La guerra de Pablo Iglesias
Francisco Marhuenda.- Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se equivocaron al dar por finiquitado y sin indemnización a Pablo Iglesias y sus acólitas. No les dieron ni las migajas. Fue una humillación en toda regla. Ahora se encuentran con las consecuencias de sus actos. Un buen amigo me decía que «en política es mejor no tener enemigo, pero si los tienes que estén muertos». La realidad es que Iglesias goza de buena salud y está muy motivado, además, contra el secretario general del PSOE y la lideresa de la amalgama de Sumar. Los problemas llegan ahora una vez que se ha formado gobierno y comienza su andadura. El problema de Sánchez y Díaz es que van muy sobrados. La estrategia del líder de Podemos, es igual que no tenga ningún cargo orgánico, ha sido muy acertada. La venganza es un plato que se sirve frío, aunque tengo un amigo que prefiere utilizar el término Justicia. En este caso es, también, más adecuado, porque Iglesias fue traicionado por una amiga que le debía todo. No voy a negar las maldades y las purgas perpetradas por el exvicepresidente del Gobierno contra sus enemigos y sus rivales, pero tenía una relación especial con Yolanda Díaz. Por ello, la traición ha sido todavía más dolorosa.
El acierto en la estrategia fue tener paciencia. Una reacción visceral hubiera sido no integrarse en Sumar. El análisis era simple. En caso de derrota, con sus diputados se iba al grupo mixto y en caso de formarse el gobierno también lo hacía para tener las manos libres. En esta última opción podía erigirse en el guardián de las esencias de la izquierda radical frente a un gobierno socialista comunista que depende de dos formaciones muy de derechas como son el PNV y Junts. Ni Puigdemont ni Ortuzar van a permitir que se perjudique a sus amigos empresarios, que son, por cierto, muy poderosos. Por tanto, más allá de las bravuconadas a que nos tiene acostumbrados Yolanda Díaz, la realidad es que la agenda comunista acabará en la papelera. No veo a los nacionalistas vascos o a los independentistas de Junts aceptando medidas disparatadas más propias de la izquierda bolivariana que de las democracias europeas. Otra cuestión son las migajas de cara a la galería que incluso pueden ser útiles para los empresarios, aunque a veces tengan que poner pie en pared.