Monseñor Casaldáliga dedica un poema al Che Guevara
Don Pedro Casaldáliga, sacerdote claretiano catalán , obispo administrador apostólico de la Prelatura de São Félix do Araguaia, en el estado brasileño de Mato Grosso, fue uno de los personajes más carismáticos del progresismo católico, con fuerte presencia en los países latinoamericanos (incluyo aquí a Brasil), pero también europeos, vinculado a la Teología de la Liberación, a las llamadas comunidades de base y a tantos movimientos que, décadas después, más que desaparecer, han mutado en otras formas y manifestaciones.
A los líderes de este movimiento, sin entrar en otras consideraciones teóricas o políticas, hay que reconocerles su gran carisma personal y una gran capacidad de retórica. El propio Casaldáliga, Díez Alegría, González Ruiz, Boff, todos son magníficos comunicadores y brillantes escritores; hábiles, además, para dar a su discurso un toque polémico. A pesar de la humildad y pobreza que se atribuyen, y que siempre se sitúan en el bando de los débiles, se proyectan en redes mediáticas, editoriales e instituciones que mueven grandes medios e influencias no ajenos a intereses económicos y políticos.
Algunos, como Casaldáliga o Ernesto Cardenal, son, además, estupendos poetas –especialmente, el segundo es uno de los grandes-.
Voy a centrarme en un poema del obispo catalán, Al Che Guevara en su muerte. Mi modesta condición de filólogo me lleva, en los debates complejos donde se citan fuentes secundarias, opiniones, estadísticas, hipótesis o tópicos, a irme a los textos mismos. El humilde texto dice esto; el autor lo escribió. Podemos valorarlo, interpretarlo, contextualizarlo, etc., pero el texto es el que es. A algunos personajes de la historia moderna de España bastaría -pienso en Sabino Arana o Largo Caballero, como ejemplos-, para valorarlos, leer sus textos, sin entrar en demasiadas hipótesis.
El Che muere en Bolivia en octubre de 1967. Casaldáliga le escribe una sentida elegía, manifestando por él admiración, compañerismo, comunión de ideales.
Comienza llamándole companheiro y en este tono fraternal:
Somos amigos
y hablo contigo ahora
a través de la muerte que nos une.
El poema termina con la expresión: querido Che Guevara.
Todo el texto tiene en tono de una emocionada admiración. Hace referencia al asma que siempre padeció el carismático personaje de forma crónica:
Descansa en paz. Y aguarda, ya seguro,
con el pecho curado
del asma del cansancio;
limpio de odio el mirar agonizante;
sin más armas, amigo,
que la espada desnuda de tu muerte.
Incluso el obispo establece un paralelismo entre el revolucionario y Cristo:
Morir siempre es vencer
desde que un día
alguien murió por todos, como todos,
matado, como muchos…
Ahora bien, todo el que conozca la vida y obra del revolucionario argentino sabe que fue un hombre que usó la violencia y el asesinato sin ningún tipo de escrúpulos, como es sólito en los líderes comunistas.
Está a una distancia sideral, no sólo y por supuesto de una concepción cristiana de la dignidad humana, sino de la simple decencia que se le puede exigir a cualquier hombre.
No sólo consintió y organizó multitud de asesinatos, sino que los realizó por su propia mano sin escrúpulos. Cuenta él mismo en su diario (véase mi artículo Un fragmento del diario del Che https://ntvespana.com/17/01/2022/un-fragmento-del-diario-del-che-por-tomas-salas/) cómo asesina a Eutimio Martín, acusado de traición con un tiro en la sien derecha. Jadeó un rato y luego murió, dice este campeón del humanismo; y luego relata cómo se queda con su reloj.
En el comentado poema monseñor Casaldáliga hace referencia a la violencia con su particular retórica:
Yo, Che, sigo creyendo
en la Violencia del Amor (Tú mismo
decías que “es preciso endurecerse
sin perder nunca la ternura”).
¿La violencia del amor será un sinónimo de la violencia revolucionaria practicada “amorosamente” desde Stalin hasta Daniel Ortega? Por el contexto histórico no parece que sean cosas muy distintas.
Endurecerse sin perder nunca la ternura: quizá el Che, cuando asesinó a su antiguo compañero en aquella noche de 1956, sintió cierta ternura por la antigua convivencia que los había unido, lo que no le impidió robarle el reloj e irse luego a la cama.
Estoy convencido que lo que pierde, lo que fascina, lo que mueve a cierta izquierda, y en especial la izquierda clerical, sin tener que llegar a los excesos de monseñor Casaldáliga, es su amor a la retórica, su pretensión de hacer frases redondas y citables, que, por supuesto, no tienen nada que ver con la realidad.
Postdata: Otro día escribiremos de la laudatoria y cariñosa carta que le dedica a otro gran demócrata y campeón del humanismo: Fidel Castro.
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