Wokismo: el fin de la convivencia y el perdón
Maria Herrera Mellado.- En contraposición a la civilización cristiana, el «wokismo» no admite ni la coexistencia ni el perdón, creando una atmósfera tan asfixiante como excluyente que fractura la sociedad. En este contexto, el botín resulta especialmente atractivo para el islamismo.
Tal vez esto sea más evidente en Europa que en América. Sin embargo el islamismo avanza, llenando un vacío espiritual por la fuerza y con la complicidad de las «élites».
Mientras se denigra todo lo que pueda sonar cristiano u occidental, el islamismo se nos presenta con un «exotismo amistoso», como algo ajeno a nuestro ser. Lo hemos notado especialmente desde la época de los «hippies» y sus derivados.
No hay lógica en la alianza entre el wokismo y el islamismo más allá del odio compartido al cristianismo y a Occidente. Y Occidente no puede entenderse sin el concepto de hispanidad o unidad de los pueblos hispánicos, como bien señala el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco: el primer atlantismo fue hispánico, sintetizado en una Monarquía Católica que se expandió por los continentes, cuyo legado cultural heredamos.
El «wokismo» ha emitido una sentencia totalitaria (o fatwa…) sobre todo, incluso sobre cómo debemos vestirnos o comer. La música, el humor y tantas facetas de la vida cotidiana deben pasar por su filtro apisonador.
Por eso, el «wokismo» busca silenciarnos con una censura feroz, sumada a una opresión basada en caprichos tan fugaces como orwellianos.
El «wokismo» no es compatible con nuestra civilización. Y tantos años de «silencio» han sido aprovechados por lo que los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez llaman la «nueva izquierda», pero que, en verdad, es tan funcional —o incluso más— para muchos que se dicen de «derecha» y no toleran ni el más mínimo disenso dentro de la izquierda, por paradójico que parezca.
Ante esta situación, debemos ser realistas en nuestro análisis y ponernos a trabajar para luchar por lo bueno y lo verdadero en todos los frentes, no sólo en el político; porque el «wokismo» es una auténtica arma de destrucción masiva que otros ya están utilizando para acabar con nosotros.