Tontofobia
No me gustan los tontos. Lo confieso. Excluyo a los inocentes de los que tiendo a encariñarme, pero no soporto a los tontos con ínfulas, que son los mayoritarios en la especie y aún menos a los tontos con poder, que entiendo como los más peligrosos, tóxicos y un peligro para la humanidad. Ya quedó dicho, seguramente por un sabio griego, quizás Arquímides o alguno de aquellos: «Dadle a un tonto un punto de apoyo y se apoderará del mundo». Bien probado está.
No me ha resultado tampoco muy difícil el encontrar un arquetipo con el que poder demostrar mi afirmación. No he tenido muchas dudas, aunque candidatos para el podio los hay a espuertas.
Reconozco paladinamente que en 54 años de vida periodística no he conocido a nadie más vacuo, delirante, insustancial, memo y traicionero, ni que haya llegado más alto que Yolanda Díaz. Es el espejo de la estupidez intelectual generalizada, y elevada a la enésima potencia, de lo que un día fue la izquierda española.
Así que se me puede acusar justamente, no lo negaré, de tontofóbico, que seguro que algún tonto lo hará de inmediato pues el empleo del apósito-palabro «fóbico», que ahora se adosa a cualquier condición como gran imputación universal, es el primer indicativo, muy moderno eso sí, de estupidez y el mejor prescriptor de idiocia que existe. En cuanto oigo decir «nosequefóbico» me pongo en alerta y en posición de prevengan. Y, si puedo, me quito de en medio con la mayor discreción y rapidez.
Sí he de decir en mi defensa que no tengo hostilidad alguna sobre el «género». En absoluto. Si acaso es temor e impulso de huida. Ponerme a salvo es mi única y exclusiva intención. Algo que no resulta nada fácil y casi un imposible en nuestras vidas. Porque, desgraciadamente, hemos de reconocer que les hemos dado el apoyo y se han apoderado del «mundo». Son hegemónicos. Nos imponen sus normas y nos colocan, ya no solo como bueno sino como único e intocable bajo las más severas penas, su relato. Miren y escuchen el sonido ambiente a su alrededor, ya ni les cuento si encienden la televisión, y lo comprobarán al instante.
Ejemplos hay a millares y por doquier.
Algunos resultan particularmente hirientes, porque pueden no tener, y ese es otro de los atributos más señeros de la estupidez, aunque en ocasiones sí y mucha, mala intención, sino que hasta crean a pies juntillas que con ello dan pasos hacia la bondad universal.
Algunos sucedidos recientes en nuestra cotidianidad hispana son perfectas demostraciones del caso. Ambos, además, han afectado a la mujer. Y tanto que ahora ya no se sabe, o mejor dicho se sabe perfectamente, pero nos lo tienen prohibido decir, que es mujer, porque han dado un paso más hacia la absoluta memez: le han declarado la guerra a la biología.
Supongo que aún recordarán, aunque la licuación desbocada de nuestra memoria es otro de los rasgos de nuestro tiempo, la famosa Ley del sí es sí, porque sigue y seguirá, a pesar del remiendo obligado y a regañadientes que hubo que hacerle, haciendo daño de manera atroz a lo que se suponía quería proteger. Su efecto real fue convertirse en la mejor tabla de salvación de violadores, maltratadores y delincuentes sexuales de todo jaez. Pues ahora estamos con la siguiente y que lleva el mismo camino. La «Trans».
El delirio elevado a categoría sideral, convertido en Ley nos está llevando a un esperpento tan inaudito, aunque todavía apenas sí ha comenzado a aflorar. Pero reventará como en el caso anterior a nada que comencemos a saber la verdad de lo que está sucediendo. Espero, ya empiezan a oírse por fortuna voces, que obligará a poner también algún remedio pues si por un lado ya tenemos casos de mofa, befa y escarnio contra el sentido común de todos y contra la dignidad de la mujer en particular, por otro adquiere ribetes muchos mas graves, delictivos y criminales.
Por un lado tenemos la parva creciente de jetas que «se cambian» en un pis-pas de hombre a mujer, sin más y sin menos, y sin dejar de ser lo que son, para competir ventajistamente en deporte, en empleo, en ascensos y en lo que haya menester. «Mujeres» a conveniencia, de ocasión y a tiempo parcial, hombres que hasta alardean de su impostura y la proclaman con sorna. El sonado caso ceutí de miembros del ejército y de las fuerzas de seguridad es toda una demostración de la imbecilidad legislativa que no solo lo permite sino que lo alienta. Porque la trampa es perfectamente legal. Aun peor, puede ser delito el criticarlo. De hecho lo más fácil es que te denuncien por «odio» por atreverte a enunciar el disparate.
Pero no es esto, para nada, lo más grave. Lo peor es lo que han empezado a suceder y se oculta celosamente. Que terribles delincuentes sexuales, asesinos además en alguna ocasión, estén encontrando en el «Cambio de sexo a la carta» que eso es lo que supone este dislate, su mejor oportunidad para sacudirse buena parte de su pena y obtener las mejores condiciones y privilegios tanto en los juicios como en el cumplimiento de sus condenas. Y aún más espeluznante, y lo que con más celo se esconde por parte del Gobierno que aprobó esta sinrazón, que se les traslade de prisiones para hombres a las de mujeres. ¿Se puede concebir mayor y más criminal aberración?. Pues este es ahora el nuevo listón superado por la tontería galopante que no solo nos invade sino que nos presentan como futuro mejor.
¡¡Qué inmenso artículo!!