La última súplica del PSOE
El movimiento era arriesgado. La irresponsable parálisis a la que Pedro Sánchez condenó al país buscaba crear una expectativa catártica que sirviera para generar una adhesión popular y revertir la tendencia política de los últimos días. Desde Ferraz y La Moncloa se movilizaron todos los recursos habituales y la suma de un Comité Federal y de una concentración pública deberían haber bastado para congregar un clamor que ocultara los crecientes casos de corrupción y el descrédito del presidente y su entorno. Pero nada de esto se cumplió y el ansiado golpe de efecto quedó diluido en un marco previsible y, hasta cierto punto, decepcionante para los propios.
Si la carta a la ciudadanía publicada por Sánchez en una red social sirvió para crear un marco de incertidumbre, pocas cosas eran tan seguras como que la militancia del PSOE se movilizaría para intentar arropar al líder. La estrategia era en sí misma pobre, pues las democracias liberales se asientan sobre un edificio formal de instituciones y no sobre la agitación callejera. La aclamación popular es una expresión antagónica del parlamentarismo, pero ante la crisis en la que se encuentra sumido el PSOE alguien debió de confiar en que podría servir como último recurso. Agotada la vía de los hechos, los socialistas buscaron coreografiar una gran movilización que al menos sirviera para componer titulares y hacer correr imágenes multitudinarias. El saldo final de tanto esfuerzo nos devolvió una concentración modesta. Para un partido con la implantación territorial del PSOE, y habiendo tocado a rebato, lo congregado en la calle de Ferraz resulta decepcionante. Esperaron una gran movilización social y se encontraron con un mero acto de partido.
Los discursos pronunciados por los cargos socialistas fueron igualmente elocuentes. No hay mejor agregador político que la construcción de un enemigo común, sobre todo si es fingido, pero intentar camuflar la crisis socialista con una supuesta épica antifascista empieza a ser difícil de creer, incluso para los propios. La sucesión de discursos inverosímiles intentó inspirar los apoyos del líder, pero también permitió intuir la voluntad sucesoria de algunos. Una eventual salida de Sánchez generará, sobre todo, un virulento combate entre quienes todavía simulan proyectar una robusta fidelidad al presidente. Todo sigue siendo posible, y hasta que Sánchez no decida poner fin a su suspense teatral, ningún escenario estará garantizado. Sin embargo, la política es entre otras cosas una cuestión de ánimo, y quienes hicieron del relato y el efectismo su razón de ser es posible que acaben sucumbiendo a sus propios excesos. Los discursos de Ferraz tuvieron algo fúnebre y, también, mucho de grotesco. Las escenas que brindaron algunos dirigentes socialistas pueden acabar resintiendo el último capital que le quedaba al sanchismo, que era una aceptable imagen exterior, aunque cada vez más desgastada, también es cierto.