El vergonzoso genocidio del aborto legal: un sacrificio ritual de nuestro tiempo
Magdalena del Amo.- El genocidio silencioso continúa y cada vez se hace más agresivo y ponzoñoso; sin lamentaciones, sin lágrimas ni duelos. El aborto ha perdido su pátina de vergüenza y se ha convertido en una experiencia cotidiana intrascendente; por eso, en el curso que acaba de empezar, nos hemos propuesto colocarlo en primera plana; no por un día sino el tiempo que sea necesario. No podemos permanecer silentes ante este gravísimo problema que afecta en los ámbitos personal, familiar, social, biológico, filosófico, jurídico, político y moral, del que apenas se habla –y casi nunca para condenarlo—, y que está pasando inadvertido para el gran público, siempre tan distraído y a merced de las opiniones de los medios de comunicación y “expertos” ad hoc al servicio de un sistema corrupto permeado por la abigarrada subcultura laicista, woke, queer y demás grupúsculos distópicos bajo el paraguas del Mal con mayúscula.
Nos proponemos, por tanto, poner los puntos sobre las íes y sacar los colores a quienes con total impunidad –amparados por leyes injustas— inducen a las mujeres a rodar por la pendiente resbaladiza camino del precipicio que las hundirá para siempre. He aquí, como primera entrega, la introducción de mi libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, publicado en 2009.
Interrumpir voluntariamente el embarazo es abortar, aunque el eufemismo parezca quitarle aspereza. Abortar es asesinar, aunque determinadas leyes, gestadas en parlamentos irresponsables, lo hayan hecho legal de un plumazo. Abortar no es progresista por mucho que los que así se denominan digan lo contrario. Todas las constituciones y leyes sobre derechos humanos coinciden en postular que todo individuo tiene derecho a una vida digna. El aserto no tiene discusión y así se repite y reivindica continuamente. En cambio, si ese derecho se enuncia “desde el momento mismo de la concepción”, surgen los disidentes que cuestionan el comienzo de la vida humana, con definiciones científicas sobre el cigoto, el preembrión, la mórula o el blastocisto, argumentando sobre la ley, la ciencia o el momento a partir del cual el feto es viable. Yo prefiero llamarle bebé; es decir, ser humano independiente compuesto de un alma inmortal y de un cuerpo al que solo hay que darle tiempo. Se trata, simplemente, de una etapa en la línea de la vida; la primera fase sin la cual no pueden ser posibles las demás. Por eso, en el aborto no puede haber excepciones.
Algunos sectores tildan de retrógrados a quienes defendemos la vida humana desde el instante de la concepción hasta la muerte natural. Arguyen que es una motivación religiosa, sobre todo al referirse a los católicos. A esto hay que decir que cuando el cristianismo aún no se había instaurado, ya Hipócrates (siglo IV a. C.), considerado el padre de la medicina, condenaba el aborto, y actualmente existen activistas ateos que defienden la vida, por no hablar del propio Gandhi, icono de tantos progresistas. Más que una cuestión religiosa es un problema filosófico, biológico, político, jurídico y moral, como apuntamos en un párrafo anterior.
Los colectivos antivida han ido tomando posiciones en todo el mundo. Su misión es manipular a la sociedad –sobre todo a las mujeres, diciéndonos que tenemos derecho a decidir sobre nuestro cuerpo— y ejercer presión sobre los políticos para obligarles a aprobar leyes que despenalicen y legalicen el aborto. Para ello se valen de datos falsos y de encuestas fraudulentas. Así han hecho en Estados Unidos, confesado por el propio doctor Bernard Nathanson, apodado “el rey del aborto”, después de arrepentirse de todos sus crímenes. Y la misma estrategia se ha seguido en el resto del mundo.
El aborto es la herencia del siglo XX de los regímenes ateos, una extrapolación de la ideología nazi y siempre ha formado parte de la agenda de las feministas herederas de los ideólogos eugenésicos de tiempos pasados. En los últimos años, con la implantación de la ideología de género, esta reivindicación se ha radicalizado y prácticamente todos los países han elaborado leyes para interrumpir el embarazo [1[.
Las leyes del aborto se venden como grandes avances sociales. Conceptos como libertad, igualdad, derecho al propio cuerpo o derecho a decidir son tratados, a menudo, con frivolidad con el fin de presentarlos en forma de programa para liberar a la mujer de una maternidad no deseada.
Los defensores del aborto argumentan que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo e incluyen como suyo propio el cuerpecito del bebé que se está formando en sus entrañas: un nuevo ser, independiente, al que la Cultura de la Muerte denomina “conjunto de células”, “tejido sin forma”, “coágulo”, “quiste” o “ser vivo, pero no humano”.
Las mujeres que abortan, más que culpables, son víctimas de una sociedad que trivializa todo lo sagrado, donde, incluso, personas consideradas de bien se han acostumbrado a contemplar el aborto como un avance de nuestros días. Nuestra sociedad está anestesiada y se ha vuelto necia, permisiva, sin capacidad para discernir, y muy perezosa para defender su herencia milenaria. Resulta preocupante la superficialidad con que se habla del aborto en la calle, en el cine y en los medios de comunicación. Resulta preocupante también que en las sociedades del bienestar el derecho acabe estrangulando la moral y usurpando su puesto.
No quiero culpar a las mujeres que, desconocedoras de cómo se desarrolla el ser vivo que llevan dentro, e ignorantes también de los efectos indeseables que el aborto genera en ellas, se entregan a los aborteros de cureta, la mayor parte de las veces mal aconsejadas por psicólogos perversos u otros profesionales cuyo fin no es otro que engrosar sus cuentas corrientes con los cheques ensangrentados de las pobres víctimas. Tampoco culpo a aquellas que, sabiéndolo, creen estar utilizando su derecho a la libertad individual, esa “libertad perversa” a la que aludía Juan Pablo II, que exalta al individuo sin una gota de generosidad y servicio a los demás.
El aborto mueve miles de millones al año. Solo en España, la eliminación de seres inocentes arroja unos dividendos por encima de los 200 millones de euros declarados; aunque se estima que lo no declarado ascendería a más del doble. Gran parte de estas “operaciones de punto final” se perpetran con el dinero de nuestros impuestos.
Pero, cuestiones económicas aparte, el aborto destruye el don sagrado de la maternidad. Y hay que decir que la mayoría de las madres que abortan, sea cual sea su edad, no disponen de una información plena y suficiente para conocer la trascendencia del hecho. Si conocieran las investigaciones que existen a este respecto casi me atrevo a asegurar que se replantearían su anomia moral.
Todos somos culpables del silencio. La sociedad de hoy contempla el aborto con dejadez, prueba de la crisis moral que vivimos, que nos hace incapaces de discernir entre el bien y el mal.
Es urgente que, desde el periodismo, la educación, la religión, la ética o la antropología se incida en el horror que supone el aborto en una sociedad que tanto presume de defender los derechos humanos.
Este libro es un granito de arena en la labor de sacar a la luz todo lo que se esconde detrás de esta multinacional del Mal que, si no le hacemos frente, acabará instalándose en nuestra sociedad arrebatándonos lo más genuino de nosotros mismos [2].
(Introducción del libro Déjame nacer. El aborto no es un derecho, Magdalena del Amo, La Regla de Oro Ediciones, Madrid, 2009).
*Psicóloga, periodista y escritora
1. No queremos caer en la trampa lingüística de utilizar el eufemismo “interrupción voluntaria del embarazo” o IVE. Optamos por el empleo de la palabra aborto, aunque ello implique repetición.
2. Desde el 2009, fecha de la publicación del libro, hasta hoy, la insensibilidad y el encanallamiento social ha ido en aumento. Hoy es difícil encontrar personas a favor de la vida, y quienes la defienden son perseguidos y censurados. Está incluso mal visto socialmente y, muy a menudo, se relaciona a los provida con grupos de ultraderecha. ¡Así estamos!
Gran artículo. Habrá que leer ese libro. Gracias por defender la vida, y atacar ese genocidio antiprogresista encubierto y satánico.
Bravo, bravísimo
“Sacrificio ritual”, pues si, algo de esto hay, un update de las ofrendas ofrecidas a Moloc, el otro aspecto seria que forma parte de la “Agenda de Despoblacion”.
Mientras los seres humanos no nos deshumanicemos las atrocidades en contra de la vida seguirán. Me explico: teniendo en cuenta que la naturaleza humana es tendiente a la maldad, la deshumanización sería dejar esta naturaleza y arrepentirnos. El arrepentimiento significa: cambio de pensamiento, comportamiento, dirección. El libro de Romanos dice claramente que no hay ni un solo justo, ni siquiera uno. Todos nos hicimos inútiles. El ser humano solo práctica la injusticia, crueldad, violencia, traición, mentira, engaño, asesinato y un doloroso etc. Dejar de hacer esto implicaría deshumanizarse, sería dejar la naturaleza humana.