¿Qué sanación y qué perdón?
El perdón tiene un efecto sanador, dice Sánchez. Y es tan cierto, como que lo hecho por él no tiene nada que ver con esa afirmación; porque lo suyo no es perdón ni hay ningún «perdonado» por él. Para perdonar algo a alguien, en primer lugar debe pedirlo y asimismo, expresar cuando menos la voluntad de no reincidir en la conducta que motivó esa petición. Y lógicamente, pedirlo al ofendido o afectado por su conducta.
Como es evidente, ninguna de esas características son de aplicación al caso al que se refiere el actual inquilino de la Moncloa, que hace alusión a sus indultos a los 9 políticos juzgados y condenados por el Tribunal Supremo por el golpe de 2017, y a la amnistía a todos los responsables –incluidos éstos– directa o indirectamente de organizar y ejecutar las acciones del procés desde 2012.
Ninguno de los indultados ni de los potenciales amnistiados ha mostrado el más mínimo arrepentimiento por lo que hicieron sino todo lo contrario, reiterando que «lo volverán a hacer». Por lo que está fuera de lugar esa referencia al efecto «sanador» en el secesionismo catalán por esas medidas, que más tienen que ver con el hastío y la desafección provocados por el procés y el engaño de sus protagonistas, y que no pocos se creyeron y se sienten ahora traicionados.
En cuanto al que concede el perdón, el único legitimado para concederlo por haber sido el dañado por esa conducta, sería el pueblo español, que podría concederlo a su vez por medio de sus legítimos representantes, que son los políticos elegidos democráticamente en unas elecciones generales o mediante un referéndum. Pero lo que ha hecho Sánchez ha sido –y sigue siendo– una infame compraventa de favores políticos entre los secesionistas, cuyos votos necesita para poder seguir en el poder, a cambio de indultarles y ahora dando incluso por inexistentes ante la ley, los delitos cometidos por ellos.
Para poder hablarse de «sanación por el perdón» y de restauración de la convivencia entre todos los españoles, debería haberse producido un auténtico Pacto de Estado, con el arrepentimiento por parte de unos, y de un pacto entre el gobierno y la oposición para su perdón.
Así se hubiera podido hablar, con acierto y con verdad, de un parteaguas en nuestra Historia, haciendo tabla rasa de ese reciente pasado que tanto daño ha provocado a España y muy en especial a Cataluña. En lugar de esa actuación, que hubiera honrado a unos y otros, elevando el nivel ético y moral de la política como servicio al bien común, tenemos –ellos sí– satisfechos y «sanados» a Sánchez y Puigdemont.