La “cancelación”, GULAG moderado
Cuando Aznar condenó el franquismo, entregándose ideológicamente, con armas y bagajes, al PSOE y a los separatistas, estos parecían haber ganado definitivamente una batalla cultural que la derecha apenas había dado.
Esto ocurrió en 2002, y al año siguiente se publicó Los mitos de la guerra civil. El libro no habría preocupado a la izquierda, si no fuera por su éxito de ventas por completo inesperado y que revelaba un descontento difuso hacia la versión triunfante de la guerra y sus consecuencias políticas. Los partidos tardaron algo en reaccionar, pero había que hacer algo contra ese peligro, y ese algo consistió, de un lado, en una campaña de silenciamiento y exclusión de la obra y su autor en la universidad y en los medios, y de otro lado en dos medidas sucesivas: en 2006, un manifiesto Con orgullo, con modestia, con gratitud demencial o puerilmente encomiástico de la caótica república, confundida con el Frente Popular, y radicalmente acusatorio contra el franquismo. Lo firmaban cientos de profesores, artistas e intelectuales, gente parecida a la que Azaña calificaba ajustadamente de “ligera, sentimental y de poca chaveta”; además de malintencionada.
El manifiesto sirvió de cobertura digamos intelectual a la ley de memoria histórica del año siguiente, una ley a la soviética, tiránica y anticonstitucional, por la que unos políticos por lo demás notoriamente corruptos e ignorantes, se permitían imponer a los españoles lo que debían pensar de su historia reciente. Aquella ley, so pretexto de resarcir a las víctimas, dejaba de lado a las causadas por el Frente Popular, y entre las castigadas en la posguerra no distinguía entre las inocentes, sin duda muy pocas, y los brutales asesinos abandonados por sus jefes, que fueron fusilados (unos 15.ooo). Claramente, la ley se identificaba con los asesinos, a quienes exaltaba al nivel de los inocentes.
Por supuesto, la ley fue aceptada por el PP y aplicada, incluso con entusiasmo especial por dirigentes del PP tipo Feijóo o Moreno. Al no haber oposición política, la “cultura” del PSOE volvió a ganar la partida. Por lo que a mí respecta, pronto sufrí, entre otros, la llamada “cultura de la cancelación”, intento de muerte civil, una forma no sangrienta de GULAG. Mis libros dejaron de recibir atención en los grandes medios y en una universidad envilecida (de ella había salido el mentado manifiesto). Incluso muchos clérigos se sumaron a la faena. Mientras el proceso de destrucción de la unidad española y de la propia Constitución iba acelerándose hasta el golpe abierto de 2017, rematado en 2024 por una amnistía que pone punto final al régimen del 78, en momentos, para más peligro, de preparación abierta de una nueva guerra europea.