La inmigración irregular y globalista
La inmigración ilegal ahora es denominada como «irregular» por ser más acorde con la «corrección política» que considera que no hay personas «ilegales». Pero esa mutación semántica no cambia la realidad de un fenómeno que está ocasionando problemas de particular gravedad en los países más desarrollados del continente europeo y en Estados Unidos.
Así, la campaña estadounidense para la presidencia tiene el foco puesto en ese problema, presente en su frontera Sur, mientras en Europa solo una ignorancia dolosa permite mirar hacia otro lado ante la situación que se vive en Francia, por ejemplo. Pero no es preciso mirar en España más allá de nuestras fronteras para comprobar que ese fenómeno se está experimentando cada día en el archipiélago canario con creciente intensidad. Y con Sánchez veraneando en la Residencia de la Mareta sin aparecer públicamente hasta el día de hoy desde hace un mes.
Este fenómeno en su actual dimensión no es ajeno a una realidad de nuestro tiempo, -la revolución digital-, que ha creado una transformación del mundo de la comunicación que permite conocer con inmediatez absoluta la vida en otros países desarrollados situados en diferentes latitudes, convirtiendo nuestro mundo en otro más próximo y cercano donde intentar satisfacer nuestras necesidades o deseos.
Esa intercomunicación facilita también el negocio de las mafias criminales dedicadas a promover el traslado de personas de esos países de bajo nivel de desarrollo económico y social a esos otros con economías desarrolladas y necesitadas de mano de obra para mantener su actual nivel de bienestar.
El «buenismo» no es una buena receta para afrontar, -con la seriedad y rigor que el fenómeno exige-, la respuesta adecuada. No es necesario estar dotado de una especial formación geopolítica y económica para ser consciente de que el globalismo está detrás de esa estrategia migratoria que pretende un nuevo orden mundial que precisa abolir los actuales «estados nación», que con sus legislaciones propias, culturas y religiones son un obstáculo a derribar, para conseguir ese objetivo globalista.
Así resulta inexplicable desde un simple análisis racional entender que esos países, tan necesitados de trabajadores para alimentar su desarrollada economía, promuevan políticas que se oponen frontalmente a dotarla de esa población laboral imprescindible. En lugar de políticas de fomento a la natalidad se impulsan las absolutamente opuestas que ocasionan que ni siquiera se alcance la tasa de reposición, haciendo que necesiten recurrir a la que aporta esa inmigración.
Ese egoísmo es letal para la supervivencia del mundo, sometido a la actual inmigración irregular y tendente a crear un gran reemplazo poblacional. Y más fácil y cómodo de gestionar por esas élites globalistas.