La Familia Sánchez SL
Antonio R. Naranjo.- El hermano de Pedro Sánchez está enchufado en la Diputación de Badajoz, tiene un notable sueldo público, ha logrado un puesto de prestigio en el Teatro Real y tributa en Portugal, porque le pilla cerca del puesto de trabajo logrado a dedo y allí se ahorra pagar los impuestos que su primogénito le cobra al resto de españoles, ya en niveles confiscatorios.
Su esposa, la gran Begoña Gómez, logró la dirección de un centro en África, una cátedra de pega en la Complutense y un sinfín de acuerdos, convenios, contactos de lustre y quién sabe si onerosas ganancias desde que su marido llegara al poder, y en ámbitos relacionados siempre con su actividad.
También aparece por ahí el padre de Sánchez, receptor de ayudas públicas previas a la espectacular mejora en la facturación de su empresa Playbol, dedicada al ecologista campo del plástico y condenada en su día por «poner en riesgo grave la integridad física de los trabajadores».
Nos queda, a falta de que irrumpan en escena cuñados, sobrinos, primos terceros y biznietos por parte de consuegra, el padre de Begoña, que en comparación con todo lo anterior sale ganando: él gestionaba «espacios de relax», el bonito eufemismo para identificar a lupanares almodovarianos, pero al menos no se lo pagábamos nosotros, lo que reduce el asunto a una cuestión moral: a ver cómo resuelve Sánchez querer abolir la prostitución y haberse casado en el hipódromo, tal vez, con una ayudita de su padre político.
En este contexto, es casi cómico que Sánchez siga presentándose como ejemplo de probidad. Y ayuda a resumir el estado del periodismo sincronizado patrio el silencio que dedica al alud de casos familiares del presidente, en contraste con el ruido dedicado al novio de Ayuso: hasta los desinteresados defensores de la integridad fiscal aceptarán que es complicado fustigar a un amante de Teruel si no atizas a sus mellizos con una vara similar.
Ningún presidente del mundo, salvo en la parte norteña de Corea, alguna africana más septentrional y otras pocas embadurnadas en petróleo, tiene un currículo como el de Sánchez en esta materia. Nadie tiene a padres, hermanos, esposas y una miríada de amigos del colegio o del partido colocados, de un modo u otro, con tan poco decoro, con tanta ostentación, con tan escaso disimulo.
Y ninguno, además, comenzó su carrera justificando el asalto al poder, negado por las urnas, con la imperiosa necesidad de restituir la decencia política, dañada casualmente solo por quienes le arrasaban en las elecciones.
Nadie tiene derecho a convertir la Administración en un chiringuito, pero mucho menos quien se presentó a sí mismo como el Mozart de la transparencia para transformarse luego en el Jack el Destripador de la opacidad.
Porque si juntas todos los episodios, te sale un cuento de terror: el de un donnadie acusado de tener una insaciable ambición política, tan repudiable como rutinaria en su gremio, que en realidad hizo todo lo que hizo y hace todo lo que hace para forrarse quizá. Esto no lo vimos venir pero, tal vez, sea en realidad la causa de todo.
Posdata. Una vez escritas estas líneas, Sánchez se disfraza de Maduro y de lo peor de Trump para plantear un plebiscito sobre su persona. ¿Me creéis a mí o a vuestros propios ojos?, dice el satrapilla caribeño como única respuesta a los escándalos de su mujer, su hermano, su padre y él mismo que le cercan. Y después, una bomba de humo para desaparecer cinco días, como si fuera Kim Jong Un, esperando que su jauría populista haga el trabajo sucio y linche a los insurgentes. Jueces, políticos y periodistas. Si alguien tenía alguna duda de que este pequeño satán está dando un Golpe de Estado moderno, por fases, aquí tiene la última prueba.