El PSOE culturiza España
¿Cómo valorar la plétora de autores que han ido surgiendo desde la transición? Aquí entra un doble criterio, el político o ideológico y el puramente intelectual o literario. Basta ver la nómina de los escritores de los años 40 para comprobar, como señala Julián Marías, una pluralidad de fondo y no subvencionada, que dio lugar a la famosa polémica sobre Ortega y Unamuno, arrastrada hasta el Vaticano II, o a obras claramente antirrégimen (La Colmena, la “poesía social”…), a despecho de una censura que no frustró ninguna obra maestra. En cambio, una visión por encima de las nuevas generaciones del posfranquismo da impresión de mayor homogeneidad en plan antifranquista y progresista, cercana al PSOE, como también en el mundillo de los artistas, actores y demás.
En unos primeros años el marxismo, la URSS o la Cuba castrista despertaban, incluso en la derecha, un respeto un tanto hueco, al modo del sempiterno europeísmo. Pronto la moda pasó a expresar unción por “la utopía” en plan anarcoide, y al descrédito del “poder”, sin más; y luego otras modas intelectuales sin que produjeran ninguna obra seria.
Se formaron círculos literarios y de pensamiento, los más influyentes el “progresista” o “progre”, simpatizante del PSOE, en torno al diario El País, y el conservador en torno al diario ABC. Los directores de ambos periódicos, respectivamente Cebrián y Ansón, hicieron de sus respectivos periódicos los de mayor tirada e influencia, pese a lo cual, o por eso, se detestaban. Ansón podía acusar a su rival de complicidad con la policía franquista al haberle filtrado grabaciones de encuentros de comunistas españoles en el exterior; y Cebrián contraatacaba identificando a su contrario con el “Sindicato del crimen”, por publicar información sobre las corrupciones del PSOE. A su manera reproducían la vieja querella entre falangistas y monárquicos, ya visible en los años 40.
Pese a la antipatía mutua, las carreras de ambos mostraban un paralelismo sorprendente. Los dos se distinguían por un brioso y voluntarioso antifranquismo después de haber gozado de posiciones privilegiadas y haber hecho un currículo notable bajo aquel régimen. Notoria, también su robusta anglofilia. Cebrián había sido subdirector de Pueblo, diario de los sindicatos verticales, después de Informaciones, luego jefe de los servicios informativos de televisión con Arias Navarro, y Fraga había cometido el error de encargarle la dirección de El País.
Nunca se molestó en explicar su vistosa evolución política, aunque debió de tener sus razones. Ansón, incondicional de Don Juan, a quien distinguía con el imaginario título de Juan III, triunfó también bajo el Caudillo en altos cargos de ABC y de Blanco y Negro, y como subdirector de la Escuela Oficial de Periodismo, cargo de confianza, pues allí trataba de formar sus periodistas la tiranía aquella. Muerto el dictador, la oposición a él de uno y otro se tornó audaz, casi temeraria. Para mayor paralelismo, los dos llegarían a académicos de la Real Academia de la Lengua, Cebrián en 1996 y Ansón en 1998.
La farsa ¿qué otra cosa, si no? del antifranquismo de los dos diarios –y de muchos más– se convirtió en una cultura sui generis. Las versiones de la historia tienen valor crucial para legitimar una situación política. Las de la izquierda habían exigido la ruptura al empezar la transición, y pese a tener que doblegarse políticamente a la reforma, persistieron en un plano ideológico más profundo, y desacreditar al franquismo resltó una necesaria labor corrosiva, clave a largo plazo. Labor obligada y justificable desde el enfoque de quienes aspiraban a disgregar España o detestaban su pasado, como el PSOE, según observaba Julián Marías. Unos y otros discernían en el franquismo, precisamente, la concreción de aquella historia infame y enferma, a la que habría apuntillado felizmente el Frente Popular de no haber perdido la guerra. Nada objetable, salvo por su demostrada necesidad de falsear los hechos.
El método consistió en identificar al franquismo con los fascismos de antaño y acusarle de haber asesinado a cientos de miles de honrados republicanos por no compartir las ideas de Franco y ansiar la libertad, la democracia y el progreso. La universidad y los medios promovieron a historiadores como Preston, Jackson, Gibson, Malefakis, Pierre Vilar…, y a sus imitadores castizos Juliá, Viñas, Moradiellos, Reig Tapia, Tusell y decenas más, parte de los cuales he reseñado en Galería de charlatanes. La inanidad intelectual alcanzada por ABC resplandece en las loas ditirámbicas de Ansón a la célebre y peculiar biografía de Franco por Preston. Otro, entre muchos, cuando la izquierda emprendió su ofensiva contra el Valle de los Caídos “informando” de su construcción por el trabajo esclavo de 20.000 presos “republicanos”, el diario monárquico no tuvo empacho en reproducir el hallazgo historiográfico. Ni Cebrián ni Ansón parecían notar que al adoptar las historias del PSOE y los separatistas minaban la legitimidad de la transición y de la monarquía.
La tarea aún tropezaba en tiempos de González con una oposición académica considerable, por la obra de historiadores como los hermanos Salas Larrazábal, Ricardo de la Cierva, José Manuel Martínez Bande, Luis Suárez y varios más. Sin embargo esa oposición se fue debilitando al imponerse agresivamente la versión rupturista en la universidad y en los medios, incluidos la mayoría de los de derecha.
Claro que, salvo en sistemas tipo realismo socialista y similares, la corrección política es secundaria en la valoración propiamente intelectual o literaria de la obra de los escritores y artistas. Pero aun siendo secundaria, no deja de ser un lastre. Se ha hecho habitual que una multitud de artistas y escritores adopte posiciones políticas aparatosas y siempre a favor de lo que llaman progresismo, identificable con el PSOE y los secesionismos. Ello resulta en parte de una política de subvenciones, así a un cine de muy baja calidad media , que recauda la mitad de lo que recibe del gobierno. En fin, ¿qué valor cultural tienen las obras de las nuevas estrellas Umbral, Rosa Montero, Millás, Savater, Viñas, Zafón, Javier Marías, Almudena Grandes, Muñoz Molina, Landero, Pombo, J. A. Marina, Félix de Azúa, J. L Abellán, Albiac, Pérez Reverte, Celia Amorós, Esther Tusquets, Pisón y tantos más? Requeriría un estudio aparte, no historiográfico. Quede como pregunta.