Un aborto en directo: cuando la cultura «woke» traspasa todos los límites
El público que compra pase para ver «The years» en el Teatro Almeida de Londres llega advertido: habrá sangre sobre el escenario, contenido sexual y una relación forzada. Por haber, y lo indica claro, habrá hasta «representación gráfica de un aborto». Es la letra pequeña de este espectáculo basado en la obra homónima de la irreverente escritora francesa Annie Ernaux.
Tratándose de su literatura, uno podría esperar cualquier detalle mórbido, escabroso o retorcido. Lo que ha provocado estupor es que la sangre salpique hasta hacer sentir al espectador su nauseabundo hedor metálico, lastimando su sensibilidad. No es la sangre fingida, sino el tufo woke que destila esta adaptación dirigida por la noruega Eline Arbo. El hiperrealismo de la escena abortista es un atentado zafio e innecesario contra el sentir de la sociedad, puesto que el aborto es uno de los acontecimientos más dolorosos en la vida de una pareja, más si ocurre espontáneo.
La burla viene cargada de esa soberbia que caracteriza al neofeminismo. Y es tal la indignación que algunos abandonan directamente el teatro. Otros tienen que recibir asistencia médica, como ocurrió en una de sus primeras funciones, el fin de semana pasado.
Annie Ernaux, a punto de cumplir 84 años, se sirve de la literatura para hablar de sí misma y sus complejos. «Escribo para vengar mi clase», reconoce. Y lo hace con una lenga afiladísima que le valió el Premio Nobel de Literatura 2022. «The Years» retoma 60 años de su historia y pretende ser el testimonio de una generación de mujeres con el telón de fondo de una Europa de posguerra.
Sobre el escenario se suceden episodios biográficos. Desde una infancia bajo los escombros de la guerra hasta el descubrimiento del sexo o las luchas feministas. Incluye un aborto explícito, escenas sexuales, sangre y violación.
La representación está en línea con el mismo fenómeno que se vivió durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de París con la representación blasfema de «La Última Cena». Es parte de esa cultura woke que ha desviado su origen antirracista para embarrarse en lo obsceno, el odio al hombre, el antisemitismo, el desprecio al catolicismo, la simpleza del lenguaje inclusivo y, sobre todo, en lo que duele.
Contra esta tiranía, siniestra y ególatra, los ciudadanos empiezan a sublevarse. La sociedad no puede quedarse callada ante los caprichos de esta izquierda caviar que, en nombre de la cultura, se burla de todo aquello que no responde a sus dogmas o a sus coartadas radicalizadas. El filósofo Alain Finkielkraut lo llama «la fantasía del racismo sistémico, la fantasía del sexismo generalizado, en un momento en que las mujeres son más libres que nunca y el racismo es unánimemente o casi unánimemente combatido y repudiado».
Es la cultura nacida del resentimiento que gana espacio y fuerza cuanto más incómoda se representa y cuanto más cancela todo aquello que se opone a sus teorías. Es el nuevo totalitarismo de la izquierda elitista y ahora ha encontrado en Annie Ernaux su nueva musa. La ola de protestas generadas por el espectáculo drag parisino o el enfadado en el Teatro Almeida, incluso en forma de desmayos, dejan en evidencia que el arte no puede perder la partida.
La Razón
Eso ya es la degeneración suprema