Odio
Juan Carlos Girauta.- La odiosa fiscalía contra los delitos de odio, en unánime coro con los odiosos periodistas que consideran odio cuanto discrepe de su ideología, explotando odiosamente el asesinato de un niño desde un Gobierno que condena según quién, insisten en reimplantar la censura. Un delito de odio es algo muy diferente a lo que la izquierda, ya toda autoritaria, se cree. En el caso de los juristas de izquierdas, no es que se lo creen, pero lo hacen ver. Es de lo más difícil que un juez condene a alguien por delito de odio, algo normal considerando el tipo objetivo y la jurisprudencia. Búsquelo usted. Sabemos que el verdadero objetivo de esta oleada de intolerancia woke, y de las anteriores, es cerrar la boca a quien no trague con todas sus causitas fragmentarias, ese mosaico entre buenista (fronteras abiertas) y malista (despenalización de ciertas formas de pornografía infantil) que ha sustituido a la cosmovisión marxista (no necesariamente marxiana).
Huérfanos de aquella comodidad existencial que les evitaba la enojosa actividad de seguir leyendo y de seguir pensando, pues aquella cosmovisión lo explicaba todo, la izquierda (y por supuesto su esclava, la derecha convencional) defiende una variedad de asuntos que, previamente, han pasado por este tratamiento simplicísimo: se hacen dos grupos y se atribuye a uno el papel de opresor y al otro el de oprimido. La posesión de la hegemonía opera suponiéndole a todo el mundo su condición de izquierdista, y suponiéndole al izquierdista la condición de indigenista, antitaurino, sexofluidista, colmoclimático, antiimperialista, propalestino/antisionista, y todo el pack completo. Para que no te supongan uno de los suyos debes desmarcarte activamente, gestión que a muchos les da miedito porque son así de pusilánimes. Y para que al izquierdista no le supongan suscriptor de todo el pack, tendrá también que retratarse. Algo que en ciertos sectores te puede dejar sin trabajo. El cine, por ejemplo.
Esta realidad tiende a agrandarse hasta ocupar todo el espacio público. Por eso lo que en realidad persigue el woke en su impotencia discursiva es que nos censuren de una vez a todos los que no somos como ellos, con especial saña contra quienes nos dedicamos a retratarlos, a denunciar su falsario sentimentalismo, su victimismo interesado, sus estrategias de interseccionalidad para decidir el tipo de victimismo del que vas a vivir, etc. Como es natural, mientras la tropa se revuelca en el lodo de su infantil incapacidad para leer u oír opiniones distintas a las suyas, y mientras tildan de odio el discrepar de ellos, sus capitanes envuelven en celofán y le ponen un lazo al siniestro proyecto.
De momento, lo pintan así: si te condenan por delito de odio (cosa casi imposible) no deberías participar en las redes sociales (intenta obligar a Musk a aplicar tus normas). La cosa, planteada así, parece de sentido común. Y eso es lo que han dicho en el PP, donde, para variar, no entienden nada. ¿Es de sentido común prohibirle que escriba cartas a un condenado por amenazas vía postal?