¡Ya le ha costado a ‘The Economist’!
Luis Ventoso – Los españoles arrastramos un absurdo complejo de inferioridad frente al Reino Unido, un país que si se explora un poco por dentro se constata que está más anticuado que mi coche de gasoil (que por supuesto no pienso cambiar en tiempo). O frente a Francia, récord Guinness en pereza y de deuda casi ingobernable. O frente a Alemania, que vive un poco de rentas, tiene su industria de capa caída y no da una en innovación digital. El resultado de esa carencia de autoestima es nuestro papanatismo ante los expertos guiris. Tienen que venir los de fuera a explicarnos cómo somos, fenómeno que alcanza su cénit con los llamados «hispanistas», que tantas veces se han quedado en el tópico y la caricatura costumbrista.
He vivido aquí y en el Reino Unido y me atrevo a decir que a estas alturas España es un país mejor. Ellos nos ganan en respeto a sus instituciones, higiene democrática, marketing para vender lo suyo y una clara vocación liberal en los negocios (y en que no son exactamente lo mismo los Beatles que los Brincos). Pero en el resto me temo que son ante todo unos formidables simuladores. Se venden mejor de lo que en realidad son, como aquellos entrenadores argentinos que aterrizaban antaño en el fútbol español.
Las infraestructuras españolas –que nos pagó en su día la UE– le dan unas vueltas a las británicas. En belleza natural, variedad paisajística y patrimonio monumental no hay color. La gente trabaja un poco más aquí y en las calles impera mayor alegría de vivir (dense una vuelta por una ciudad pequeña del Muro Rojo británico si quieren pillarse una buena depre). La familia sigue muy viva en España, frente a una frialdad que a los latinos nos resulta heladora. Sobre el clima ya no hablo. Incluso creo que los universitarios españoles albergan más conocimientos que los ingleses, a los que en sus grandes universidades enseñan sobre todo a disertar con pico de oro y vender motos.
El papanatismo ante lo inglés incluye también a sus medios más afamados, cabeceras como The Economist, The Guardian, The Times o Financial Times, que están bien escritos y conservan un rescoldo de sentido del humor que por desgracia ha desaparecido en la prensa española, cada vez más faltona, intolerante y avinagrada (en parte por culpa de esa emergencia pública llamada sanchismo, que nos ha radicalizado demasiado por pura autodefensa).
The Economist es un veterano semanario liberal y centrista, fundado en 1843 por un economista escocés irritado por unos aranceles. La revista, de magníficas portadas, conserva una respetable tirada y se vende en medio mundo. Lo que hacen mayormente es recopilar buenos datos y a luz de ellos elaborar reportajes y pequeños ensayos explicando determinadas situaciones. Pero distan de ser infalibles. A veces incluso meten la zueca a gusto.
Tras la crisis de 2008, The Economist crucificó a España en un par de sonadas portadas. Se aburrieron de anunciar que nos íbamos a la mierda, con rescate seguro y probable salida del euro. Marraron en sus pronósticos. Tampoco estuvieron muy despiertos ante el golpe separatista de 2017. Como otros medios europeos de cejas altas tendían a contemplar la democracia española como si fuese un exotismo todavía no bien consolidado, por lo que no supieron ver a tiempo que aquí no había unos románticos idealistas luchando por sus derechos milenarios, sino unos golpistas de perfil xenófobo pisoteando a la brava una constitución democrática.
Ahora The Economist ha publicado un sonado artículo titulado en su versión web con esta certera frase: «Sánchez se aferra al cargo a costa de la democracia española». El texto recopila todos los desmanes que conocemos: la huida hacia adelante de un osado marrullero, que ni siquiera gana las elecciones y sobrevive pudriendo las instituciones y la democracia y vendiendo su país a cachitos en el mostrador de los golpistas de 2017.
Esta vez The Economist acierta. Pero lo asombroso es que hayan tenido que esperar hasta el otoño de 2024 para ver el verdadero rostro del político más peligroso de Europa, pues carece del más mínimo respeto a su propia palabra, está dispuesto a corromper todas las instituciones en pro de su supervivencia y gobierna con la más estrafalaria de las coaliciones, con comunistas y separatistas (incluido el partido que fundó una sangrienta banda terrorista). Sánchez cuela por ahí fuera porque gasta percha y porque vende la música que suena bien hoy en día en un empanado Occidente: alarmismo climático, feminismo politizado, políticas de género y fomento de la homosexualidad.
Lo híper mega alucinante es que millones y millones de españoles, incluidos algunos que no le votan, todavía no asumen a estas alturas el obvio principio que por fin ha entendido The Economist: a más Sánchez, menos democracia.
Pero sarna con gusto no pica… hasta que se despierten en un país con sus pilares de convivencia destrozados y sus cuentas más trucadas que un directo de Milli Vanilli.