‘Tourists go home’: Los movimientos antiturísticos se multiplican en España
“Nuestra ciudad no está en venta”. El sábado 20 de julio, el colectivo Ecologistas en acción, que reúne a varios centenares de asociaciones de toda España y reclama el «fin del turismo masivo descontrolado», pidió la protección de El Puerto de Santa María, en la provincia de Cádiz, Andalucía. Pero el turismo de masas se denuncia en muchos otros lugares de España.
El 6 de julio, varios miles de personas salieron a las calles de Barcelona (Cataluña) para protestar contra el exceso de visitantes; el 22 de julio, fue en la isla mediterránea de Mallorca (Baleares), famosa por sus balnearios, calas protegidas, montañas calizas y ruinas árabes y romanas, donde se elevó el tono.
En los cuatro primeros meses de 2024, España recibió 24 millones de pasajeros más que en el mismo periodo del año anterior, lo que supone un aumento del 14,5%. Y esto después del récord de pasajeros de 2023.
Con la afluencia de turistas, todo sube: tanto los precios en los comercios como los alquileres, un repunte que complica el acceso a la vivienda a muchos residentes.
Barcelona, Sevilla, Venecia, Etretat, Atenas, Paros… El turismo sufrió una fuerte desaceleración durante los años Covid, pero ha vuelto a repuntar en Europa y en otros lugares gracias a los vuelos de bajo coste y a la promoción de ciertos destinos en las redes sociales.
Por supuesto, el sector representa una innegable fuente de ingresos para los países afectados. En España, por ejemplo, el gasto de los turistas internacionales aumentó un 22,6% entre enero y abril de 2024 -gracias al aumento del número de visitantes, pero también a la subida de los precios- hasta alcanzar un total de 31.500 millones de euros, según el Instituto Nacional de Estadística.
Pero sin controles más estrictos, este turismo de masas se está convirtiendo cada vez más en un azote para las poblaciones locales.
“Un entorno de vida agresivo e insoportable”
Barcelona, la ciudad más visitada de España, acoge a unos 12 millones de personas al año, muchas de las cuales llegan en cruceros. El número de turistas aumenta año tras año, ejerciendo presión sobre los servicios sanitarios, la gestión de residuos, el suministro de agua y la vivienda, en detrimento de los residentes locales.
Para expresar su enfado, unas 3.000 personas se manifestaron a principios de julio en la ciudad de Gaudí, rociando a los turistas con agua y pidiéndoles que se marcharan, con pancartas y lemas ofensivos como “¡Turistas, váyanse a casa!”.
Las autoridades han tomado una serie de medidas, entre ellas la prohibición durante cinco años de alquilar alojamientos a turistas. En total, 10.000 propiedades dejarán de estar disponibles para alquileres de corta duración en plataformas como Airbnb. Recientemente, el alcalde socialista de Barcelona, Jaume Collboni, también anunció un aumento de la tasa turística para los pasajeros de cruceros que hagan escala durante menos de doce horas.
Algo parecido ocurre en Andalucía, otro destino español muy popular entre los turistas internacionales. «Sueño con jubilarme, alquilar mi piso y marcharme de Sevilla», explica al diario El País Francisco Martínez, presidente de la asociación de vecinos Ancha la Feria, sobre la invasión de terrazas en el estrecho y empedrado casco histórico de la Reina del Guadalquivir. “No hay más que pasear por el centro. Tomarse una cerveza puede estar bien, pero se ha convertido en un entorno agresivo e insoportable para vivir”.
En febrero, el alcalde conservador de Sevilla, José Luis Sanz, anunció que se estaba estudiando un plan para cobrar por el acceso a la popularísima Plaza de España, especialmente frecuentada por los turistas de la capital andaluza.
“Estamos estudiando cerrar la Plaza de España y cobrar a los turistas para pagar su mantenimiento y garantizar su seguridad”, escribió en X, acompañando su mensaje con un vídeo en el que se ven tejados y fachadas dañados, y vendedores ambulantes instalados en nichos y escaleras.
En Venecia, en Italia, las autoridades han decidido experimentar con una entrada obligatoria de cinco euros los días de mayor afluencia para permitir a los visitantes pasear por los famosos canales de la ciudad. Esta medida fue considerada insuficiente por la mayoría de los residentes, que habrían preferido un número máximo de visitantes al día para proteger eficazmente la ciudad. Una medida adoptada en Perú, por ejemplo, para limitar el acceso a Machu Picchu a 2.500 visitantes al día.
Otras ciudades europeas, como Ámsterdam -Países Bajos-, han optado por aumentar la tasa turística. En la capital holandesa, se elevó en octubre de 2023 al 12,5% del precio de la habitación de hotel para todos los visitantes. La ciudad, que está intensificando las iniciativas para limitar el impacto del turismo de masas, también ha endurecido su normativa para frenar el turismo relacionado con el cannabis, y ahora prohíbe la construcción de nuevos hoteles.
“Nos quitan nuestras casas, aunque vivan en las Maldivas”
En el barrio ateniense de Metaxourgeio también hierve la ira. “Nos quitan nuestras casas, aunque vivan en las Maldivas. Y aquí les servimos tzatziki y togas”, dicen algunos residentes.
En este barrio bohemio, como en muchos otros del centro de la capital griega, las empresas están reconvirtiendo edificios en espacios de coworking para acoger al cada vez mayor número de nómadas digitales, personas que comparten un estilo de vida que combina viajes y trabajo a distancia. En total, en menos de una década, los alquileres a corto plazo en Atenas se han disparado casi un 500%.
Para frenar el fenómeno del turismo excesivo, Grecia ha empezado por subir los impuestos y duplicar el umbral de inversión para el visado dorado. Pero al Gobierno le cuesta adoptar una postura más firme.
“Tenemos que tener en cuenta las necesidades de toda la población, tanto de los inquilinos como de los propietarios”, explica Harry Theoharis, ex viceministro griego de Finanzas. “Estoy convencido de que pueden ser necesarias otras medidas, pero en cuanto a la naturaleza exacta de las mismas, hay que investigar para asegurarnos de que no hacemos algo que destruya el mercado”.
En Paros, en las Cícladas, se ha formado el “movimiento de la toalla” contra la privatización de las playas de la isla. “Nos preocupa el expolio de las playas de Paros por empresas que explotan parte del litoral”, reza la nota de presentación del colectivo, creado en Facebook hace un año.
La isla de Santorini, una de las principales escalas de los cruceros por Grecia, recibe cada año una horda de turistas que invaden sus hoteles, playas y restaurantes. El año pasado, de los 32,7 millones de personas que visitaron Grecia, unos 3,4 millones, es decir, uno de cada diez, visitaron la isla de apenas 15.500 habitantes.
En las estrechas calles de la ciudad de Oia, los residentes colocan carteles en los que instan a los visitantes a respetar sus casas: “RESPETO… Son tus vacaciones… pero es nuestro hogar”.
En 2023, 800 cruceros transportaron unos 1,3 millones de pasajeros, según la Asociación de Puertos Helénicos. Algunas partes de la isla están al borde de la saturación, por lo que las autoridades estudian imponer restricciones.
“No contra los turistas”
Francia no es ajena al turismo excesivo. Al país le preocupa especialmente que millones de visitantes se concentren en unos pocos sitios: París, el Mont-Saint-Michel y el parque nacional de las Calanques, cerca de Marsella.
En Étretat, unos 1,5 millones de turistas acuden cada año a pasear por el pueblo normando y sus famosos acantilados, desde cuya cima están dispuestos a ponerse en peligro para conseguir fotos espectaculares que publicar en las redes sociales.
“La naturaleza del turismo ha cambiado en los últimos diez años. Es un turismo de Instagram que no se interesa en absoluto por los alrededores”, se lamentaba el pasado mes de mayo a France Bleu Brigitte Cottet, presidenta de la Association des résidents de la Vieille Ville d’Annecy (Asociación de Residentes de la Ciudad Vieja de Annecy), también afectada por el turismo de masas.
Japón también ha reaccionado recientemente contra este tipo de “turismo Instagram”. En mayo, las autoridades de la pequeña ciudad de Fujikawaguchiko, cercana al monte Fuji, instalaron una red alta en un lugar famoso que ofrece una vista especialmente codiciada del estratovolcán. El objetivo de esta iniciativa es ocultar el panorama a los turistas, considerados demasiado incivilizados por los lugareños.
Además de la relación entre turistas y residentes locales, el medio ambiente también sufre las consecuencias del turismo de masas. A menudo, los paisajes naturales son incapaces de soportar un número tan elevado de visitantes.
En Étretat, el pisoteo de la costa provoca accidentes, erosión y destrucción de la biodiversidad; en Venecia, los cruceros que se acercan a una laguna poco profunda causan enormes daños y emiten partículas finas que contaminan la atmósfera; En cuanto al Everest, descrito como el vertedero más alto del mundo, su excesiva frecuentación provoca una contaminación masiva: este año, el ejército nepalí evacuó 11 toneladas de residuos y cuatro cadáveres del «techo del mundo» y de otros dos picos del Himalaya.
Aunque no existe una solución única para todos los casos, las autoridades saben que deben ser comedidas en las medidas que adopten. Para la mayoría de las regiones, el turismo sigue siendo una fuerza positiva, como pueden calificar los numerosos descontentos, sobre todo en España: “No estamos contra los turistas, sino contra este turismo que nos expulsa”.