La esposa, el hermano, el padre y el suegro
Antonio R. Naranjo.- Nadie ha desmentido lo sustantivo de las andanzas de la familia Adams, también conocida por los Sánchez-Gómez, más allá de la tipología legal y las consecuencias penales que puedan o no tener.
A saber: la esposa, Free Begoña para los amigos, se montó una «cátedra» de cartón piedra con los mismos méritos académicos que servidor para acudir a las Olimpiadas de París con la selección de tiro con arco; la dedicó al goloso mundo de la captación de fondos públicos; la asoció con empresas y directivos de primera línea, seducidos sin duda por el sugerente reto de transformar competitivamente la sociedad y no por la condición de Primera Dama de su anfitriona y vio cómo una parte de sus patrocinadores, casualmente, se convirtieron de repente en beneficiarios de las decisiones del marido.
A saber también: el hermano, que no es Von Karajan, fue contratado a dedo por la diputación socialista de Badajoz, no acude al puesto de trabajo presencialmente con regularidad, ha aumentado su patrimonio y rentas en apenas un año de manera espectacular y se ha empadronado en un pueblo de Portugal con la misma intención que los youtubers andorranos, que es pagar menos impuestos a la Hacienda de su primogénito. Y otra casualidad: el lugar elegido para vivir, al menos fiscalmente, es el mismo en el que Víctor de Aldama, nombre clave con las mascarillas, Globalia y la propia Begoña Gómez, domicilió allí algunas de sus sociedades.
Nadie ha desmentido esto, como tampoco que la empresa del padre de Sánchez disparara su facturación y las ayudas públicas tras llegar su hijo a La Moncloa o que su suegro se dedicara al delicado universo de las saunas de relax para devotos de García Lorca, no del todo compatibles con el afán abolicionista del yerno.
Tampoco ha irrumpido en escena alguien que dé una explicación razonable a la certeza de que una trama comandada por un alto cargo del PSOE, de nombre Koldo García, lograra la adjudicación de contratos millonarios, desde administraciones socialistas, a empresas sin experiencia sanitaria, en compañía de personajes que también aparecen de un modo u otro en el rescate de Globalia, las andanzas con Delcy o las reuniones transformadoras y competitivas de la gran Bego Fundraising.
La casualidad, decía Hermann Hesse, no existe: cuando alguien de verdad necesita algo, su propio deseo y su propia necesidad le conducen a ello. Concedamos, no obstante, que nada de lo descrito es un delito, que una parte no es verdad y que otra se justifica por una combinación de esfuerzo real y de intermediación del azar.
Es mucho conceder, pero hagámoslo para que los Adams no digan que se les tiene manía persecutoria, que no se respeta la presunción de inocencia y que si Franco o el fango o los dos a la vez.
Bien, hasta en esa hipótesis, seguiría faltando una explicación que solo puede darnos el Señor X de esta fantástica serie de casualidades y penalidades que solo la Internacional Ultraderechista ve con malos ojos por su afán, inaceptable, de derribar al dique progresista que salva al mundo de convertirse en un Mordor fascista.
Porque será mala pata y nada es lo que se parece, ¿pero en qué país civilizado se permite que el tipo que palma elecciones pero gobierna, amnistía a delincuentes, auxilia a etarras para volver a casa, utiliza al Rey como si fuera un asistente, acosa a jueces e insulta a periodistas, se salta las leyes como si fueran las instrucciones en chino de una batidora y trabaja para cargarse la separación de poderes y la alternancia democrática; tenga además el hocico de un oso hormiguero y se crea con derecho a hacerse el sordomudo ofendidito en nuestras narices?