S.O.S. Estoy sin Papa
El papado es un título de liderazgo religioso que Jesucristo instituyó en la figura del que consideró el más prolijo de sus apóstoles: — «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará»(San Mateo 16,13). Muchos siglos han pasado y un total de 264 papas han ocupado la silla de San Pedro, la cual posee, además de poder espiritual y religioso, otro de carácter terrenal, ambos importantes y que han influenciado enormemente en los más diversos acontecimientos políticos de nuestra historia. Su autoridad es indiscutible, si bien no es menos cierto que la forma de ejercer esa potestad, ha ocasionado serios conflictos ajenos a lo puramente religioso. La infalibilidad pontificia constituye un dogma desde 1870. Significa que en temas de fe y moral, cuando el papa promulga a la Iglesia una enseñanza dogmática, está preservado de cometer un error. En todo lo demás puede errar como cualquier ser humano.
Han habido papas de toda clase y condición. En el siglo XV, el papa Pio II tuvo hijos y se permitió escribir sobre literatura erótica, lo que en aquella época no debió resultar algo baladí. El actual papa Bergoglio eligió ser llamado Francisco al entronizar; pues bien, el papa Francisco basa sus ideas económicas en la añeja Doctrina Social De la Iglesia. Fue el papa León XIII quien la enunció en el año 1891 a través de la Encíclica Rerum Novarum en un intento de enfrentamiento al ideario comunista pero sin defender a ultranza la economía de mercado. Comete cinco graves errores: En primer lugar la idea de que la propiedad privada sólo se justifica en función social. No todo, sin embargo es aceptable por cumplir una función social. En segundo lugar una definición errónea del “bien común” que justifica la intervención del Estado con el fin de corregir los errores del mercado. Otro error, el tercero que recoge la DSI es teorizar sobre el concepto del “precio justo” para las cosas y que sea fijado en el ámbito funcionarial. Craso error puesto que los precios y salarios justos difieren en función de las economías de cada país y eso está alejado de la generalidad buenista que se trata de imponer. En cuarto lugar el Estado no puede ser quien decida sobre la desigualdad. Es la propia sociedad quien establece y dirime las desigualdades que en ella se dan. Los límites de la desigualdad no pueden ser impuestos por el Estado. La actuación de los propios dirigentes políticos lo demuestra. por último los conceptos de austeridad y no consumismo en una sociedad que cada vez más basa su progreso en la producción de bienes de consumo sin límite.
El avance tecnológico producido en el siglo XX y primer cuarto del XXI, exige a la Iglesia una urgente puesta a punto, una actualización de sus teorías, poner los pies en el suelo y no sólo quedarse en pedir perdón por sus errores. No hacerlo provoca en no pocos creyentes una sensación de vacío y alejamiento, por no entender ciertas opiniones, decisiones y actuaciones del actual papa Francisco, un hombre de fuerte carácter muy influido quizá por su pasado muy afectado por paliar las serias consecuencias de la dictadura argentina cuando ejerció como obispo. Los silencios a la hora de opinar sobre conflictos de la importancia de la Guerra de Ucrania o la narco dictadura venezolana, tienen difícil explicación. Mucho peor es justificar las acciones de quienes provocan los conflictos. El ex cardenal Jorge Bergoglio al referirse al clamoroso fraude electoral en las ultimas elecciones presidenciales venezolanas, se ha limitado a llamar a la “búsqueda del verdadero bien y evitar cualquier tipo de violencia” mientras se han contabilizado 25 muertes, cientos de heridos y dos mil detenciones. Los dólares de origen petronarco depositados en el Banco del Vaticano no pueden justificar ponerse de lado a la hora de tratar tan denigrantes y corruptas actuaciones.
Todos somos hijos de Dios, pero en determinadas situaciones no le necesitamos de igual manera.