SI MUOVE (Pedro Varela en la Audiencia Provincial)
Andrés Montes – Decía Voltaire que el arte de la tiranía consiste en hacer con los jueces lo que los tiranos torpes hacen con las bayonetas. Y añadía: “Quien tiene el poder de imponer mentiras, tiene el poder de cometer injusticias”.
El librero y editor Pedro Varela vuelve a ser juzgado por sus criminales actividades: editar y vender libros y discrepar de la versión oficial acerca de ciertos hechos históricos. El “caso Pedro Varela” parece destinado a no morir nunca. ¿Un caso de venganza y persecución de inspiración talmúdica?
Hace cerca de 400 años, en la ciudad de Roma, el astrónomo pisano Galileo Galilei, era juzgado por el Tribunal de la Inquisición. Sus teorías chocaban frontalmente con las doctrinas de la Iglesia de entonces.
Galileo Galilei salió vivo de esa prueba después de haber reconocido los delitos que le imputaban y tras someterse a la autoridad de los que lo habían puesto en ese trance.
El episodio es tan conocido y tan mentado que se ha convertido en el paradigma de la histórica confrontación entre la religión (que afirma e impone) y la ciencia (que investiga y debate), el símbolo de la longeva lucha entre la intolerancia y el oscurantismo contra el saber y el progreso, y más allá, entre la tiranía y la libertad.
Es oportuno aclarar que mencionamos aquí a la Inquisición como un recurso literario para introducir una reflexión sobre el presente caso. Y lo hacemos echando mano del tópico universalmente admitido, la imagen estereotipada y caricaturesca (y por tanto contraria a la estricta verdad) que la leyenda negra le ha colocado encima para siempre.
la Inquisición de los Papas es otro debate, y no la reivindicamos por cierto, sólo la traemos a colación por el motivo expuesto, para establecer alguna comparación con nuestro momento. Así como la Inquisición surge cuando la civilización cristiana entra en decadencia, la actual represión democrática es la consecuencia de su propia degeneración. Todo sistema cae en decadencia cuando el fin justifica los medios. Todo sistema en declive tiene tendencia a volverse déspota, totalitario y peligroso. Es el núcleo de la comparación.
El órgano judicial del poder imperante, el brazo represor de la religión oficial, movido por la intransigencia y la cerrazón de los teólogos de la época, llevó al científico al banquillo de los acusados por sus teorías consideradas heréticas, y sobre la cabeza emisora de tales desafueros pendía la espada de Damocles de una pena definitiva.
Galileo, condenado a retractarse, abjuró de sus culpables afirmaciones ante el tribunal eclesiástico y salvó la vida. La verdadera naturaleza de esa renuncia forzada queda establecida en la famosa frase que la leyenda le atribuye: “Eppur si muove” (“Y, sin embargo, se mueve”). Lo que venía a decir: “Me someto a la fuerza, me declaro culpable, pero soy inocente, pues digo la verdad”.
La estatua que la posteridad ha erigido a su memoria se eleva sobre el pedestal de su condición de víctima del fanatismo y la intolerancia antes que en reconocimiento a los méritos de sus trabajos y descubrimientos en el campo de su multifacética sapiencia.
El recuerdo de su choque con el Santo Oficio ha perdurado más allá de sus reales aportes a la ciencia. Pero seamos justos, eso es lo que importa realmente de su caso. De lo contrario Galileo no sería más que otro científico de los tantos que han aportado su grano de arena al conocimiento de los misterios del mundo.
Posiblemente casi nadie que haya oído hablar de Galileo sabe a ciencia cierta de qué fue acusado (y por tanto qué había descubierto en sus observaciones del cosmos que contradecía tanto los dogmas de la Iglesia de aquél tiempo). Sólo han retenido la injusticia de aquella persecución. Porque aquí lo que se considera importante no es tanto la inocencia indiscutible de un perseguido sino la maldad indudable de su perseguidor.
Para la buena conciencia y la (auto)satisfacción de los que creen (o declaman creer) en el progreso del género humano y en la mejoría imparable de las sociedades, la negrura de la justicia de antaño sirve por contraste para destacar y reafirmar la bondad, la superioridad y la excelencia de la justicia actual y del sistema del cual emana y al que sirve.
La Inquisición ofrece una imagen antagónica tan extrema frente a las pretendidas superioridades del sistema vigente que las bondades y perfecciones de este último no pueden ser puestas en entredicho sin caer en el descrédito más absoluto y total. Se trata de hacer inatacable, volver intocable el sistema actual: “Nosotros o la Inquisición”. Y aquí sacan el caso Galileo.
Y sin embargo podemos afirmar que la justicia de hoy iguala o supera a menudo en arbitrariedad, falta de escrúpulos y saña todo lo que el pasado ha producido de reprobable y condenable en este terreno. ¿Quién dice que la Inquisición ha muerto? ¿No será que ha mudado el hábito eclesiástico por la toga judicial?
Como antaño sigue habiendo ideas, teorías, pensamientos y, por lo tanto, libros prohibidos. La temática de esas ideas y escritos heréticos sin duda ha ido cambiando al ritmo de las distintas corrientes ideológicas del momento y obedeciendo a las órdenes del poder y la religión imperantes, que en cada época dictan lo bueno y lo malo, lo obligado y lo prohibido. Los instrumentos e incluso la expresión de esa persecución son siempre los mismos, con apenas innovaciones según la moda del momento, sólo varía su vestimenta y el objeto perseguido al ritmo de las exigencias de los detentores del poder y los guardianes de la Verdad.
La justicia “democrática” no desmerece la tan denostada Inquisición. Los atropellos de antaño se reproducen ante nuestros ojos. La justicia humana puesta al servicio de un poder inicuo es siempre fuente de abusos e injusticias. La justicia que atiende a la voz de su amo antes que a la voz de la razón y la conciencia no es más que un soporte de la tiranía, el servicio doméstico del poder, un instrumento de la mentira y la violencia que de ella emana, pues no hay violencia que no tenga a la mentira como su soporte primordial y necesario. La violencia necesita de la mentira para justificarse, se sostiene sobre ella y ella es su razón de ser. Echemos una mirada al mundo y veremos si eso es así o no. La mentira no es sólo fuente de violencia: es la mayor violencia.
No es esta una idea muy original. Confieso que me permito tomarla prestada de Aleksandr Solzhenitsyn:
“La violencia no vive en soledad y no es capaz de vivir sola: necesita estar entremezclada con la mentira. Entre ambas existe el más íntimo y el más profundo de los vínculos naturales. La violencia halla su único resguardo en la mentira y el único soporte de la mentira es la violencia. Cualquier persona que ha hecho de la violencia su método, inexorablemente debe elegir la mentira como su principio. En sus inicios, la violencia actúa abiertamente y hasta con orgullo. Pero, ni bien se vuelve fuerte y firmemente establecida, siente la rarefacción del aire que la circunda y no puede seguir existiendo si no es en una neblina de mentiras revestidas de demagogia”.
Y dice un proverbio ruso: “Una palabra de verdad pesa más que todo el universo”. De ahí la brutal represión de toda palabra de Verdad por los amos de la Mentira y su servicio doméstico.
El caso Varela plantea la duda legítima y la pregunta correcta: ¿Esta justicia está al servicio del Bien y la Verdad o sirve a sus amos? ¿El caso Varela no demuestra acaso que el espíritu inquisitorial sigue vivo? Sobre la base de unos supuestos delitos de opinión (que no otra cosa) un hombre es llevado ante el tribunal como un facineroso. El Santo Oficio reconocería a sus hijos en los modernos jueces y fiscales de la “Democracia”. Al orgullo de haber prohijado esa lejana progenie digna sucesora de ella misma tal vez se mezclara la envidia secreta del maestro por el alumno que lo ha superado en su terreno.
El juicio de Pedro Varela nos ha traído a la mente la historia de Galileo Galilei porque entre los dos casos se aprecian ciertas analogías, algunos puntos en común, algunas similitudes. Cierto es que también notamos diferencias de peso. Ambos extremos son importantes en esa comparación.
Pero lo primordial aquí no son tanto los parecidos razonables, sino las diferencias reales, que por contraste destacan los verdaderos valores y el auténtico carácter de los actores en el escenario de cada historia personal.
Sobre Galileo pesaba la amenaza de un castigo que humanamente no se sentía dispuesto a aceptar. El precio a pagar por sus afirmaciones heréticas era la muerte. Renegó ante el tribunal de sus errores, admitió su equivocación, se sometió a la clemencia de sus jueces y aceptó un castigo menor. Su conciencia seguía intacta. Pero en la balanza de las fuerzas en liza, las suyas no pesaban gran cosa y no alcanzaban en todo caso para combatir con posibilidades de éxito en una lucha tan desigual. inclinó la cabeza y según se cuenta pronunció su famosa frase (sin duda apócrifa) en latín: “Eppur si muove”.
El juicio de Pedro Varela nos trae, pues, reminiscencias de otras inquisiciones, de otros abusos, de otras iniquidades. El recuerdo de Galileo, su juicio, su condena,su protesta a media voz, ha encontrado un eco inesperado y un testigo imprevisto en Pedro Varela.
Nos hemos atrevido a señalar algún parecido en estos dos casos, pero las similitudes propuestas aquí están lejos de ser completas: la comparación presenta en realidad una divergencia notable. Hemos encontrado algunas semejanzas entre los dos personajes, pero sobre todo hemos hallado la diferencia que deja a cada cual en su lugar.
Lejos en el tiempo y el espacio, en su particular aventura humana, en el calvario personal que le toca vivir, Pedro Varela, tan injustamente perseguido como abusivamente acusado como Galileo, no ha inclinado la cabeza ni admitido culpa alguna, al contrario que aquél. Dice: “¿Qué van a hacer conmigo? ¿Enviarme a Marte? ¿Meterme en un psiquiátrico? Después de toda una vida no puedo decir ahora: “Vale, me creo lo del holocausto”.
Aquí reside la desemejanza entre los dos personajes.
La actitud de ambos personajes difiere ante sus jueces. Al contrario que Galileo Galilei, Pedro Varela no se somete a la fuerza ni reconoce delito alguno. Galileo en su fuero interno se sabe inocente, pero se doblega ante sus perseguidores y admite su culpabilidad. Pedro Varela se sabe igualmente limpio de toda culpa, pero no se humilla y se declara abiertamente inocente. El “Eppur si muove” pronunciado entre dientes del astrónomo ante el tribunal se convierte en el afirmativo y frontal “Si muove” del librero al inquisidor de turno. Esta es una diferencia radical.
El gesto de Galielo Galilei es una táctica defensiva dictada por el instinto de conservación, una escapatoria ante un peligro real. Nada hay de censurable en ello. Tratar de esquivar un daño sin descargarlo en otro no es nada indigno ni reprobable.
La actitud de Pedro Varela es una imposición de su sentido del deber, una exigencia de su conciencia, un mandato de su sentido del honor, un requerimiento ineludible de su honestidad intelectual frente a la imposición de la mentira.
¿Pero qué podemos hacer contra la mentira todos aquellos que no tenemos el valor y el temple de individuos escasos como Pedro Varela? Porque vivimos envueltos en el triunfo de la mentira (con su violencia latente y expresa), en una apoteosis del fraude, del embuste, de la falsificación, del engaño, en una sociedad que se ha acostumbrado a vivir en y de la mentira como una manera útil de estar en la vida. ¿Cómo actuar frente a esa agresión diaria, a ese dilema permanente?
Volvamos al gran escritor ruso: ¿Qué podemos hacer, pues, contra la mentira?
“(…) la salida más simple y más accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna colaboración personal con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo lo abarque, no será con mi ayuda. Esto abre una grieta en el círculo imaginario que nos envuelve debido a nuestra inacción. Es la cosa más fácil que podemos hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira sólo puede vivir en un organismo vivo”.
(…)
“De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos”.
Vivir, sí, pero sin mentira. El hombre no se puede conformar con vivir. Necesita algo más para que su vida no sea en vano, necesita de un significado que no dé paso al mal de forma gratuita. Una existencia lograda, un ideal de existencia: pasar por esta vida sin haber colaborado con la mentira ni haberse sometido a ella.
Como un lejano eco de otros tiempos y otras historias se oye en la cenicienta y pegajosa neblina cargada de mentira de nuestra época nocturna la respuesta clara de Pedro Varela ante sus inquisidores: “Si muove”.
DON PEDRO VARELA GEISS ESPAÑOL VALIENTE PURO DE RAZA SUPERIOR DIGNO PIDOLE NO SE ARRODILLE JAMAS NUNCA ANTE LOS SIONISTAS Y SÚS PERROS GOYIM MASONES QUE LE SIRVEN A HELL AVIV Y AL SIONISMO MALDITO ASESINO DE NIÑOS EN GAZA Y PALESTINA USTED ES UN HEROE DE LA VERDAD Y EJEMPLO A SEGUIR COMO LA CHICA ESPAÑOLA DE LA FALANGE TAMBIEN PERSEGUIDA Y ATACADA EN TODA EUROPA POR LOS SIONISTAS ANIMO DON PEDRO VARELA GEISS
Por respeto a todos los asesinados, debemos pensar por nosotros mismos. Niños, hermanos, madres, padres, amigos, ancianos, abuelos, de Moscu, de Leningrado, de Stalingrado, de Dresde, de Hamburgo, de Colonia, de Nagashaky, de Londres, de Normandia, de Varsovia,,,,,,,, El temblor de su voz, el horror en sus corazones,,,, no son de alemanes, de rusos, de franceses, de ingleses. Son de Hijos de Dios. Y todos los hijs de Dios merecen que, en su hinr, pensemos por nostros mismos, tras el infinito tributo de dolor que pagaron. Tras el infinito, infinito, tributo de dolor, dolor,,,,que, con sus sangres, pagaron. PAgado ese… Leer más »
Concuerdo con todo lo dicho; alguien lo tenia que decir.
Cuando surge un heroe que defiende la verdad, los del sombrerito tratan de silenciarlo. Esto es un ejemplo claro.