Los caballos blancos de Santiago (España, la patria traicionada)
Y miré, y vi a cuatro jinetes galopando y cortando el viento, con sus crines incendiadas, tocando el tambor del llano, cruzando los Rubicones de España bajo una luna roja, en fiera estampida hacia los santuarios de la Hispanidad, las murallas de la cristiandad, los palacios y fortalezas de nuestro imperio.
Aquí vienen, anunciando un apocalipsis ya para nuestra Patria, un Armageddón donde nos quieren llevar golpe a golpe, corrupción a corrupción, mentira a mentira, traición a traición.
Son los conspiradores, los vendepatrias, los felones y traidores a nuestra historia y a nuestro pueblo. Pues la historia de España consiste en la heroica resistencia de un pueblo para defender sus valores, sus tradiciones y sus ideales contra fuerzas invasoras, contra traidores de toda calaña, de todos los colores, de todos los mundos. Resistencias y levantamientos que forjaron las cuatro Reconquistas heroicas que hemos protagonizado, para pasmo de la Historia mundial.
Primero fue la traición del conde don Julián, que entregó España a la morisma en el 711; fue seguida por la apostasía castellana de los Reyes Católicos, que a través de una nefasta política matrimonial entregaron los destinos de la raza castellana a una mafia extranjera de flamencos que arrasaron con los recursos de nuestro imperio, malgastándolos en empresas allende nuestras fronteras que desviaron a España de su verdadero destino y su genuina vocación.
Felonía impresentable también la de la Corte española en 1808, entregando vergonzosamente las llaves del poder patrio a la chusma masónica francesa: malignos vendepatrias, cobardes afrancesados que indignamente entregaron el país a una caterva de violadores y asaltacapillas.
Pero la madre de todas las traiciones, de todas las infamias, de todas las perfidias, fue la entrega de nuestra Patria a las hordas marxistas de la Segunda República, la sumisión de nuestra raza al bolchevismo materialista y ateo de la Rusia soviética, al furor miliciano que, puño en alto, arrasaba nuestras calles con su violencia y su matonismo, gritando «¡Viva Rusia!», y «¡Muera España!».
Todas estas traiciones tuvieron su sanmartines, acaudillados por Pelayos, Empecinados y Francos, pues en Clavijos, Bailenes y Ebros el pueblo español, en lucha para defender la catolicidad de la Patria, movilizado para acometer sus cruzadas de liberación, contó seguramente con la ayuda celestial de Santiago, cabalgando su blanco caballo victorioso, que derrotó a los apocalípticos jinetes que amenazaban su supervivencia.
Luego llegó el galope de los jinetes de la Transición, montando el caballo gris de la traición, sabiamente entrenado en los muladares del club Bilderberg, apadrinado por próceres globalistas, salidos del «Rockefeller Center» como de una caverna del inframundo, y de las caballerizas de los Rothschild, cuyos jinetes galoparon impunemente por nuestros pagos tras la muerte de Franco para traernos una pseudodemocracia plenamente dirigida a convertir a la España una, grande y libre de Franco en una sucursal del imperio americano, en una reserva del NOM, en una España plurinacional, pequeña y sometida, porque, como decía Kissinger, «una España fuerte es peligrosa».
Fue así como nuestros tiralevitas, nuestros chupatintas y lameculos traicionaron a la España de Franco, a la que vendieron por un puñado de escaños. Al frente de todo, los conspiradores pusieron a su candidato, el rey Juan Carlos, mediante la «Operación Lolita», cuyo primer fruto fue la entrega del Sáhara a Marruecos, seguido de la defenestración de Suárez, porque no nos quería meter en la OTAN, y marchaba demasiado por libre, sin hacer mucho caso a los dictados del Bilderberg.
Luego, los padrinos globalistas de la Transición refundaron un PSOE prácticamente inexistente promocionando descaradamente el felipismo desde Suresnes, para que pilotara la Transición siguiendo fielmente los dictámenes de los bilderbergianos que le pusieron ahí: entrada de España en la OTAN y la CEE; desmantelamiento de nuestra industria para no estorbar la hegemonía de Alemania y de Francia, para convertir nuestro país en un reino de camareros y albañiles; desmantelamiento de las empresas estatales, cuyo pastel se repartió entre los oligarcas y plutócratas de siempre; creación de un pensamiento único progresista y políticamente correcto que abjurara de la España de Franco ?que se introdujo aplastantemente en la educación con la funesta LOGSE?; desmembración de España con la imposición de las autonomías, fuente de enchufismo y clientelismo político, agencias de colocación según los dictados del caciquismo y el nepotismo, y eficaz herramienta para la demolición de la unidad de España, objetivo principal de la conspiración mundialista a la que nos rendimos sin rechistar.
Nuestra rendición ante esta nueva traición se debe al hecho de que, excepto reducidos núcleos de patriotas conscientes, los españoles no vemos hoy a ningún enemigo enfrente, no divisamos en lontananza ningún ejército organizado que nos amenace. Es por eso que la lucha contra los enemigos de España ha adquirido hoy una dificultad prácticamente insalvable, ya que el español es gallardo, bravo y valeroso cuando ve enfrente a un ejército enemigo de carne y hueso, dispuesto en formación para el combate. Sin embargo, los traidores y felones que conspiran en la actualidad para destruirnos, ocultos en sus rayos catódicos, no dan la cara, ya que nos combaten desde sus maléficos «poltergeists», desde su vampirismo televisivo y cibernético, desde sanguinarios ectoplasmas que nos lavan el cerebro y succionan nuestra energía patriótica.
Estamos ante caballos invisibles, ante jinetes cibernéticos que cabalgan a lomos de su invisibilidad a través de los medios de comunicación, completa y traicioneramente entregados a la plutocracia financiera que, como un «Gran hermano», ha convertido nuestras vidas en «Shows de Truman», donde nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras ideas y nuestros votos están implacablemente programados desde sus torres de control, desde sus cenáculos conspiradores, desde sus logias imperiales.
Ahí tenéis a Othar, el caballo de un Atila coletudo, segando a su paso todo vestigio de españolidad y catolicismo; emponzoñando praderas, calles, tertulias y hemiciclos con sus virus bolivarianos; empuñando feroz su martillo y guadaña para cercenar nuestros valores, nuestros ideales, nuestras tradiciones y nuestras costumbres. Es la tan temida peste, creadora de nauseabundos bubones que desde los medios de comunicación transmiten su maligna ponzoña, productora de encefalogramas planos, lobotomías y aborregamientos.
Ahí tenéis también a Pedrito el Sánchez, a lomos de una jaca jerezana caminito de Moncloa, chiringuiteando con el Turrión para repartirse los despojos patrios, enseñando con su puño en alto el carcaj de flechas ponzoñosas que heredó de los Largos Caballeros y los Bellido Dolfos que en España han sido.
Mas nadie puede decir que la izquierda española es traicionera, ya que siempre ha sido carbonaria, antipatriótica, anticatólica, conspirando en sus logias bolchevizadas para liquidar a la España una, grande y libre. Los traidores verdaderos, los auténticos felones son esos jinetes de la derecha surgidos en los picaderos de la Transición, cabalgando sobre caballos supuestamente azules, con cortejo de gaviotas, pero que han transmutado su color al negro de la traición a la España una, grande y libre, porque, para no perder sus poltronas en el posfranquismo, renegaron de los valores, los principios, los ideales y las prácticas de la España de Franco, desmarcándose ?para no parecer fachas? del «¡Arriba España!» que había guiado tan exitosamente el resurgir de nuestra nación.
Fue así como también los próceres de la derecha bajaron la cerviz ante los poderes mundialistas, hasta el punto de que Fraga Iribarne fue el primer asistente español a una reunión del Club Bilderberg. Luego asistirían muchas de las personalidades más destacadas de nuestra derecha, desde Aznar a Dolores de Cospedal, desde Esperanza Aguirre a Soraya Sáenz de Santamaría, Rodrigo Rato, Luis de Guindos… ¿Qué se puede esperar de unos supuestos militantes de la derecha que se entregan a las órdenes de los mandamases del Club?
España ?anatematizada por el progresismo del Concilio Vaticano II?también fue traicionada por la Iglesia Católica postconciliar, a partir de una visita del cardenal Enrique Pla i Deniel al Vaticano, donde Juan XXIII y Montini decidieron que había que preparar un golpe de mano en el episcopado español, colocando al frente de él a personas ?Tarancón? que paulatinamente vayan separando a la Iglesia Católica de dictadura tan poco cristiana: «Franco no tiene futuro: la Iglesia española, si quiere sobrevivir a su régimen y a su muerte, deberá irse separando poco a poco, pero completamente», le dijo Montini a Pla i Deniel.
Como afirmaba Armando Robles en un artículo en «Alerta Digital»: «El consorcio con la castuza fue creado por el cardenal Tarancón después de que, con nocturnidad y alevosía, los curas y obispos postconciliares de entonces, devenidos demócratas de siempre, vaciaran a la Iglesia de cualquier valor espiritual vinculado a su verdadera herencia histórica. Pasar de los ‘paseos’ a curas en la España republicana a las francachelas con Santiago Carrillo, del espíritu nacional católico al laicismo liberal, de los Te Deum en honor de las tropas de Franco a las cesiones parroquiales a etarras y comunistas, fue tarea tan simple como albergar una muñeca matrioska dentro de otra».
Y así vamos, de escándalo en escándalo, de traición en traición, ante la impotencia e indignación del electorado de derechas, pues nuestro país, aparte de ser el único en Europa donde no hay ninguna formación identitaria que defienda los valores patrióticos, también carece de una formación genuina de derechas, pues lo que antes se calificaba así ahora ni siquiera llega a conformar una bancada de centroderecha, ya que el PP mismo se define como partido de centro reformista, igual que C’s se califica como partido de centro liberal progresista. Como se ve, aquí vamos de la socialdemocracia hasta el izquierdismo populista. Sí: Tú a Boston, y yo a California.
Manuel Azaña, cuya intención ?expresando el único programa republicano? tenía como lema las palabras «demolición», «destrucción creadora»: «Concibo la función de la inteligencia en el orden político -decía- como empresa demoledora. En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Igual que hay gente que hereda la sífilis, así España ha heredado su Historia». España estaba enferma de su historia, y Azaña se proponía acabar con ella, «extirparla como un tumor».
Y así, bajo esta colosal carga de caballería de los enemigos de España, el pueblo español ha sido traicionado y vendido, inconsciente de que íncubos y súcubos desencadenados desde los santuarios del NOM le han robado el alma española, su corazón católico, su inveterada gallardía, su historia, su dignidad y su honor.
¿Acabaremos, entonces, despeñados en las barrancas y quebradas de la historia? ¿Resistiremos una vez más, protagonizando otra Reconquista heroica? ¿Seremos capaces de defender con uñas y dientes nuestra Patria de todo ataque a nuestra fe, a nuestra historia, a nuestros valores e ideales, a nuestros símbolos patrios, a nuestras tradiciones? ¿Contaremos también en esta ocasión con la ayuda de los caballos blancos de Santiago, cuando nuestra Patria ha sufrido un sobrecogedor vaciamiento de su fe católica?
Porque aquí está nuestro apocalipsis ya: el caballo blanco de Santiago contra la negritud del caballo de Troya que cabalgan los traidores a nuestra Patria.