La “guerra contra las drogas” está condenada al fracaso
Marcelo Duclos.- “Te declaraste milonga fina cuando anduviste con aquel gil, que te engrupía con cocaína y te llevaba al Armenonville”, cantaba Carlos Gardel en Milonga Fina allá por 1926. En el momento que se editó ese tango, nadie se escandalizó demasiado. Era una referencia a las noches de excesos del arrabal, que podría ser análoga al clásico La última copa, donde le pide al mozo que “eche más champagne” para poder ahogar el dolor de la partida de la amada.
Casi un siglo después las canciones suenan distinto. Sin embargo, todo lo que hoy simboliza la cuestión de las sustancias que cayeron bajo el rótulo de “drogas”, ocurrió también con el alcohol en Estados Unidos entre 1920 y 1933. Por esos días, a unos iluminados se les ocurrió prohibir la bebida por razones de decencia y salud pública, pero la ignorancia general pasó factura. La demanda se mantuvo y los que la abastecieron fueron las mafias, que corrompieron a la policía, a la justicia y a la política. También, además de estas cuestiones, y de un Estado que perseguía un fantasma imposible de atrapar, la peor externalidad negativa apareció en el conteo de muertos e intoxicados. Al prepararse las bebidas en la clandestinidad, la calidad era muy mala y muchas veces los consumidores padecían las consecuencias de bebidas insalubres.
Cuando la situación terminó por convertirse en algo insostenible se levantó la prohibición. Desafortunadamente, la lección no se aprendió, ya que se mantuvo la misma estupidez con la denominada “guerra contra las drogas”. Esta batalla tiene iguales posibilidades de éxito que la guerra declarada por Alberto Fernández a la inflación durante el kirchnerismo.
Con la violencia narco golpeando cada vez más duro en Argentina, producto de años de complicidad con el poder político, la población pide “mano dura” y hasta el “exterminio” de los violentos. Claro que estas bandas delictivas tienen que ser reprimidas y aniquiladas, eso está fuera de toda duda, pero hay que comprender que mientras siga existiendo el incentivo a la producción ilegal y venta de drogas, este negocio siempre encontrará a nuevas generaciones de delincuentes dispuestos a abastecer la demanda.
Como ocurrió durante la gestión de Mauricio Macri con Patricia Bullrich como titular de la cartera de Seguridad, se evidenciaron ciertos avances y mejoras, pero, tal cual le advertí personalmente a la ministra el día que asumió, ni bien pusieron los pies fuera de la Casa Rosada, todo se desbocó de nuevo. Lo mismo ocurrirá junto a Javier Milei, porque la única forma de terminar con las organizaciones narco es quitándoles el negocio y esto es legalizando las drogas. Ahora, que esté en agenda del debate o no es otra cuestión, así como que haya apoyo para semejante medida, pero que es la única solución, más allá de la posibilidad o voluntad política. No hay ninguna duda.
Tarde o temprano primará el sentido común y se terminará con esta locura, de la misma manera que se acabó con la ley seca. Ese día incluso ya no existirán esos venenos que convierten a los adictos en zombies en cuestión de meses. Durante los tiempos de “droga legal”, las personas que decidían fumar, por ejemplo opio, lo hacían en los lugares destinados a ese fin, sin mayores inconvenientes. Los tangueros amigos de Gardel, que compraban cocaína en la farmacia, no morían de sobredosis. ¿Estamos diciendo con esto que las drogas mejor producidas en la legalidad no harían daño a la salud? Claro que no, pero lo cierto es que cada uno debería hacerse cargo de sí mismo, como se hace con el consumo de alcohol, en un marco de regulaciones lógicas, como la prohibición existente de manejar habiendo tomado.
Muchas de las muertes que tienen vinculación al uso de sustancias prohibidas pasan a engrosar la lista de “sobredosis”. Sin embargo, la mayoría de los casos son, en realidad, intoxicaciones. Lo mismo que ocurría durante los años de la ley seca.
Igualmente, al ser producidas por marcas que ponen su nombre, en un marco de competencia, no hay ningún lugar a dudas que las sustancias serían menos nocivas para el consumidor.
El presidente Milei, que reconoció como liberal que los vicios no son crímenes, resaltó, sin embargo, que no es posible la legalización mientras exista un sistema de salud pública y Estado de Bienestar. El argumento es que los que se dañan la salud, terminan pasando la cuenta a los demás. La cuestión es que, con las drogas de pésima calidad del mercado negro esto ya es una realidad hoy. Además, es válida la pregunta hipotética si con otras sustancias producidas por el capitalismo virtuoso, no se terminaría reduciendo los costos en materia de asistencia de salud. Lo más probable es que sí.