El PSOE combate al franquismo, veinte años después
Como resumen de las tareas socialistas muy sumariamente descritas en estos capítulos, es claro que la democracia, la independencia de España y la integridad nacional, sufrieron serios retrocesos. También ocurrió con los índices sociales.
Por ejemplo, la población penal casi cuadriplicó la heredada del franquismo, pasando de ser la más baja de Europa a una de las más altas; la heroína causó estragos, viéndose como un alivio el paso a la cocaína y otras drogas menos mortíferas, en las que España se colocó a la cabeza de Europa; los resultados en la enseñanza fueron a su vez de los peores de Europa.
En 1985 se despenalizó el aborto, subiendo su número de 16.200 en 1987 hasta 51.000 el último año de González; asimismo los divorcios pasaron de unos 20.000 en 1983 a 32.500 en 1996 (con las separaciones, el número sería mucho mayor), fenómenos probablemente relacionados con un fomento deliberado de la promiscuidad sexual o con la ética, el hedonismo y el estilo lúdico pregonados. Estos y otros índices suelen interpretarse, por el PSOE y afines, como pruebas de una sana liberación de las costumbres, o de la mujer, o como signos de modernidad. O acaso entendibles también como síntomas de mala salud social.
Si comparamos las políticas del PSOE en la república y en la democracia, encontramos una importante diferencia. A nadie medianamente informado puede caber duda de que el PSOE fue el principal elemento demoledor de la II República, de su legalidad, mientras que en la democracia posfranquista el daño fue mucho menor, con ser muy considerable. La diferencia procede ante todo, apenas precisa insistir en ello, de la muy diferente sociedad heredada, en la que estaban superados las miserias y odios de antaño, y en que los discursos marxistas y revolucionarios calaban con dificultad.
No obstante, el partido recuperó o mantuvo algo de sus viejas virtudes, y si la violencia guerracivilista fue su seña de identidad más propia durante la República, la corrupción lo sería en la democracia. Corrupción que solo muy al final le pasaría factura al partido, haciéndole perder la quinta elección, aunque por muy poco.
Los datos obligan a plantear por qué, siendo así, el PSOE logró dos mayorías absolutas, una tercera que prácticamente lo era, y una cuarta relativa. Se han propuesto diversas explicaciones a tal éxito, una de ellas la económica. Puede ocurrir que la sociedad tolere una política perjudicial a la larga a cambio de beneficios pecuniarios a la corta. Y es verdad que hubo cuatro años de euforia, entre 1987 y 1990, ambos incluidos, cuando el PIB creció a una notable media de 4,75%.
Sin embargo, el cuatrienio anterior había sido mediocre, del 2,3% (si bien superior a los 1,45 del septenio de UCD). Y los últimos seis años de poder socialista apenas superó el 2%. Por comparación, el crecimiento del PIB en los últimos catorce años del franquismo había alcanzado una media espectacular de casi el 7%, con lo que la aproximación a los países ricos de la CEE había descendido, pese a haber España “entrado en Europa”, por decirlo en el lenguaje de los políticos.
Por consiguiente, la explicación económica no satisface, y menos si atendemos a factores relacionados como la deuda pública, con su carga para el conjunto del PIB, o el desempleo. La deuda, del 7% en el último año de Franco, había subido al 15% en el último de Suárez y al 64% en el último de González. Y la tasa de paro, en torno al 3% al final del franquismo –pleno empleo–, había saltado al 15% en el último año de UCD, y al 22% en el último del PSOE. No obstante, gracias a la solidez de la economía heredada, el paro no acarreaba la miseria de tiempos republicanos, lo que amortiguaba el descontento social.
En 1975, España estaba entre la octava y décima potencia industrial del mundo, pero la crisis de 1973 forzó en Europa occidental a reconversiones que provocaron masas de parados. La reorganización industrial, reorientándose la economía más a los servicios, no pudo hacerse con la UCD, por la oposición de los sindicatos, pero la acometió el PSOE, dando lugar a los cuatro años de auge del PIB, aunque después las tasas de crecimiento bajaran, manteniéndose las de desempleo, siempre bastante más altas que en el resto de Europa. Aun así, se mantuvo un crecimiento sobre la base anterior, no brillante pero real.
Por consiguiente, debe buscarse por otro camino la clave del éxito electoral del PSOE . Desde luego, no puede desdeñarse el efecto manipulador, ejercido sin escrúpulo, de su control sobre la televisión, única hasta 1990, y de los grandes medios privados afines al partido. Ya hemos visto con qué frecuencia la triunfal tergiversación de los hechos ha dado buenos frutos al PSOE. Pero es difícil que la manipulación pudiera ejercer su efecto durante tanto tiempo, a la vista de los hechos. Y no menos cierto que fue la existencia o surgimiento de medios independientes en la prensa y la radio, con sus insistentes denuncias, lo que terminó por empujar a González a la derrota en las urnas.
Otro factor explicativo y el de más peso, a mi juicio, fue la debilidad de la oposición. La UCD se había descompuesto internamente, debido a sus políticas erráticas y vaciamiento ideológico, en algo parecido a un suicidio político que había hundido a la derecha en el descrédito popular, bien manifiesto en las elecciones de 1982; y del que no se iba a recobrar pronto. Fraga y su AP sacaron de sus derrotas la lección de que debían imitar a la UCD, exitosa en las dos primeras elecciones, con su europeísmo, “olvido” de la historia reciente, “centrismo” y abandono del terreno cultural a la izquierda y los separatismos para cultivar un economicismo estrecho, con el punto de vista implícito o explícito de que la gente pensaba con el bolsillo, lo que probablemente fuera achaque más bien de aquella misma derecha.
Sin embargo no logró pasar de una oposición impotente, que iba aceptando casi inconscientemente la ideología atribuible sobre todo al caletre de Alfonso Guerra, aspirando simplemente a moderarla suavemente.
En 1986, Fraga dimitió y le sucedieron otros jefes de menor talla. En 1989 José María Aznar, más enérgico que los anteriores, impuso mayor disciplina y refundó a AP como PP, manteniéndose en la Internacional Democristiana; la cual ampliaría su nombre, en 2001, con “Demócrata de Centro”. El cambio de AP a PP iba más allá de las siglas: se trataba de renunciar a toda costa a cualquier conexión con el pasado franquista, algo que solo podía lograrse en el campo de la imagen publicitaria, no en el de la historia real. Pero a pesar del fuerte desgaste del PSOE, Aznar no fue capaz de ganar las elecciones de 1993, y tuvo que esperar aún hasta tres años para obtener una victoria muy exigua. La realidad es que los socialistas podían envolver sus políticas en un audaz discurso social y cultural renovador imitado del socialismo francés de Mitterrand, mientras que el PP, carente de discurso propio salvo, y un tanto precariamente, en la economía, simplemente seguía las iniciativas socialistas, haciéndoles críticas de poca monta, sin ejercer de verdadera oposición.
En democracia, la oposición tiene valor crucial como freno a las tendencias invasivas de los gobiernos mayoritarios, por lo que la UCD y el PP, al renunciar a un fundamento histórico e intelectual, solo podían actuar como complemento o auxiliar de un PSOE que en cualquier caso marcaba la pauta.
Debe consignarse asimismo la debilidad de la Iglesia desde el Vaticano II, con merma progresiva de la práctica religiosa, pérdida de influencia social, abandono de numerosos clérigos y crisis de las órdenes religiosas, cada año menos pobladas y más envejecidas.
Pese a los factores mencionados, el hartazgo de amplios sectores de la población iba en aumento a principios de los 90; y Pujol rompió su pacto con González, le impidió aprobar los presupuestos y le forzó a elecciones en marzo de 1996. Las cuales perdió González por mínima diferencia, pues su partido creció todavía en casi 300.000 votantes con respecto a 1993, llegando a 9,1 millones…, solo que el PP saltó de 8,2 millones a 9,7.
Tuvo interés la campaña electoral, un tanto chusca: mientras el PP hacía esfuerzos ímprobos por ocultar su origen franquista, el PSOE resucitó la furia antifranquista, antes mantenida algo más en sordina, para acusar a Aznar y los suyos de ser continuadores de una terrible dictadura. Algunos artistas, muy prósperos en el régimen anterior, llegaron a anunciar que en caso de ganar el PP, se exiliarían (no lo hicieron,naturalmente). El PP se representaba como un dóberman amenazante a las libertades y progresos autoatribuidos por los socialistas. La idea, al parecer de Guerra, recordaba las acusaciones de fascismo a la CEDA en los años 30, con su carga guerracivilista, y su mensaje venía a ser: pese a la corrupción, el paro masivo (más de tres millones) y otras muchas averías del PSOE, era preciso votarle para cortar el paso a una vuelta a un pasado siniestro.
Aunque el antifranquismo había tenido poco efecto en la transición, con el tiempo había calado en mucha gente: no en vano la derecha había renunciado a la historia, que así podían desfigurar a placer el PSOE y sus aliados. El espectáculo de unos tratando de meter miedo esgrimiendo un franquismo inexistente desde veinte años antes, y otros negando toda relación con él, daba a la política, una vez más, un toque algo grotesco.
Es probable que el antifranquismo ayudara al partido a movilizar a muchos votantes, pero no bastó para contrarrestar el creciente hastío social hacia sus demagogias. La derrota socialista obedeció poco al mensaje un tanto aguado del PP, y mucho más a un extendido descontento de los dudosos logros del PSOE y la repugnancia de muchos hacia su retórica poco menos que guerracivilista. Y, desde luego, a las denuncias de sus corrupciones por una prensa independiente. Fue seguramente más una derrota de los socialistas que una victoria de una alternativa real.