la capacidad del completo control sobre la naturaleza no solo es un ejercicio de arrogancia infantil sino una agresión a la propia condición humana y a las bases ambientales para su desarrollo. Por otro lado, también nos ha surgido el decrecentismo donde se nos advierte que el modo de vida actual y los que vivimos en la tierra es insostenible ya que existen unos límites y equilibrios naturales que, si se alteran, es imposible la especie humana en el planeta. En definitiva, cuanto más aún mejor: hemos de aniquilar al ser humano. Así, nos creemos que somos seres depredadores y a la naturaleza la observamos como una severa madrastra ante la que solo cabe sumisión. Nada tiene que ver este planteamiento con el que contemplamos la naturaleza al observarla como un jardín que debemos cultivar responsablemente.
Con el ecocapitalismo , versión verde del sistema económico dominante, podemos desarrollar un sistema productivo sostenible que resuelva los problemas ambientales del presente mediante la innovación tecnológica y sin necesidad de hacer cambios en el modelo capitalista. La Agenda 2030 entraría en esta ráfaga de estupideces sobre la especulación financiera y los beneficios inmediatos seguirían siendo vectores principales del sistema económico, en menoscabo de las personas y la misma naturaleza. Las “tres marías” anteriores, insensatas, comparten tres errores de base: la consideración marginal al ser humano.
El desprecio por la creación conduce por tanto a la desconsideración del ser humano como criatura que es, lo que conduce a negar las diferencias que lo singularizan del resto de los animales. En consecuencia, cualquier diferencia de trato entre seres humanos y animales no humanos es tenida como una forma de discriminación por razón de la especie, lo que llamamos vulgarmente “especismo”. Y no solo ello. Puesto que el ser humano carece de valor por sí mismo, no hay nada que deba preservarse en él y, en consecuencia, toda suerte de intervención sobre sí mismo que contribuya a satisfacer sus deseos será lícita.
También se asume que la inteligencia humana, fruto de la creación, es inferior a la inteligencia artificial (IA), obra de su ingenio. El ser humano se ve presa de una “vergüenza prometeica” al comprobar que sus propias creaciones tecnológicas resultan muy superiores a él mismo. Sentirá entonces el apremio por superar la maldición del mundo creado, incluyéndose a él mismo como criatura, mediante la confianza ciega en las posibilidades de la tecnología para llegar a un mundo radicalmente nuevo con un posthumano que sancione la obsolescencia del ser humano.
Todo este conglomerado de raíces postmodernistas está en contra, como sería de entender, de la capacidad y de la razón humana para conocer la realidad y orientar su acción de acuerdo con esta. La postmodernidad con realeza, así se le suele incensar, posee su doble ejercicio fantasmagórico: frente a quienes absolutizan la razón científica y frente a quienes niegan a la razón humana cualquier posibilidad de conocimiento.
Sin duda alguna, esta batalla cultural está en la calle y hemos de latigarla y dinamitarla tarde, noche y madrugada. Ver cómo nos sirven en bandeja de plata tales improperios y ser políticamente correctos es un pisar continuo sobre las mismas huellas que los distintos demonios políticos europeos y globalistas nos tratan como auténticos títeres guiados por los dedos de Gorthaur (el malo del Señor de los Anillos).