La Cataluña arisca
Cuando un pueblo se siente verdaderamente oprimido, maltratado, vejado y avasallado, claro que debe tirarse al monte para liberarse de esa esclavitud. La historia de la humanidad está llena de esos ejemplos. Y a esos pueblos les debemos nuestra admiración y respeto. En esos pueblos, ante el avasallamiento a que fueron sometidos, surgieron líderes naturales que supieron conducirlos a la liberación.
Estos señores de la Generalitat catalana, han imitado a aquellos líderes naturales, salvadores de pueblos oprimidos, y claro que también se han tirado al monte. Pero no al monte de la guerrilla, de la emboscada o de la subversión armada. Se han tirado al monte de la subversión cultural, cayendo con ello en el ridículo y en la idiotez.
Cualquier parecido de la situación de Cataluña con respecto a España, no es ni mínimamente comparable con la de esos pueblos oprimidos con respecto a sus opresores.
Como ejemplo de que Cataluña no es un pueblo oprimido, se pueden poner tantos, que se necesitaría un tomo del volumen del Quijote para enumerarlos.
Prácticamente, tienen un autogobierno, y ello, porque en España, la inmensa mayoría de las competencias que en su día tuviera el Estado central, están transferidas a las comunidades autónomas, incluida, claro, Cataluña.
Si Cataluña es una Comunidad Autónoma próspera, integrada en España y en Europa. Si España es uno de los principales países de Europa, y Europa es, a su vez, el continente de mayor grado de bienestar del mundo, entonces, uno se pregunta: ¿a qué viene ese deseo irreprimible, de casi un 50 por ciento de los catalanes, de querer separarse de España, no importándoles nada el hecho de que dicha separación, equivaldría, entre otros efectos negativos, a la salida de forma automática, de la Unión Europea?
En busca de los motivos que puedan justificar ese deseo, se encuentra uno, por así decir, de carácter histórico, que tiene que ver con ese anhelo de los catalanes desde tiempo inmemorial de independencia y que tiene su explicación, como decía Ortega y Gasset, en “una misteriosa y fatal predisposición que se apodera de un pueblo, en este caso el catalán, y que le hace desear vivir aislado de los demás”, hecho este que llevó dicho insigne filósofo a definir a Cataluña como “isla de humanidad arisca que aspira a ser lo que no puede ser”.
El filosofo español seguía abundado en el tema, y decía, al respecto: “Y así, por cualquier fecha que cortemos la historia de los catalanes encontramos a éstos, con gran probabilidad, enzarzados con alguien, y si no consigo mismos, enzarzados sobre cuestiones de soberanía, sea cual sea la forma que de la idea de soberanía se tenga en aquella época… Comprenderéis que un pueblo que es un problema para sí mismo tiene que ser, a veces, fatigoso para los demás y, así, no es extraño que si nos asomamos por cualquier trozo a la historia de Cataluña asistiremos, tal vez, a escenas sorprendentes, como aquella acontecida a mediados del siglo XV; representantes de Cataluña vagan como espectros por las Cortes de España y de Europa buscando algún rey que quiera ser su soberano; pero ninguno de estos reyes acepta alegremente la oferta, porque saben muy bien lo difícil que es la soberanía de Cataluña”.
Si desde siempre, el hecho de desear vivir aislado un pueblo, se ha considerado irracional; aspirar a ese deseo de aislamiento, en estos tiempos de aldea global, de economía global, de política global, en este momento histórico de globalización, no solo puede ser calificado de irracional, sino, de locura.
Entonces, ante tanta locura, surge algunas interrogaciones: ¿realmente, muchos catalanes han enloquecido de verdad, o, por el contrario, tienen un argumento válido, que solo ellos conocen, y que nosotros no acertamos ni siquiera a vislumbrar? ¿Cual será el motivo último de los separatistas catalanes, para no importarles llevar a Cataluña al suicidio económico y social a cambio de la independencia?
Tienen que ser unos motivos muy fuertes, de mucha enjundia, de mucho peso.
He aquí un enigma, cuyo desciframiento podría constituir todo un reto para psicólogos, politólogos y toda clase de estudiosos de los comportamientos sociales.
Pero, paradojas de la vida. El problema, no era tan complejo como podría parecer en principio. Un día, después de oír a Joaquín Leguina en una tertulia en un medio de comunicación, me dije para mí: ¡tate! aquí está la respuesta a tan intrigante enigma. El señor Leguina, en mi opinión, acertó de pleno, al decir de una manera jocosa: “los catalanes son los más altos, los más guapos, los más inteligentes. Y no vuelan, porque Madrid se lo prohíbe”.
Aquí está puesta de relieve con unas pocas y clarificadoras palabras, la pretendida supremacía que muchos catalanes creen poseer, no solo ya con respecto a los demás españoles, sino, y a mayor abundamiento, respecto al resto del mundo.
Ahí es nada que en el catalán se de ese privilegio de poder volar. La aspiración del hombre de toda la vida: volar. Desde que Leonardo da Vinci, lo intentara hasta nuestros días, nadie en el mundo lo había conseguido.
Si para los evolucionistas convencidos, el hombre es la culminación de la evolución, el catalán con su capacidad de volar, sería la guinda del pastel del proceso evolucionista.
Se imaginan: los neoyorkinos, los parisinos, los londinenses, los madrileños, los bilbaínos, los sevillanos, a ras de suelo; y entre tanto, los catalanes, haciendo uso de esa supremacía, volando.
Cómo renunciar a privilegio tan sublime. Cómo no gozar de las facultades derivadas de esa supremacía.
Ahora se explica uno la lógica que para el catalán tiene el proceso independentista: qué importancia puede tener perder con la independencia, algo que es solo de carácter cuantitativo, es decir un 30 por ciento del Producto Interior Bruto, si a cambio, al liberarse de la opresión de Madrid, se obtiene algo de carácter cualitativo, cual es esa supremacía sobre el resto de los ciudadanos del mundo.
Y ahora también se explica uno como después de haber declarado Cataluña unas cuantas veces, unilateralmente, la independencia, y habernos mirado por encima del hombro a todos los demás españoles, con insultos a veces, escalofriantes, puedan seguir pensando los catalanes y estar convencidos de que no les damos el cariño que se merecen.
Es que ellos, dada su supremacía, se merecen todo, incluso insultarnos sin que nosotros, pobres de nosotros, ni siquiera osemos a sentirnos ofendidos.
Aquí se da de una manera palmaria esa perversión de la mente, sintomático de una enfermedad psíquica, cuyo diagnostico se podría enunciar así: un sentimiento de superioridad, es en el fondo un complejo de inferioridad, que no se ha sabido superar.
Ahora sí, ahora si queda planteada la pregunta definitiva: ¿cuáles habrán sido las filias y las fobias que han propiciado en el catalán ese complejo de inferioridad, marcando su mente hasta el punto de que inconscientemente haya tenido que desarrollar ese sentimiento tan alto de superioridad, para enmascarar aquel sentimiento de inferioridad?
Entre, por un lado, el sentimiento del catalán derivado de una atracción exacerbada por lo propio; es decir, del trabajo y de la empresa, que lleva aparejada una visión casi monocorde de la vida; y, por otro lado, la intuición de que la vida es algo más versátil, mucho más rica que el solo trabajar y emprender, existe un trecho, un vacío, que produce una frustración y desequilibrio psíquico para el hombre desconocedor de las actividades encerradas en ese trecho, y cuya frustración tiene muchas formas de manifestarse externamente. Yo, a sabiendas de que puedo estar equivocado, tengo para mí que una de esas formas de manifestarse en el catalán esa frustración, puede ser explicada así: el catalán es emprendedor y trabajador, pero creo que en esa misma proporción, para mantener un equilibrio, físico y psíquico, debería divertirse. Y quizás ese equilibrio no se produce en él, porque por las razones que sea no tiene una predisposición natural a la diversión, y ese puede ser el motivo de su forma arisca de ser, que, además, es lógico, se convierte en enfado y acritud, cuando ve que en otros pueblos, quizás hasta menos prósperos que el suyo, si se da ese equilibrio emocional.
Yo creo que el hecho de exacerbar sus sentimientos de pertenencia, de exaltar el hecho diferencial, (expresión, ésta, que acuñara Cambó, allá por la década de 1.800), cuando, como sabemos, las costumbres, la cultura, incluida la lengua y todo lo propio, no están amenazados, (y por lo tanto, sin motivo justificado alguno), le hace caer al catalán en un sentimentalismo más propio de mentes enfermizas que de mentes cargadas de razón, propias de los tiempos que corren.
El grado de equilibrio psíquico de una persona no anda acorde con la renta per cápita. Una renta per cápita alta de un pueblo no hace a sus ciudadanos ser más felices ni tener mayor calidad de vida. Esto, quizás, corresponda a una visión de la vida más equilibrada, que armonice el trabajar con la alegría de vivir.
Pero ésta sería una faceta más, y no precisamente la peor, del amplio repertorio de las que componen el problema catalán. Felipe González, cuando era presidente del gobierno, ya adelantó una opinión sobre lo que eso representaba y fue lo suficientemente explicito, para anticipar las dificultades que nos encontraríamos, cuando los catalanes se decidieran a manifestarlo. Al efecto, decía: “el problema vasco es solo un problema de orden público, lo malo es el hecho diferencial catalán’.
Si todos, personas, pueblos, naciones, continentes somos diferentes unos de otros, ¿qué tiene de malo que los catalanes les guste resaltar sus diferencias? Muy sencillo: cualquier persona normal, pensaría: todos somos diferentes, pero substancialmente iguales. Pero, claro, el catalán piensa: somos diferentes, porque somos mejores. Se necesita ser tontos, para, en el siglo XXI, en la Europa de la civilización y la cultura, creer que existen pueblos genéticamente superiores a otros. Y los catalanes así lo creen, por eso dicen del resto de los españoles que somos unos vagos, que les robamos y que somos genéticamente inferiores. Decir eso es ser, además de idiotas, racistas. Si será idiota el señor Junqueras que con la cara y el físico que tiene sacó, en una ocasión, a relucir el ADN. Ellos son así.
Pero, en fin, este del hecho diferencial, es tema tan complejo, que, por sí solo, merece una reflexión aparte.
Menos mal que los demás españoles, reconociendo los méritos que indudablemente tienen en algunos aspectos los catalanes, pasamos de ellos, porque, entre otras cosas positivas, tenemos la fortuna de saber distraernos llenando nuestros momentos de ocio con actividades lúdicas que suponen una liberación, que nos hace tener un ánimo alegre y divertido,
Cuando un andaluz, pongo por ejemplo, en sus momentos lúdicos, baila unas sevillanas, lo hace con una chispa, con una alegría, con un arte y con un ímpetu que en ese ejercicio lúdico descarga toda la adrenalina acumulada, quedando con ello reconfortado y liberado de opresiones, de stress, y listo para enfrentarse a los problemas propios de su actividad cotidiana.
Y eso, justamente, es una de las cosas, que yo creo que les falta a los catalanes.