Incontinencia verbal
Después de que, tan solo hace unos días, el señor Sánchez, presidente del Gobierno español, nos deleitara con una payasada circense, al tomarse 5 días de retiro para meditar una decisión, que ya era previsible, su gobierno y él mismo vuelven a deleitarnos con otro esperpento; en este caso, la protagonización de un espectáculo más propio de una verdulería que de los dirigentes y miembros de gobiernos de dos grandes países.
En esta ocasión, es de tal grado el espectáculo circense que, incluso, se ha llegado al insulto personal, por parte del presidente del Gobierno argentino al presidente de los españoles. No se puede caer más bajo. En el caso de Milei, por responder de forma tan obscena, a las palabras de algún miembro del gobierno español, que (en buena lógica se da por descontado) están avaladas por el señor Sánchez. Parece ser que el presidente del Gobierno español ha encontrado en Milei (y es triste tener que acudir a esta expresión popular para definir la situación) “la horma de su zapato”.
Dado que los implicados en esa contienda esperpéntica son personajes de naturaleza política, los cargos más importantes de los gobiernos argentino y español, la situación tendría muchas posibles interpretaciones de tipo político, económico y diplomático. Pero no, desde ninguna de estas perspectivas se puede analizar el dislate. Por lo tanto, solo queda una, que es absolutamente ridícula. Pero es lo que hay. Yo la describiría así: el ministro Oscar Puente (un machote) con la connivencia de su presidente (otro machote), han chocado, barriobajeramente, con el presidente argentino (otro machote), que venía a España a darle apoyo a un partido político español (cuajado de machotes). ¡Demasiados machotes! Entre tanto “ejemplar”, solo cabe una discusión vulgar de taberna o de verdulería. Punto.
Y es que, en una buena parte de los ciudadanos españoles, existe el convencimiento de que, cuanto más grandes sean los insultos y más altas las voces con las que se descalifica a los adversarios políticos, más valientes, mas machotes, y, por lo tanto, más aptos son para dirigir los destinos de una nación. Y yo me pregunto: ¿qué sentido tienen esos que así piensan de lo que es un valiente? ¿Acaso consideran valiente a aquel presidente del gobierno, líder de la oposición o parlamentario que, en el ejercicio de su cargo, en el parlamento, rodeado de los suyos (que, a mayor abundamiento, están dispuestos a aplaudirle, de antemano, todo lo que diga), y bajo la impunidad parlamentaria (que le eximen de tener que pagar cualquier precio, sea este pecuniario o de cualquier otra condición), se dedique a criticar, a voz en grito y con malos modos, a sus adversarios políticos?
Del señor Sánchez, nada nos puede sorprender; pero ¿y de Milei? ¡Y eso que tan solo lleva unos meses como presidente!
De su forma de atacar a Pedro Sánchez, solo se puede desprender una suposición: posiblemente, este presidente argentino, por fin, logre colocar a su país en el lugar que en el ámbito mundial le corresponde; pero de lo que no queda duda es que Argentina ha pasado de un populismo de izquierdas a otro de derechas. Y eso nunca es bueno.
En mi modesta situación de ciudadano de a pie, le pediría al Partido Popular que siga manteniendo ese tono de moderación y responsabilidad que le caracteriza, por si posible fuera que, con su ejemplo, de una vez por todas, el señor Sánchez y su gobierno y los populistas de ambos extremos que conforman el panorama político español, aprendan, aunque solo sea por sentido de Estado.
Que la incontinencia verbal no es un signo de fortaleza, sino de debilidad. Por lo tanto, una oposición responsable, salvo casos muy excepcionales, debe hacerse con la moderación que exige ser político de una nación de la Unión Europea, caracterizada por la civilización y la cultura.
Que la política con mayúsculas no es un debate tan infantil y ridículo, como pueda ser un debate entre machotes y cobardes.
Que, quizás, todos los valentones lo sean por miedo y que, los únicos que, aparentemente, no lo tienen, son los insensatos e irresponsables.
Y, finalmente, repito, muchas veces por sentido de Estado hay que echarle “más pantalones” para hacer una oposición calibrada y moderada o, en su caso, si conveniente fuera, morderse la lengua y callar, porque hay palabras que no dicen nada y silencios que lo dicen todo.
Aunque hay que reconocer que, tanto en un caso como en otro, lo fácil e instintivo sería gritar desaforadamente la denuncia al adversario.
La incontinencia verbal es falta de autocontrol y esto no es bueno y algo muy incómodo para el que tiene que soportarla. Pero tampoco es buena una moderación verbal hasta decir basta que, más que incómoda, resulta exasperante para quien se siente decepcionado por su falta de contundencia.