Epifanio
(In memoriam) Apareció, se manifestó, o reveló en pantalla un seis de enero, en plena Epifanía de los Reyes magos, haciendo bueno su significado etimológico, litúrgico y neotestamentario, con las orejas tiesas y su gesto simpático. De ahí el nombre que le asignaron certeramente, y que a mi gusto le cuadra como ninguno. No me lo imagino de Chispi, Adalberto, o Julio Antonio. Hubiera sido una herejía contra la Providencia que se lo asignaba.
Hubo que ir a buscarle a Cartagena. Es un perrito vivaracho y cartagenero, pero muy desgraciado en su tierna juventud, que supo y sufrió en sus cuatro kilos de carnezuelas lo que es el síndrome de Diógenes, de Demócrito, o de Demóstenes, no lo tengo claro, pero algo malo, sórdido y miserable que le ha dejado secuelas que el tiempo, no cabe duda que las irá borrando. Pero tarda.
Mi nuera y mi hijo muy de las nuevas tecnologías entrambos, no dudaron cuando le encontraron en la red y se decantaron de inmediato: Este, se dijeron, y emprendieron el viaje ya mismo al refugio en el que les esperaba sin otra cosa que con su hatillo de amor, sin saber lo que le había tocado, si el gordo, la pedrea o una simple terminación. Era el gordo, ya lo creo y ahora no se separa de ellos ni un segundo, por si se le desvanecen en el éter como lo pudiera hacer un sueño de color de rosa.
Es pura adoración diurna, nocturna y crepuscular para ellos, pero ¡ay! Epifanio tiene un pleito conmigo. Yo que amo todo eso, que le tengo cariño y extiendo mi mano sin reserva alguna con la intención de acariciarle y abrazarle y ser su amigo -mayor sí, pero amigo, al fin- me veo excluido de sus atenciones más elementales. Me rehúye y se aleja como de un apestado. No le he oído ladrar, ni sé que tenga dientes siquiera. Le doy premios que me facilita mi hijo, viene, se los lleva y ni las gracias y así una y otra vez. ¿Me ha cogido fila?
Mi hijo dice que a él, por ser hombre le tardó meses en permitirle lo que a ella -que va a tener que desparasitarse por los besos guarros que se prodigan el uno al otro- si bien nunca ha tenido esas intimidades, pero lo mío lo atribuye a una misantropía originada en razón a mi voz grave, viril, de hombre, que debe asociar con quién le maltrató reiteradamente en aquel nido de miseria y marranería con mi tono o con mi timbre, vete a saber, y que percibe maligno. Aunque a veces ponga vocecilla de mujeruca a ver si pica, no le engaño. Ya va para casi dos años de este pleito y amaina muy a poquitos. Si me lo ponen encima y le cojo, se aviene, se resigna y se deja, pero no me lo creo, como él. Aún sobrevuela la intolerancia patológica.
Últimamente comienza a acercarse y a dejarme acariciarle, e incluso se tiende junto a mí si se lo ordenan, porque es muy obediente y yo le toco gentilmente, pero mantengo la boca cerrada por completo, sin concesiones. Pone de su parte lo que puede y yo cierro el pico, que me cuesta, la verdad. Creo que tengo para rato hasta que salte al verme, me suelte lametazos amorosos y nos fundamos en el abrazo fraternal que deseo. Una pena.