La vergüenza de un país
Julián Cabrera.- He de reconocer que en mi faceta, no de articulista sino de informador puro y duro, he tenido momentos de haber perdido esa intuición periodística que debe ser punta de lanza para todo informador.
Sin mayor dramatismo suele ocurrir, y en mi caso, uno de esos momentos más gloriosos por ruborizante fue hace unos 14 años, cuando tuve oportunidad de conocer en un encuentro de periodistas, celebrado en Barcelona y auspiciado por organismos públicos como la Generalitat, a un tal Carles Puigdemont, informador y director de un medio que creo recordar se llamaba Cataluña Today, dedicado a contar en inglés una supuesta realidad de lo que ocurría en esta comunidad, siempre bajo un prisma netamente independentista y por supuesto financiado por la propia Generalitat, ya presidida por Artur Más, con una inyección inicial y que se sepa de casi medio millón de euros.
Mi intercambio de impresiones con este compañero de profesión ni fue largo ni fue indoloro, sencillamente porque cuando alguien no es capaz de diferenciar entre periodismo y militancia, como fue el caso, difícilmente puede hablarse el mismo idioma profesional.
El tal Puigdemont no me pareció un personaje irrelevante, sino absolutamente irrelevante. Mal olfato el mío, como apuntaba, teniendo en cuenta que el interfecto acabó no demasiados años después poniendo patas arriba a una nación con más de 500 años de historia, gracias a la inoperancia de un Gobierno presidido por Rajoy –eso sí que fue ausencia de olfato y no lo mío– y a la ingenuidad de una vicepresidenta que, entre otras cosas, dentro de un poder omnímodo tenia el control sobre el mismísimo CNI, situación de nuestra historia reciente a la que se ha añadido otra vez en favor del expresident fugado la vergonzosa actitud del actual presidente del Gobierno, entregando a los abogados de delincuentes la capacidad de redactar el espíritu de leyes como la de la amnistía y dejando de lado algo tan crucial como es el interés común del conjunto de los españoles.
Puigdemont ha estado varios años fugado de la Justicia previa huida –para él nada humillante– dentro de un maletero, porque desde la aplicación del artículo 155 tras la no nata DUI sabía que la cárcel era su inevitable e ineludible destino y viene a resultar que el personaje tiene absoluto pánico a acabar entre rejas como sus compañeros de machada, Oriol Junqueras incluido.
He de añadir al respecto que uno de esos relevantes dirigentes de ERC acomodados en el poder y el manejo de presupuestos, lejos ya de las ínfulas asamblearias, además de seguir esgrimiendo el mantra de que Puigdemont «había perdido la cabeza», me apuntaba que nunca veríamos la imagen del líder de Junts esposado y entrando en la cárcel, no tanto por lo que supondría esa instantánea, sino porque destacaría el añadido de unos pantalones mojados.
Lo vivido estas últimas horas en Cataluña solo tiene parangón dentro del sainete político más vergonzante en la imagen de Tejero con su «quieto todo el mundo» pistola en mano.
Un prófugo que se permite regresar a territorio español, lanzar una soflama ante miles de incondicionales y resulta que no solo no es detenido, sino que acaba fugándose con la colaboración de algún o algunos funcionarios de esa Generalitat que un día financió su medio de comunicación.