Alvise, un delincuente al servicio de Sánchez
Eduardo Inda / La Razón.- Que nadie diga que un servidor no avisó del peligro público que representa ese sujeto llamado Luis Pérez, más conocido por su alias, Alvise. Por cierto, como hice con Podemos mientras todas las fuerzas vivas patrias les hacían jiji-jaja a los coletudos bolivarianos financiados por dos dictaduras que asesinan o encarcelan a quienes no comulgan con ellos. Al faker a sueldo sevillano –está de más precisar que se dedica a calumniar por encargo– le ha reído las gracias un sinfín de medios serios que convirtieron en categoría una delictiva a la par que, en principio, ridícula anécdota. Provoca vergüenza ajena recordar cómo diarios, radios y televisiones se referían a este indeseable como «analista», cuando resulta perogrullesco colegir, antes y ahora, que es un quinqui a secas. Inconsciencia similar a la que practicaban los ricos estadounidenses en los 60 y 70 cuando invitaban a sus fiestas a los miembros de los Panteras Negras, los celebérrimos terroristas afroamericanos, que paradójicamente luego asesinaron a muchos de sus anfitriones. Había que seguir la moda aunque la moda fuera infame.
En un país normal, un tipejo como Alvise Pérez que atribuye falsamente delitos, injuria, invade intimidades ajenas, se salta sistemáticamente la Ley del Menor y miente más que habla, nunca habría salido del estercolero de la historia. Todo hijo de vecino sabía de qué iba porque no había jornada en la que no perpetrara un delito en forma de imputaciones calumniosas o teorías a cual más fantasiosa y bulera. Su modus operandi es tan zafio como maléfico. Tú, empresario turbio, quieres arruinar la buena fama de un rival, le entregas un pastizal en billetes –éste no cobra en A ni por equivocación– y él se encarga de destrozar la vida de la víctima con las más viles patrañas. Fakevise pide el doble o el triple de lo que le va a costar la condena penal o civil y arreglado. Cuestión de sumas y restas. No duda en tildar de «cocainómano» a quien no se ha drogado en su vida, de «putero» a quien no ha visto señoritas de compañía más que en las películas o de «pederasta» a alguien que nada tiene que ver con el delito más aberrante que se pueda concebir.
Es el mismísimo diablo. Así como Pablo Escobar acabó elegido diputado en Colombia, el multioperado faker español concurrió a las elecciones europeas de junio a sabiendas de que hacerte con un escaño en Estrasburgo es relativamente barato desde el punto de vista aritmético. El empujoncito final se lo dio un Sánchez que, por la vía de descalificarlo en prime time en la recta final de campaña, lo convirtió en héroe del mundo antisanchista.
En un plagio de libro a Pablo Iglesias, nuestro protagonista prometió acabar con las castas, los privilegios y los «sueldazos» de los europarlamentarios. Y al igual que el jerarca comunista, son tal para cual, se subió al coche oficial a las primeras de cambio, viaja en Business sistemáticamente y el sorteo de su sueldo público no fue más que otra trola de una noche de verano. Ahora le han pillado con el carrito del helao al quedar probado, más allá de toda duda razonable, que un empresario de criptomonedas, las lavanderías de nuestro tiempo, le dio 100.000 euros en metálico para la campaña europea. Un fraude fiscal, un delito electoral y seguramente un cohecho en toda regla.
Otra jugada maestra de Moncloa Producciones toda vez que sitúa al PP ante una terrible encrucijada. ¿Pactarán con este delincuente si necesitan sus votos para gobernar? No lo creo. Feijóo ha demostrado que para él no vale todo. Pero la prueba diabólica está servida.