Para evitar una apocalíptica Tercera Guerra Mundial (I)
Hace diez meses, el pasado 5 de marzo, escribimos al albur de la guerra de Rusia y Ucrania que por entonces no llevaba visos de finalizar, tras cumplir su primer año de vigencia. El argumento central era que la guerra no acabaría con más soldados, aviones y bombas, sino por medio de la fórmula que el Cielo había ofrecido al mundo en una coyuntura histórica de una extraordinaria gravedad. Fue comunicada en 1917 en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial comenzada el 28 de Julio de 1914, tras el atentado mortal contra el Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, heredero de la corona del Imperio de Austria- Hungría.
Aquella contienda tampoco tenía ninguna apariencia de terminar, en un año 1917 que en febrero, con la incorporación de EEUU hasta entonces neutral al conflicto, transformó lo que hasta entonces era considerada como la «gran guerra europea», en la que será Primera Guerra Mundial.
A continuación, en marzo, una revolución liberal había derrocado a Nicolás II Zar del Imperio Ruso de la dinastía Romanov, precisamente por la negativa evolución para Rusia de la contienda militar en la que se encontraba inmersa en el bando contrario al de los imperios centrales.
Por si fuera poco, octubre sería escenario del triunfo de la Revolución bolchevique, por lo que sobran datos para calificar aquella situación mundial como de una gravedad y dimensión no conocidas en la Historia. En esa dramática coyuntura, el Cielo se hará presente en la desconocida aldea de Fátima en Portugal dando un mensaje de esperanza al mundo por medio de tres niños de 7, 9 y 10 años de edad. Les anunciará que «esa guerra acabaría pronto» –y así fue, terminando el año siguiente–, pero les anunció que las guerras «eran consecuencia de los pecados de los hombres» y que si no había conversión vendría una «guerra mayor»: la que sería Segunda Guerra Mundial. Y sabedora la celestial mensajera de que no se produciría la conversión solicitada, aún les anunció una extraordinaria gracia para evitarla: «la Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón por parte del Papa en comunión con todos los obispos del mundo».
No se le hizo ningún caso, y el 1º de septiembre de 1939 se desencadenó la Guerra tras pactar Hitler y Stalin. Sabemos que la Misericordia Divina consiguió que esa contienda acabara antes y con el lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón en agosto de 1945 con la victoria aliada y no al revés. Pero es preciso recordar cómo se consiguió, y evitar ahora una «apocalíptica» Tercera Guerra Mundial, con Israel también en guerra. (Continuará).
El cénit del verdadero apocalipsis será cuando venga Dios a impartir Su justicia inevitable, inapelable, inigualable…