El PNV teatraliza ahora un tono duro contra Bildu para evitar la derrota en las elecciones vascas
El PNV ha vencido en todas las citas electorales autonómicas en el País Vasco, incluso en 1986, cuando el partido sufrió una dura escisión con Carlos Garaikoetxea. Ahora se halla ante un difícil escenario y es la primera vez que puede perder en votos y en escaños frente a Bildu. El «sorpasso» de la izquierda abertzale a los nacionalistas vascos sobrevuela con fuerza y eso se ha notado y mucho en el sprint final de campaña de Imanol Pradales, que ha buscado «endurecer» el tono para demonizar y agitar el miedo a los de Arnaldo Otegi (con Pello Otxandiano de candidato) pese a haberle hecho el juego durante todo este tiempo.
Pradales ha evitado dar un «no» taxativo ante la oferta de Bildu de llegar a un acuerdo postelectoral, aunque en los últimos días sí ha querido aparentar marcar distancias con la izquierda abertzale al asegurar que su prioridad es pactar con el PSE y que su modelo es «antagónico» al de Bildu. De hecho, ha llegado ahora a comparar al modelo de Bildu con Venezuela y, sobre todo, ha tratado de aprovechar las palabras de Otxandiano sobre ETA (rechazó definirla como banda terrorista) para desgastarle (le ha instado a decir que ETA «fue un error, un horror y un drama para Euskadi, y fue terrorismo»).
Lo cierto es que el PNV quiso afrontar estas elecciones desde una línea parecida a la de Bildu, pensando que la sociedad vasca está virando hacia posturas que encajan más con los postulados de la izquierda abertzale. De ahí que haya virado a la izquierda y haya elegido a un candidato que habla abiertamente de que es independentista pese a que el apoyo a la independencia está bajo mínimos (de hecho, el crecimiento de Bildu se está produciendo a costa de votante que no es separatista y eso hace que la formación haya reducido su porcentaje de electores que apuestan por la ruptura con España).
El giro no parece haberle funcionado al PNV ya que su candidato no ha logrado frenar a un Bildu que se nutre mayoritariamente de antiguo votante de Podemos. De hecho, el propio Pradales está siendo incapaz de seducir a su propio electorado ya que, según el último sociómetro vasco, publicado a finales de marzo, tan solo recibía la aprobación del 44% de los votantes del PNV, mientras que Urkullu recibía el 79% de aprobación cuando fue designado candidato hace ya más de una década. Esa cifra parece muy significativa y señala que ni los propios electores nacionalistas vascos están de acuerdo con el volantazo dado por el partido, una circunstancia que alimenta todavía más la posibilidad de un revés electoral.
En este sentido, el propio Pradales está peor valorado que Otxandiano, aunque también es verdad que ninguno de los dos tiene un índice de conocimiento elevado entre la población vasca ya que están en el 44% y el 36%, respectivamente. A pesar de estos malos datos demoscópicos y la amenaza de «sorpasso», Pradales se aferra a que en la encuesta del CIS se señala que los vascos prefieren que el lendakari sea él. De eso se ha servido el candidato de los nacionalistas para apelar al voto útil.
Las elecciones llegan en un momento de tensa calma, con mucha contestación social en ámbitos como la sanidad, pero sin que la crispación se desborde. De hecho, a eso ayuda que, tal y como indican los propios datos del sociómetro vasco, la percepción de que la situación económica es buena es mayoritaria (del 80%) y el 70% de los vascos considera que tiene una buena situación laboral a pesar de la alta conflictividad que hay. Pese a esos datos, la realidad es que el País Vasco ha ido perdiendo peso económico en el conjunto de España en las últimas décadas (en 1975, el PIB representaba el 7,6% y ahora está en el 5%).
Ha habido temas sensibles que han ido adquiriendo protagonismo, como la sanidad, que ahora mismo es la primera preocupación de los vascos (según la última encuesta del CIS). Otro de los asuntos que también ha ocupado espacio ha sido la vivienda tras una Ley de ámbito nacional para limitar rentas del alquiler que generó un choque entre el PNV y Bildu: los de Otegi aprobaron en el Congreso una norma del Gobierno que luego tienen que aplicar los gobiernos autonómicos y los nacionalistas vascos se han opuesto (votaron en contra). También, la seguridad ha copado tiempo (que ha generado importantes discrepancias entre PNV y Bildu) o los impuestos.
Sin embargo, lo que más espacio ha ocupado durante la campaña han sido los pactos postelectorales porque en ese ámbito es donde juegan los miedos que pueden acabar desplazando el voto de unas formaciones a otras. En este sentido, el candidato del PSE Eneko Andueza ha dicho una y otra vez que no pactará con Bildu y apostará por reeditar la coalición con el PNV, aunque a los socialistas no les creen ni los nacionalistas vascos ni el PP. El PSE se ha ganado a pulso la falta de credibilidad por culpa de Pedro Sánchez, quien recientemente entregó la alcaldía de Pamplona a Bildu y eso pesa mucho.
En este sentido, los nacionalistas vascos también tratan de explotar esa falta de credibilidad de los socialistas agitando el miedo a un acuerdo entre Andueza y Otxandiano para tratar de atraer voto del PSE.
En todo caso, tanto PNV como PSE llegan con mucho desgaste a estas elecciones y habrá que ver si acaban sumando mayoría absoluta nuevamente. Si no se da el caso, tendrán que posar las miradas sobre el PP de Javier de Andrés, que ha sido muy crítico con los nacionalistas vascos por su gestión en los últimos años. Siempre y cuando el PNV no dé un nuevo giro y se acabe entregando a Bildu, aunque se antoja complicado.
Las urnas dictarán este domingo sentencia y dirán si el movimiento de última hora del PNV fue acertado o no para frenar la hemorragia de votos que sufrió en las elecciones municipales y generales (en torno a 100.000 habitantes en cada cita), que obligó al partido a dar un volantazo y quitar a su principal activo electoral: Íñigo Urkullu, muy bien valorado por la sociedad vasca.