La gloria de Zapatero
Apenas ganadas a su modo las elecciones, Zapatero expuso a la revista useña Time su ocurrencia mayor, en la que centraba la gloria de su gestión:“Lo que despierta mi vena rebelde son 20 siglos de un sexo dominando a otro. Hablamos de esclavitud, feudalismo, explotación, pero la dominación más injusta es la de una mitad de la raza humana sobre la otra mitad”.
La idea tiene bastante miga: “la mujer” sustituía al “proletariado”, al que tantos servicios había rendido el PSOE en su etapa marxista. Con dos diferencias: en el marxismo el concepto clave que regularía la vida e historia humanas es la explotación, menos aplicable a las mujeres, que habían contribuido en menor medida a la economía, y en muchos casos recibían sus medios de vida de los varones, explotados o no; el concepto a aplicar aquí sería, como tiene a bien indicar el jefe del PSOE, el de dominación, opresión o marginación, padecida tantos siglos por las mujeres.
En segundo lugar, en el marxismo los explotadores eran pequeñas minorías apoyadas en el opio religioso y la fuerza estatal, mientras que aquí los opresores eran nada menos que la mitad del género humano, lo que complicaba un poco la perspectiva liberadora.
Esta idea no era original del pensador socialista, sino de teorías neofeministas, sobre todo useñas, aunque ello no quita mérito al primero. El cual no reparaba en un problema: aunque la lucha de clases entre explotadores y explotados no fuera tan determinante en la historia como se pretendía, sin duda habían abundado las revueltas y rebeliones de unos contra otros, mientras que hay poca o ninguna constancia de airadas sublevaciones femeninas contra sus dominadores. Este dato podría sugerir que, en general, las mujeres no se habían sentido tan marginadas de la vida como como sugerían los y las aspirantes a liberarlas.
Por lo demás, la observación más elemental muestra que las maltratadas mujeres viven más que los hombres, se suicidan mucho menos, delinquen muchísimo menos y en general su talante es más risueño, cosas incomprensibles desde lo de los veinte siglos. Y cabe suponer que un campesino pobre habría estado más oprimido que una mujer de clase alta. El problema recordaba al de los separatistas: según ellos, los vascos, catalanes, gallegos u otros no solo no se habían rebelado durante siglos contra una España que los esclavizaba, sino que ellos mismos se habían sentido españoles, en el colmo de la ignominia. Pero sea como fuere, los pensadores y jefes separatistas estaban resueltos a liberarlos de tan monstruoso error, les gustase o no; y los y las feministas harían lo mismo con las mujeres, ampliando la lucha de clases a la de sexos.
Consecuentemente, las y los feministas explicaron insistentemente que la relación real, histórica, entre hombres y mujeres, se concretaba en el maltrato y discriminación de los primeros a las segundas. Un maltrato ancestral y enconado, físico y psicológico, que debía corregirse mediante métodos educativos y punitivos contra el varón, para el que sobraba toda presunción de inocencia pues todos, salvo Zapatero y cuatro más, se habían pasado veinte siglos de patriarcado y machismo maltratando al otro sexo, y por lo mismo las “hermanas” mujeres, siempre tenían razón y decían la verdad en sus acusaciones. Lo que no dejaba de ser un notable hallazgo del pensamiento feminista o neofeminista.
Comprensible asimismo que hallazgos tales justificasen un odio muy razonable, bien resumido en el aserto de Kate Millett, ua de sus más destacadas filósofas: “El amor es el opio de las mujeres, como la religión el de las masas”. Los sentimientos amorosos, sin duda insuflados por el patriarcado a las fáminas, para mantenerlas dóciles, debían ser la causa de la falta de rebelión contra los opresores. Pues, ¿cómo, si no, habría gozado el varón de todos los privilegios y entajas, y las mujeres lo habrían soportado cuando, según la ciencia, ambos sexos son por naturaleza iguales? Difícil explicar algo tan antinatural. Urgía, pues, sustituir el amor por un liberador odio al varón, o más en abstracto, al “patriarcado”. Los conocidos lemas de las feministas lo expresan, aun si algo confusamente: “El machismo es terrorismo”. “No es un caso aislado, se llama patriarcado”. “Si tocan a una, responderemos todas”. “Voy a ser la mujer que me dé la gana ser”. “Somos las nietas de todas las brujas que no pudistes quemar”. “Libre y borracha quiero volver a casa”. “Ha llegado el fin del patriarcado”. “Soltera, siempre soltera. Bollera, siempre bollera”. “Que nos detengan, que somos abortistas, malvadas feministas, y no nos pueden controlar”, “Mi cuerpo, mi vida, mi forma de follar no se arrodilla ante el sistema patriarcal”, “Si no os gusta, os jodéis”. “La maternidad impide ganar dinero”, etc. Y muy presenta la exaltación del lesbianismo.
Lógicamente, el odio no se dirige solo al varón, sino también a la mujer “amorosa”. Y al hijo, que tanto “limita” la vida femenina desde la concepción. De ahí la promoción del aborto y la exaltación del lesbianismo ambas cosas al parecer liberadoras para las féminas. Y el escarnecimiento de la maternidad, tan idealizada tradicionalmente por el patriarcado, y del papel del varón en ella: destruir una vida humana en el seno materno demostraría un poder o “empoderamiento” del que en otro caso carecerían las mujeres por contraste con el que atribuyen al varón. Y permitiría, por tanto, algo así como una igualdad entre los sexos más “real” que la ya vieja igualdad ante la ley.
Originariamente, el feminismo reclamaba el derecho al voto, manifestación de la igualdad ante la ley, un derecho históricamente próximo, primero universalizado a los varones y luego, por la misma dinámica, a las mujeres. Pero las neofeministas entendían aquella igualdad como falsa, o al menos muy insuficiente.
¿Y qué hacer ante las diferencias biológicas entre los sexos? Pues, para empezar, negar que hubiera propiamente hombres y mujeres sino grupos sociales opresores y oprimidos por una cultura “machista”. Habría tantos sexos como se quisiera teorizar. Pero, mejor todavía, transformar el concepto de sexo en el de “género”, es decir, transformar la biología en gramática. El logro intelectual es importante como avance hacia el pensamiento mágico: al cambiar las palabras cambian las cosas. Y, ciertamente, una Real Academia feminista podría decidir que el género femenino se aplicara al varón, y viceversa; lo que, decepcionantemente, no cambiaría la realidad. Pero es muy indicativo que tal lenguaje se haya impuesto socialmente.
En todo ello asoma una especie de autoodio profundo, pues todas esas personas son producto de la relación sexual, diferente y complementaria, entre hombres y mujeres. Pero parece que llas y los neofeministas detestan tal evidencia, como si deseasen no haber existido o tratasen al menos de que no llegaran a existir otros, como veremos. Doris Lessing, escritora feminista más razonable, vino a poner el dedo en la llaga en una entrevista en la desaparecida Blanco y Negro: “Es una de las cosas que recriminé al movimiento feminista. Ellas trataban a las mujeres que decidían tener hijos como si fueran ciudadanas de segunda”. Ante la objeción del “progre” periodista, replica: “Puede que se le haya escapado un detalle: que las mujeres no parecen tener gran prisa por meterse en política o en la gran empresa. Me pregunto por qué (…) El banco Natwest tenía un proyecto para promocionar a las mujeres dentro del propio banco y descubrió que solo les interesaba a una parte muy pequeña de empleadas. Les brindaron cursillos especiales y cosas por el estilo, pero en general las mujeres no querían competir. En cambio sí deseaban casarse y tener familia (…) a excepción de una minoría. Y aquello me resultó muy interesante porque, a pesar de tanto movimiento feminista, esto es lo que parece que quiere la mayoría de las mujeres. Y no veo por qué no. Me parece que no es justo que reciban críticas por pensar así”. Se explaya luego sobre el malestar feminista con la condición femenina: “Que yo sepa, a Simone de Beauvoir nunca le gustó ser mujer. No le gustaba serlo y siempre se estaba quejando de ello. A mí no me parece nada terrible. Tiene sus ventajas. Y de todas maneras, ¿qué puedes hacer? Lo que me asombra es que noto cierto tono de queja en lo que dice. ¿A quién dirigía sus quejas? ¿A la naturaleza?”
La naturaleza parece haber dividido por sexos, hasta cierto punto, las dos funciones vitales de la nutrición y la reproducción, con un dimorfismo sexual quizá más acentuado en el ser humano que en los demás mamíferos. El varón se encarga (no exclusivamente) de la alimentación y la mujer de la continuidad de la especie (tampoco exclusivamente).
La vida se alimenta de la vida, lo que implica lucha y una crueldad elemental que exigen autocotrol; mientras que la continuidad de la especie exige ante todo una psique amorosa (detestada por las feministas). Entre tantas otras cosas, la diferencia de actitud resalta en las preferencias literarias, en el cine, etc., en los que los relatos de acción o de guerra interesan mucho más a los hombres, y los temas de amor a las mujeres. Difícilmente se podrían cambiar esas actitudes cambiando la gramática.
Otro punto interesante del aserto zapateriano es la referencia a los “veinte siglos” de opresión, con lo que señala claramente al cristianismo, la Iglesia católica en particular. Culpable esta de tanta dominación, aparte de su complicidad con los explotadores, ¿cómo iba Zapatero y su PSOE a sentirse culpables por haber tratado, con otros, de exterminarla en España? Podía hasta sentirse orgulloso de su gesta, o lamentar no haberla completado. La implicación se vuelve aún más elocuente en relación con su “alianza de civilizaciones”, es decir, con el islam de sus afectos, en que la mujer tiene menos prominencia social que en la cultura cristiana. Pese a lo cual, Zapatero no hacía remilgos al “buen rollito” como decía, con Marruecos o el mundo musulmán en general: lo que le encendía su “vena rebelde” se concentraba en la España de tan profunda raíz cristiana, es decir, opresora y explotadora según él. Por lo demás, el feminismo europeo ha ostentado una interesante comprensión hacia esas diferencias culturales.
” Gloria ” y “Zapatero” es un oximoron como la copa de un pino.